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El mar de s’Estanyol exhibe el turquesa más intenso y regular de la bahía.X.P.

Imaginario de Ibiza

S’Estanyol, la orilla de las contradicciones

El mar de esta playa de la bahía de Sant Antoni, en primavera, impacta por su viveza y transparencia, a pesar de la densidad urbana que la envuelve. Antaño la rodeaba un panorama de bosque y labrantío

Cualquier paisaje es una condición del espíritu. (Henri-Fréderic Amiel)

De las tres playas denominadas s’Estanyol que existen en la costa de Ibiza, la más urbana y saturada es, con diferencia, la que se extiende por el lado sur de la bahía de Portmany. El primer Estanyol forma parte de Jesús y constituye una caleta pedregosa con arena en el exterior y un chiringuito, enfrentados a un racimo de varaderos. El segundo, a las afueras de Santa Eulària, tuvo que renunciar a su topónimo original una década antes de la Guerra Civil, cuando el pintor impresionista valenciano Rigoberto Soler se instaló en esta ribera junto a su amante, en una cabaña pintada de azul. Los lugareños, probablemente con sorna, lo rebautizaron es Niu Blau. S’Estanyol de Sant Antoni, a diferencia de las dos anteriores, relativamente tranquilas y exentas de grandes construcciones, se halla aferrada al meollo de la bahía, rodeada de alojamientos, chiringuitos y bares.

Antiguamente, su orilla, por estéril, ejercía de frontera con los campos sembrados de s’Hort d’en Serral, que se extendían por buena parte de este entorno. Los campesinos atravesaban la orilla por un camino de carro, donde a veces quedaban encallados por el lecho de algas y arena que cubría la vereda. A poca distancia, un bosque pinos y una charca de agua dulce, el auténtico estanyol, donde en verano ranas y sapos croaban con estrépito.

S’Estanyol de Sant Antoni, a diferencia de las dos anteriores, relativamente tranquilas y exentas de grandes construcciones, se halla aferrada al meollo de la bahía, rodeada de alojamientos, chiringuitos y bares.

Hoy apenas queda rastro de este paisaje bucólico y despejado y, aún así, contemplar desde aquí el horizonte y las encendidas tonalidades del agua sigue constituyendo un privilegio. El mar de s’Estanyol exhibe el turquesa más intenso y regular de la bahía y, en esta época primaveral, cuando la temperatura aún no se ha elevado lo suficiente, presenta una transparencia casi milagrosa; naturaleza en estado puro en fuerte contraste con la desmesura urbanística que lo asedia.

Una sucesión de playas

No deja de ser insólito que haya quien aún contemple la bahía de Portmany como un espacio compatible con un puerto para grandes buques. Todo el entorno es eminentemente turístico y contradictorio, bajo esta visión, con la actividad industrial. Todo su perímetro se halla salpicado de radas, desde Cala Gració a la Bassa, que cierran la ensenada por ambos extremos. Junto a s’Estanyol, es Pouet y es Pouetó por el Este, y es Caló d’en Serral hacia el Oeste.

S’Estanyol lo conforman dos medias lunas de arena blanca partidas por un rocadal llano. La primera, más verde y escueta, tiene bosquecillo de pinos en la retaguardia, precedido por un cañaveral, y un chiringuito playero. La segunda, notablemente más ancha, la envuelven los hoteles Tagomago, S’Estanyol y San Remo, separados de la arena por un abombado camino de tierra. Sorprende encontrar la mitad de este tramo largo convertido en un absurdo graderío de hormigón aferrado a la corriente, como si no fuera mucho mejor contemplar el infinito desde un mullido tálamo de arena.

Guinda fatídica

Desde aquí la bahía ya se ha abierto lo suficiente como para que el deprimente y prolongado skyline del pueblo, desde la playa de s’Arenal hasta ses Variades, quede lo suficientemente alejado como para prestarle excesiva atención. No así el incongruente ir y venir de los ferris, si es que vuelve a producirse, pues el muelle comercial, al adentrarse en la bahía, se vislumbra más cercano.

Tal vez no haya otra orilla en la bahía de Sant Antoni tan contradictoria, capaz de ejemplarizar lo mejor y lo peor de un entorno que antaño únicamente podía resultar un paraíso

Y como fatídica guinda, en los escollos centrales, una caseta blanca, siempre pintarrajeada de grafitis, que esconde uno de los motores que impulsan hacia la depuradora de ses Païsses las aguas sucias que por gravedad caen hasta allí desde buena parte de Cala de Bou. Qué despropósito.

Tal vez no haya otra orilla en la bahía de Sant Antoni tan contradictoria, capaz de ejemplarizar lo mejor y lo peor de un entorno que antaño únicamente podía resultar un paraíso. Simboliza, sin ambages, la voracidad especulativa y urbanística que asoló un paraje excepcional y, al mismo tiempo, la capacidad de regeneración de un entorno que, si se mira hacia el mar, sin prestar atención al ruido que pretende colarse por el rabillo del ojo, sigue siendo singular. Si el buen tiempo acompaña y la mar está en calma, s’Estanyol irremediablemente impone la necesidad de pisar la arena mojada, zambullirse y bucear entre la pradera de posidonia que todavía resiste frente a la ribera.

Xescu Prats es cofundador de www.ibiza5sentidos.es, portal que recopila los rincones de la isla más auténticos, vinculados al pasado y la tradición de Ibiza

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