Arte & Letras

Jorge Luis Borges nunca escribió una novela

Se le criticaba que trabajara únicamente las distancias cortas, que se quedara en el cuento, en el micro-relato, que no tenía por qué ser plomizo

Borges

Borges / Grete Stern

Miguel Ángel González

Miguel Ángel González

Jorge Luis Borges (1899-1986) pasa por ser el mejor escritor hispanoamericano del siglo XX, un autor de culto, casi una leyenda. Una afirmación que parece innecesaria, amén de exagerada. Recuerdo el jubileo que montaron los letraheridos borgianos cuando se presentó en Madrid a bombo y platillo un texto inédito suyo, manuscrito, de sólo cuatro páginas. Se titulaba ‘Los Rivero’. Se dijo que era el arranque de la que hubiera sido su primera y única novela, la que nunca escribió. Poco después, en tirada de sólo cien ejemplares, en papel Arches de 250 g., lujoso estuche y con una reproducción facsímil que venía con su minúscula y casi ilegible caligrafía, se vendía por 290 euros. Hoy, si aparece en subasta algún ejemplar de aquella edición, las cuatro páginas no salen por menos de 500 euros.

Me pregunto si tiene sentido, cuando la posible novela quedó en aborto, posiblemente por la aversión que Borges tenía –no como lector, pero si como escritor- a la narrativa de largo recorrido. Lo suyo era el relato corto y no le hubiera molestado que le llamaran ‘cuentista’. En el prólogo de ‘Ficciones’ lo deja claro: «Es un laborioso desvarío componer vastos libros, explicar en 500 páginas una idea cuya perfecta exposición cabe en cuatro rayas». Bien está. Pero de pensar todos así, no tendríamos la’ Odisea’, ni el ‘Quijote’, ni ‘Crimen y castigo’, ni ‘Madame Bovary’. Nos asomamos a sus libros más celebrados, ‘Ficciones’, ‘El Aleph’ o ‘Historia universal de la infamia’ y lo que tenemos es un rosario de textos dispares y a tal punto breves que se quedan en dos o tres parrafadas.

Borges, digámoslo, no tiene lectura fácil. Con un complejo anclaje en la Filosofía, la Teología, la Mística, la Mitología, la Biblia, la Cábala, la literatura clásica y las matemáticas, es un escritor de vastísima cultura, disperso, fragmentario y sin hilatura, que lanza flashes de esto, aquello y lo de más allá. Lector impenitente, cuando la vista le falló hizo que le leyeran otros. Y se alimentaba luego de todo lo leído, un material de derribo que aprovechaba con su increíble capacidad de fabulación y una erudición irónica, en ocasiones cargante, para levantar insólitos universos en el que es fácil detectar sus filias, los laberintos, el tiempo, el infinito, el juego de espejos, los enigmas y la ilimitada biblioteca ab aeterno de su ‘Biblioteca de Babel’.

A Borges le hubiera encantado constatar a qué extremos llega hoy Wikipedia, depósito dinámico de la memoria colectiva, enciclopedia libre y compartida, de contenido abierto, ilimitado y de anónima autoría. Y no le hubiera hecho ascos a la inteligencia artificial, porque su mundo abunda en irrealidad, en fantasías de gran riqueza simbólica, en mundos metafóricos alternativos, en metafísicas fantasmagorías. Del mundo creado por Borges en Tlön, Uqbar y Orbis Tertius, hay sólo un paso al mundo virtual: «En los hábitos literarios –comenta-, es todopoderosa la idea de un sujeto único. Es raro que los libros estén firmados. No existe el concepto de plagio. Todas las obras son de un solo autor, intemporal y anónimo». Y otro aspecto a destacar en Borges es la extraña cercanía que tienen algunos de sus textos a la ciencia-ficción. Es como si sus escritos fuesen premonitorios.

Hipótesis e ideas

En su escritura se han querido ver mensajes cifrados, códigos ocultos y extrañas alusiones a ideas científicas de vanguardia. Es frecuente que textos de divulgación científica incluyan citas borgianas y, de hecho, ‘La biblioteca de Babel’ ya citada se ha utilizado para ilustrar las paradojas de los conjuntos infinitos y la geometría fractal. Para representar sistemas de numeración se citan asimismo textos de ‘Funes el memorioso’; un artículo sobre la segregación de mezclas granulares cita fragmentos de ‘El libro de arena’ y ‘El Jardín de senderos que se bifurcan’ aporta –según comentan reconocidos científicos- una posible solución a un problema de la física cuántica todavía no resuelto, anticipando de manera prácticamente literal la tesis doctoral de Hugh Everett. ¿Casualidades? No sé. Lo cierto es que la ficción razonada de los cuentos borgianos aporta hipótesis y destila ideas que hoy están en proceso de gestación. No cabe extrañarse. En cierta manera, también lo hizo Verne.

Para acabar, no quiero obviar el hecho curioso de que, siendo Borges candidato casi 30 años al Premio Nobel de Literatura, no lo consiguiera. Parece que nada tuvo que ver el hecho de que nunca escribiera una novela, porque su obra es inmensa y de incuestionable calidad. La respuesta está más bien en el personaje, en su biografía. Pudieron jugar en su contra sus meteduras de pata en política, su conservadurismo a ultranza y la acerada crítica que hacía de la literatura comprometida. Son bien conocidas sus trifulcas con autores como Pablo Neruda, su acercamiento a Rafael Videla y la visita que hizo a Augusto Pinochet para recibir un doctorado honoris causa en la Universidad de Chile, donde se despachó con un discurso en el que elogiaba al dictador y del que después se arrepintió públicamente. Pero hay algo más. Por la desclasificación de los archivos de la Academia sueca, sabemos que Anders Österling, presidente del Comité, rechazó a Borges porque era, en sus propias palabras, «demasiado exclusivo y artificial en su ingenioso arte miniaturista». Dicho de otra manera, se consideraba su obra elitista, de alambique, artificiosa.

También se le criticaba que trabajara únicamente las distancias cortas, que se quedara en el cuento, en el micro-relato que, sin embargo, no tenía por qué ser plomizo como a veces es por su oscuro juego cerebral y su excesiva y jactanciosa erudición. Pienso que no andaba equivocada la Academia. A fin de cuentas, un relato corto no tiene por qué aburrir. Sin entrar en comparaciones, me vienen a la memoria los relatos breves que en ‘ Gog’ nos deja Papini, un autor al que Borges admiraba y del que dijo que «si alguien en ese siglo es equiparable al egipcio Proteo, ese alguien es Giovanni Papini». Borges, en cambio, en ocasiones, puede amodorrar. En cualquier caso, cabe reconocer que, digamos de él lo que digamos, es un escritor enorme, uno de los más grandes de la literatura universal.