Max Aub y su ‘laberinto mágico’

No es posible entender la literatura española de posguerra sin leer esta prodigiosa obra, singular por su riqueza temática, léxica y narrativa y su humanidad

Max Aub Mohrenwitz en el mural de un colegio de Valencia.

Max Aub Mohrenwitz en el mural de un colegio de Valencia. / DI

Miguel Ángel González

Miguel Ángel González

La diáspora de escritores que llevó al exilio la Guerra Civil ha mantenido, prácticamente hasta nuestros días, ignorada y en algún caso prohibida, la obra de relevantes escritores que sigue siendo casi inencontrable. Son muchos los intelectuales exiliados -profesores universitarios, novelistas, ensayistas, poetas, traductores, autores de teatro, etc- que a pie de calle no conocemos. La ‘Historia de la Literatura’ de nuestro bachiller ni tan siquiera mentaba su nombre. Estaban desaparecidos. Y en muchos casos, así siguen. No hacer nada por recuperarlos supone una ignominiosa y gravosa pérdida para nuestro patrimonio cultural y, en tanto no saldemos nuestra deuda con ellos, lo único que podemos hacer es tratar de preservar su memoria y exigir a las editoriales españolas que, en vez de atiborrarnos con literatura de quiosco, los incorporen en sus catálogos de una puñetera vez. Max Aub (París, 1903 – México, 1972) es uno de estos autores relegados, a pesar de ser una de las voces más relevantes del siglo pasado. De padre alemán y madre francesa, al estallar la Primera Guerra Mundial, en 1914, la familia viene a vivir a Valencia. Max tiene once años y habla con fluidez alemán y francés, pero la escuela y la calle le permiten incorporar con rapidez y como lengua propia el castellano que utilizará después toda su vida.

Quien hoy se asome a su obra comprobará, por su fuerte componente testimonial, que es imprescindible contextualizarla, conocer la circunstancia que la inspira y provoca. En los años veinte, Max Aub se mueve en los corrillos intelectuales de Valencia, Gerona y Barcelona, donde conoce a Fernando Dicenta, Juan Gil-Albert, Chabas, Sebastià Gasch, Esclasans, Joan Salvat-Papasseit, etc. De estos años años son sus primeras novelas y obras de teatro, ‘El Desconfiado prodigioso’, ‘Narciso’,’ Espejo de Avaricia’, etc. En diciembre de 1936 es enviado a París como diplomático adscrito a la legación española y –dato poco conocido- es quien gestiona el encargo y la compra del ‘Guernica’ de Picasso para la Exposición Internacional del año siguiente. De regreso a España, ocupa el puesto de secretario del Consejo Nacional del Teatro y en el 38 colabora con André Malraux en la realización del largometraje ‘Sierra de Teruel’, adaptación de la novela L’Espoir del escritor francés. A partir de 1939 pintan bastos para el bando republicano y se exilia en París. Denunciado y detenido como comunista,-y no lo era-, pasa por varios campos de internamiento, Roland Garros, Vernet, Marsella y Djelfa, en las altiplanicies argelinas saharianas. De este encierro es su estremecedor poema ‘Diario de Djelfa’. En 1942, Edmundo González Roa, cónsul de México en Casablanca puede convencer a un policía degolista y consigue sacarlo de Djelfa, camuflarlo en una comunidad judía de Casablanca y que embarque finalmente hacía México, donde permanecerá hasta su muerte. A España viene después en dos ocasiones, 1969 y en 1971. Son visitas agridulces de las que nos deja un dietario punzante, ‘La gallina ciega’.

80 títulos

Puestos a comentar algo de su obra que raya los 80 títulos entre novelas, cuentos, ensayos, teatro, poesía, crítica literaria, biografías, epistolarios, etc., nada mejor que hincarle el diente a su proyecto más ambicioso, ‘El laberinto mágico’, conocido también como ‘El laberinto español’ o sencillamente ‘Campos’; un ciclo novelístico monumental sobre la Guerra Civil española, formado por ‘Campo cerrado’, ‘Campo de sangre’, ‘Campo abierto’, ‘Campo del moro’, ‘Campo francés’ y ‘Campo de los almendros’. Conviene decir alto y claro que no es posible entender la literatura española de posguerra sin leer este prodigioso conjunto narrativo, singular por su riqueza temática, léxica y narrativa, por su amplitud ideológica, su intensidad emocional y su humanidad que, sin censura, no pudo publicarse en España hasta 1978, muerto ya el dictador. Max Aub, víctima y superviviente de la intolerancia y la violencia, siente la obligación moral de explicar lo que ha visto y vivido, no desde su sola memoria y desde un punto de vista personal que podría resultar engañoso y parcial, sino desde la vivencia y la visión colectiva del exilio. Aub es consciente del carácter inaprensible de la realidad que, lejos de tener una interpretación unívoca, tiene tantas como testigos tiene aquella. «Mi memoria no es del todo fiable y acudo a la de otros». Aub sabe que nadie ve todo igual y que es necesario captar la realidad desde todas las perspectivas posibles. A partir de aquí, construye su relato a partir de diferentes versiones, desde una heterogeneidad de registros, desde una polifonía de voces. El resultado es un relato poliédrico que no da una verdad única, sino una verdad múltiple y compleja: «Mis ‘Campos’ son literatura, pero son sobre todo crónicas testimoniales». La narrativa aubiana trabaja así con un juego de espejos y es dialogista, ambiental, más dada al mosaico que a la focalización. Más que héroes singulares, tenemos un entramado heterogéneo de personajes que se entrecruzan para ofrecer, al final, una visión global y calidoscópica. Más que la descripción superficial y anecdótica de la realidad, le interesa su médula, su entablado. De aquí que su escritura haya sido calificada de ‘realismo trascendente’. En una reveladora entrevista que le hace Rodríguez Monegal en 1967, el crítico uruguayo califica ‘El laberinto mágico’ como caudalosa novela-río que constituye el relato más importante y cierto que se ha escrito sobre la guerra civil española. Aub sufre durante toda su vida de aislacionismo, falta de lectores y, lo que más le duele, sufre la indiferencia y la hostilidad de la España oficial, pero en ningún momento tira la toalla. Toda su obra es un testimonio insobornable, sobrecogedor y, por supuesto, también una denuncia. Aub consigue en México ser un hombre libre, un escritor que no tiene que morderse la lengua. Pero es cierto que su voz se apaga sin el reconocimiento que merece y que entre nosotros su voz se ha silenciado, ha sido ignorada durante demasiado tiempo. Hoy no podemos dejar de reivindicarla como una de las más valiosas del siglo pasado. Y también del nuestro.

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