Diario de Ibiza

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Dominical | Memoria de la isla

El horno de pan en la arquitectura rural de Ibiza

La fotografía de Joaquim Gomis que ilustra un bellísimo texto que Josep Lluís Sert nos regala en ‘Ibiza, fuerte y luminosa’ llama la atención por la potencia expresiva que, sin recurrir al color, consigue la imagen. Percibimos calidez en el humazo que ennegrece la boca del horno; los envejecidos y requemados maderos de la puertezuela nos hablan del tiempo que pasa y la cubierta encalada, cuarteada por el fuego de mil y una hornadas, nos ofrece las mismas resquebrajaduras que tiene la corteza del pan. También aquí, la función crea la forma

El horno adosado a la casa. | VILANOVA / MARQUÉS

En la arquitectura doméstica del medio rural, el horno, a pesar de sus modestas dimensiones si las comparamos con las del resto de la casa, es posiblemente la construcción más ostensible de la vivienda y se singulariza por dos principales motivos: de un lado, porque suele conformar un elemento adosado al cuerpo principal de la casa y, en este sentido, se nos ofrece desde el punto de vista formal con entidad propia; y en segundo lugar, porque su forma semiesférica, cupular o abovedada, contrasta con la ortogonalidad modular del conjunto de la vivienda. El horno, por otra parte, es el elemento que nos remite más directamente a la arquitectura como lugar habitado, no en vano nos habla del pan. Es prácticamente imposible saber en qué momento la casa ibicenca incorpora el horno como un elemento esencial de su arquitectura. Los indicios que tenemos indican que los primeros hornos fueron comunales y así lo apunta Joan Marí Cardona en ‘El llarg camí del pa a Formentera’: «Al segle XVIII, els establimients donats als nous pobladors suposaven el compromís exprés d’edificar-hi habitatges, conrear les terres i sembrar-hi determinades quantitats d’arbres fruiters dins un termini convengut. Era normal que el forn de cada casa es deixàs per a més endavant, i que de moment sols n’existissin de comuns per cobrir les necessitats de tohtom, que també eren comunes».

Así consta documentalmente que sucedía en otros muchos lugares. Como explica J. Llabrés i Vallespir, «a totes les poblacions hi havia forns públics o de puja, en què el forner pastava i coïa el pa per vendre al poble, a més de coïr les pasterades dels particulars que no tenien forn». En el caso de Mallorca, algunos de estos hornos comunitarios han conservado su nombre, Forn Fondo, Forn Cremat, Forn d’es paners o Forn d’es Moro. Que yo sepa, la toponimia rural de las Pitiusas no ha preservado estos nombres, pero es muy posible que el linaje Forn i can Forn, en Santa Agnès de Corona, retenga un eco de aquellos primeros hornos comunales que daban servicio a las casas de determinado entorno. Marí Cardona apunta la mención que dels Forns hace la Reial Capbrevació de 1797. En cuanto al hecho que se conocieran como forns de puja parece que hace referencia al hecho de que los vecinos que cocían el pan en estos hornos, además de contribuir con leña a su mantenimiento, estaban obligados a dejar un pan por cada hornada o pasterada, pan que llamaban de puja y que se vendía luego a menor precio.

El horno adosado a la casa. | VILANOVA / MARQUÉS Miguel ángel gonzález

Pero esto fue en los primeros tiempos. Después, poco a poco, las casas irían incorporando un horno en la propia vivienda para cubrir las necesidades familiares, de manera que nosotros ya no hemos conocido ninguna casa payesa, grande o pequeña, que carezca de ese horno de perfil oriental que relacionamos inevitablemente con la cocina y que ha sido siempre el centro de la casa. Porque aunque es cierto que el porxo es la estancia principal de la vivienda, no sólo por sus mayores dimensiones, sino por sus múltiples funciones como entrada de la casa, espacio distribuidor por el que se accede a todas las otras habitaciones y lugar de celebraciones y también de trabajo, no es menos cierto que el auténtico lugar de abrigo y reunión, más que el porxo -espacio de tránsito en el día a día-, ha sido la cocina, el fuego del hogar que congregaba a la familia y razón del banco corrido que suele existir en el entorno de una gran chimenea.

Es precisamente junto a esta cocina o en sus inmediaciones, donde, por razones obvias, está siempre el horno que casi siempre tiene su boca en el interior de la cocina, pero que también puede tenerlo fuera de ella, a cubierto en la porxada exterior o, en algunos casos, los menos, en una construcción separada del cuerpo general de la casa, tal como ocurre en Formentera en can Marià Cordeta y en can Joan del Moliner (en el Cap y en la Mola, respectivamente).

La arquitectura del ‘forn’

Y por lo que se refiere finalmente a la arquitectura del horno, remito al lector interesado a la descripción pormenorizada de Rolph Blakstad en ‘La casa eivissenca’ (pg 170 y ss). Aquí baste decir que, como basamento, primero se construía con piedra muerta y mortero de barro una plataforma circular o cuadrada, de una altura tal que dejara la boca del horno al nivel del pecho y así facilitara el trabajo con las palas de horneo que se utilizaban para introducir y sacar los panes. Por encima de esta plataforma se levantaba la bóveda, trabajo que ya requería ciertos conocimientos, no sólo por su forma semiesférica, sino, sobre todo, porque su pared había de tener más de un palmo de grosor, una altura proporcionada a la base de la bóveda y cuidar el revestimiento interior que exigía una arcilla específica, terra de foc, especialmente refractaria y que se mezclaba con paja para evitar resquebrajaduras. En mi modesta opinión, estos pequeños hornos domésticos, junto a las norias que han ido desapareciendo y las pequeñas capillas que anuncian los pozos, son auténticas joyas de nuestra arquitectura rural.

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