GOLPE FRANCO

La inutilidad de lo inútil

El Barça perdió desde que empezó el partido, y luego se dedicó a mejorar el resultado.

REAL MADRID - FC BARCELONA

REAL MADRID - FC BARCELONA / Juan Carlos Cárdenas

Juan Cruz

El Barça perdió desde que empezó el partido, y luego se dedicó a mejorar el resultado. Lo hizo, esto último, como si estuviera regresando de un campo de flores, pasándose la pelota, regateando, haciendo apariencias, como si estuviera culminando un curso sobre la inutilidad de lo inútil. 

El famoso libro del muy importante escritor italiano Nuccio Ordine 'La utilidad de lo inútil' alude a la filosofía que encierran los libros que nos enseñan a pensar, y a hacer, basándose en saberes que parecen inútiles pero que tienen un fin noble, hondo, extraordinario. Y salvo alguna cosa, el equipo que dirige Xavi Hernández anoche abrazó la inutilidad en todos sus extremos. No hubo desmayo en la pérdida, como si el equipo tuviera que purgar un malhecho y eligiera este partido para confesarse ante el mundo. 

Fue lamentable todo, menos algunas cosas. Lo mejor del partido, si me permiten que rescate esta hipérbole, fue lo que dijo el muy caballeroso entrenador del Real Madrid cuando culminó el desastre azulgrana y se puso en lo alto la calidad, o la oportunidad, de los blancos. Dijo Ancelotti que era demasiado abultado el resultado, a la vista del juego del equipo contrario. Añadió, además, que algunos excesos burlones de los suyos no se corresponden con el respeto que se debe al contrario, tan pronto vencido.

Martínez Munuera expulsa del campo a Araujo en la segunda mitad.

Martínez Munuera expulsa del campo a Araujo en la segunda mitad. / EFE

Cosas que reconfortan

Esas cosas nos reconfortan a los barcelonistas, como nos alegran las recuperaciones (de salud y de balones) de Pedri, que estuvo todo el tiempo que duró en la cancha tratando de no avergonzar, por ejemplo, a Kubala, e incluso a su entrenador, que en vida activa como futbolista siempre hacía de sus excursiones por el campo glorias provechosas. Ver a Pedri, o a su colega De Jong, o a Lamine Yamal cuando estuvo en juego, o al João Félix de anoche, fueron razones para no tirar por la borda todo el afecto (imborrable, claro) que uno le debe al equipo por el que llora.

La autocrítica empezó, esta vez, fuera del campo propiamente dicho; Joan Laporta, vigilado de cerca, por lo que parece, por un magnate famoso que lo quiere ver fuera del palco, y de la historia, era la expresión más extrañada de la contienda, como si estuviera soñando que ya no es él mismo, sino alguien que echaba de menos, en aquel lujoso escenario, unos pistachos o cualquier cosa que se fuera del aire de derrota con el que el Barça saltó a la cancha.

El Barça es mi equipo, naturalmente, y anoche lo fue también; de hecho, esperé al minuto 90 (cuando acabó el partido: el árbitro fue tajante, acabó en ese instante la humillación azulgrana, no dejó más burla inútil) para deshacerme del mal fario que viví antes de ponerme a escribir. Decía Neruda: "Me pongo a escribir y me sale espuma". Esto que leen es espuma de lagrimal. 

Al final los jugadores azulgrana abrazaron a sus verdugos, como hizo Xavi con su igual, con el que estuvo más de un minuto de cuchicheo. 

Ahora le toca a Xavi, este hombre que fue tanto en el Barça, reparar el automóvil viejo que anoche no arrancó, o cuando arrancó ya era tarde y estaba el garaje blanco repleto de imponderables. Visca el Barça aunque esté muerto, ese es mi canto de hoy, que evita el llanto porque también sería inútil dejarse llevar ahora por lo que ya es una enfermedad excesiva.

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