"Un italiano nacido en España"

Luis Suárez, la muerte de un genio: 'Luisito', "il calciatore perfetto"

Luis Suárez.

Luis Suárez.

Marcos López

Era octubre pasado. Jugaba el Barça en Milán. No lejos de San Siro, en una tranquila zona residencial, donde se mezclaban pisos de alta gama y casas más humildes, no había mucho tráfico. Al fondo, una gasolinera. No había coches repostando. Estaba la mañana tranquila. Y, de pronto, emerge una figura que va lentamente, apoyado en un caminador, con un par de gafas. Unas puestas y otras colgadas del cuello. Va lento, pero seguro. Y elegante. Siempre lo era, siempre lo fue.

Camisa de pequeños cuadros rosas, pantalón gris con bolsillos laterales, a la moda como siempre estuvo él. Entonces, el silencio milanés quedó interrumpido por una voz gallega, no perdió jamás el acento ni el vínculo con sus raíces, dotada de un tono italiano tan peculiar que le hacía inconfundible. “¡Flaquiiiiii! ¡Flaquitoooo!”, se le escuchó a Luis Suárez Miramontes, ‘Luisito’ para el pueblo del Inter, ‘Don Luis’ para los oyentes de Carrusel Deportivo de la Cadena SER donde impartió en los últimos años de vida su cátedra futbolística antes de morir con 88 años.

Y ‘Flaqui’, o sea Lluís Flaquer, el narrador de los partidos del Barça, giró de inmediato su cabeza hacia esa figura altiva, mágica y hasta irreal que dominaba la escena de esa gasolinera de la capital de la Lombardía, donde cada mañana llegaba el ‘Arquitecto’ del mejor Inter nunca visto en la historia: tres scudettos, dos Copas de Campioni y dos Intercontinentales. Títulos que, tal vez, deberían ser patrimonio del Barça, quien descubrió a este joven y clarividente gallego que fue un pionero. Un genio avanzado a su tiempo.

Un museo en una gasolinera

Pero la fratricida guerra entre ‘kubalistas’ y ‘suaristas’ le alejó del Camp Nou, un estadio que él, con los 25 millones de pesetas que pagó el Inter, contribuyó a financiar. Al Barça le había costado 600.000 pesetas traerlo del Deportivo de La Coruña. “Nunca pusieron una tribuna a mi nombre”, bromeaba siempre ese futbolista que estaba feliz en la gasolinera donde cada mañana se acercaba a desayunar. Venía ‘Luisito’ y figuras de toda la época del Inter desfilaban delante de su modesta silla. No, no iban a repostar. Iban a charlar con él.

"Es una gasolinera, pero también un pequeño museo mío", confesó feliz mientras exhibía todo lo que había donado. Ahí, tras la caja registradora, estaba la camiseta de la España del No-do, la campeona de Europa en 1964 con Francisco Franco, el caudillo delante suyo. Camiseta roja, pantalón azul. Entre golosinas, galletas y otros productos sobresalía una camiseta de Neymar.

El 10 del Inter

"La hice traer yo firmada por él mismo", contaba orgulloso exhibiendo piezas de museo, dignas de entrar en la historia del fútbol como esa zamarra azul y negra, con el 10 cosido a la espalda, sin rastro alguno de publicidad. No existía entonces. Una camiseta que pesaba (y pesa) un montón. “Una camiseta de antes de la guerra. Solo el número. No tiene el escudo ni el nombre, solo te identificaban por el número", rememoraba.

Una camiseta con historia propia también. "Se la regalé a una señora cuando yo era jugador. Y años después me vino un día su hija y me dijo que esa camiseta estaría mejor conmigo porque su madre ya no vive", recordaba emocionado. Ahí está a 500 metros de San Siro, el templo donde construyó su leyenda porque ‘Luisito’, como le llamaban en Milán, era mucho más querido en Italia que en España. Ni su condición de único Balón de Oro (1960) le otorgó el reconocimiento que merecía y debía. Pero jamás renegó de su condición de español y gallego.

Luis Suárez, con dos Copas de Europa y una Intercontinental.

Luis Suárez, con dos Copas de Europa y una Intercontinental.

"Yo empecé a traer cosas aquí y ahora también lo hacen otros jugadores e incluso de baloncesto", decía feliz al micrófono amarillo de ‘Flaquito’, el mismo al que reñía cuando narraba los partidos del Barça y él, desde su casa de Milán, observaba inquieto que el fútbol no le fluía como creía en su mente. Era un artista de la simplicidad. O sea, de la dificultad.

"Si no sabes qué hacer dale el balón a Luis Suárez", recordaban siempre sus compañeros. En la dificultad aparecía el genio de la simplicidad

Verlo jugar era una delicia. Nada rencoroso, por mucho que ni el paso de los años le permitiera entender lo que sucedió en el entonces nuevo Camp Nou, que no tenía ni 10 años de vida. Volvió para jugar un amistoso con el Inter y cada balón que tocaba provocado el silbido de miles de culés. Entonces, Luis Suárez Miramontes soltó un imponente corte de mangas, todavía hoy recordado por las viejas generaciones de aficionados que aún existen.

'Il regista del Grande Inter'

Siempre se sintió “un italiano nacido en España", como solía recordar cuando se ponía a hablar de su vida ante un auditorio entregado. Da igual que fuera una persona, dos, 10 o cientos. Hablaba ‘Luisito”, “ol calciatore perfetto che, con il suo talento, ha ispirato generazioni”, según difundió el Inter, y todos callaban. La fortuna era escucharlo. O simplemente miraban. "Si no sabes qué hacer, dale el balón a Luis Suárez", decían sus compañeros de aquella generación de oro con España capaz de otear el horizonte para descubrir a sus compañeros como si la pelota fuera cosida a su pie.

En la Milan interista, ‘Luisito’ era un Dios. No podías caminar junto a él porque a cada momento le paraban tifosi para recordarle lo que fue. ‘Il regista de la Grande Inter’, como ha titulado ‘La Gazzetta dello Sport’, el genio que se llevó HH (Helenio Herrera) a la Lombardía. En la España franquista fue una leyenda, pero no reconocida del todo. Y en Galicia, fue un gallego conectado desde la distancia. Cada semana recibía pescado de su pequeña patria que compartía con sus amigos italianos, a los que saludaba a diario en esa gasolinera que está huérfana y silenciosa. Como las ondas por haber perdido a un sabio.  

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