Arte&letras

Walter Benjamin, entre filosofía y literatura

Inquietante memorial ‘benjaminiano’ en el cementerio de Port Bou. | ARCHIVO MAGÓN

Inquietante memorial ‘benjaminiano’ en el cementerio de Port Bou. | ARCHIVO MAGÓN / Por Miguel Ángel González

Miguel Ángel González

Miguel Ángel González

Walter Benjamin (Berlín, 1892 – Port-Bou, 1940), filósofo y crítico alemán de origen judío, cuando el nazismo invade Francia escapa a España. Su idea es llegar a Lisboa y viajar a Estados Unidos. El 25 de septiembre de 1940, atraviesa los Pirineos con un grupo de refugiados, desde Banyuls-sur-Mer a Portbou. Siguen la ‘ruta Lister’ que en sentido contrario habían utilizado los republicanos españoles para huir de la represión franquista. Benjamin sólo lleva un maletín con sus últimos textos. Retenido por las autoridades españolas que pretenden devolverlo a Francia y la Gestapo, la noche del 26 de septiembre se suicida con una sobredosis de morfina. Un monumento del artista israelita Dani Karavan lo recuerda en el cementerio de Portbou, un pasaje propiamente benjaminiano que se cierra como la amenaza que no le dejó salida, pero que al final se abre en una puerta de cristal a la utopía, a un mar azul que es memoria y esperanza. Una bellísima metáfora matérica y una experiencia que da qué pensar.

Tuve mi primer contacto con el filósofo alemán gracias a la extraordinaria aportación de Vicente Valero en Experiencia y pobreza, un ensayo que me fascinó por su contenido y claridad expositiva, aunque confieso que me dio una excesiva confianza; porque al abordar las obras del filósofo alemán, vi la dificultad que tenía desenredar la madeja en la que Benjamín entreteje historia, vida, obra y circunstancia. Sus principales textos son una guisa de puzle, piezas fragmentadas de temáticas diversas, mística, cábala judía, fenomenología, marxismo, capitalismo, teoría del conocimiento, memoria, tiempo, lenguaje… Y si, como es el caso, se trata de un pensamiento asistemático y sin hilatura evidente que juega con metáforas, alegorías, aforismos, imágenes y paradojas, su lectura exige aplicación. Theodor W. Adorno comenta que «el modelo del pensamiento benjaminiano es el jeroglífico, con más símbolos que conceptos».

Más abordables son sus textos literarios, donde Benjamin trabaja la cotidianidad y la experiencia, sin perder por ello la reflexión, su tendencia al ensayo. Así ocurre en ‘Escritos autobiográficos’, ‘Infancia en Berlín hacia 1900’, ‘Relatos’, ‘Correspondencias’, ‘El Berlín demónico’, ‘La calle de dirección única’, etc. Incluso en la crítica literaria de Julien Green, Paul Valery, Kafka, Bertolt Brecht, Baudelaire, etc., Benjamin incide en los temas que le obsesionan. Es el caso del la comercialización del lenguaje que ha vaciado de contenido las palabras; la desinformación de un capitalismo salvaje que crea una opinión pública atiborrada de clichés que impiden la verdadera comunicación. En Kafka subraya la asfixia del individuo frente a una burocracia que raya el absurdo. Es lo que también ve en la obras de Nietzsche, Hölderlin y Brecht. Benjamin advierte que la racionalidad contemporánea genera irracionalidad. El supuesto ‘progreso’ del capitalismo es sólo barbarie. En una visita a Munich, visita la galería de Hans Goltz y compra ‘Angelus Novus’, un óleo de Paul Klee que le impresiona, una de las escasas posesiones de su buhardilla en París. En el cuadro vemos un ángel impulsado hacia el paraíso por un huracán que, al mirar hacia atrás, hacia el pasado, sólo ve ruinas, miseria y sufrimiento. El ángel –interpreta Benjamin- quiere detenerse y recomponer lo destruido, pero no puede, le impulsa una poderosa corriente que «es lo que nosotros llamamos progreso». La tristeza del ángel simboliza para Benjamin la visión que el materialismo histórico y los movimientos sociales deberían tener sobre un pasado que exige una redención que no se produce. El mensaje es sencillo: la historia debe ser una llamada de atención para que no se repita los horrores del pasado. Y rememorar sería dar voz a los que no la tuvieron, a lo abandonado en la escombrera de los vencedores, traer el pasado al presente, sin esperas, para construir, aquí y ahora, un futuro mejor. Se trata, en fin, de ver momificado el pasado y recuperarlo como algo vivo y útil para el presente. Se trata de avanzar desde el ayer, el mismo proyecto de retro-progresión que defiende Salvador Pániquer en ‘Asimetrías’.

El ‘Libro de los Pasajes’

Benjamin deja inacabado el ‘Libro de los Pasajes’ (Akal, Madrid, 2005) que había de ser el tuétano de su obra. Un texto abierto. Más de mil páginas que estaban lejos de su final. Y también extraño, construido con notas, citas, reflexiones, textos bíblicos, pasajes…, material disperso y, sin embargo, deslumbrante. Una maravillosa reflexión sobre el fracaso de la modernidad que no cumple sus expectativas de liberación humana. Una visión desencantada de una Historia sin sentido humano. Los pasajes de París, sus escaparates con el vértigo de sus mercancías, es el espejo en el que la burguesía había puesto sus ilusiones. Una metáfora del desencanto, del fracaso de lo que la ciencia y la técnica del siglo XIX prometían y un anticipo del desastre del XX, algo que ya vieron Nietszche, Freud y Marx. La utopía desemboca en pesadilla. La Historia, para Benjamin, está definitivamente perdida. El ‘Angelus Novus’, el ‘Ángel de la Historia’, avanza en una modernidad líquida de desolación y desesperanza que no ve salida. El único atisbo positivo está, sin embargo, en las posibilidades enterradas que el pasado atesora y que podrían ser una fuerza retroactiva en el presente. Benjamin, a pesar de todo, mira –quiere mirar- hacia el futuro, pero la realidad es la que es y su mesianismo, finalmente, expresa desesperanza, la imposibilidad de encontrar significado para un devenir que sólo tenía expectativas en sus sueños. De aquí su pesimismo y su melancolía. Si tenemos en cuenta que no podemos leer a Benjamin fuera del tremendo contexto que le tocó vivir, uno se pregunta si no habrá que leer a Benjamin contra Benjamin. Y si el ‘Libro de los Pasajes’ es la historia de lo que pudo ser y no fue, tal vez sería un error matar la esperanza. Él no la vio. No pudo verla. Y la única salida que tuvo fue abandonar el escenario.

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