Diario de Ibiza

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La historiaal servicio de las ideologías

«Cuando la ciencia histórica se convierte

en un discurso de parte parece condenada

a la marginalidad»

La historiaal servicio de las ideologías

La Historia como materia para encontrar información y explicación del pasado se convierte, muchas veces, en un arma ideológica para defender, con mayor o menor fuerza, posiciones de las que se deducen defensas de opciones políticas del presente. Desde la constitución de los estados nacionales se ha utilizado para fomentar y revalidar la pertenencia a una identidad y justificar sus trayectorias. Se une al discurso ideológico para intentar demostrar que apoyar tal o cual tema tiene sus raíces en la interpretación de hechos históricos que se presentan como indiscutibles y de los que se extraen conclusiones ineluctables. El caso más significativo en nuestro entorno lo vemos en una parte de la historiografía que se ha publicado en España y en los territorios que reivindican una nacionalidad propia. Cataluña es un ejemplo. Han puesto en circulación la deformación consciente de datos históricos para afirmar, p.e., que Shakespeare, Teresa de Jesús o Erasmo de Rotterdam, entre otros, eran catalanes. Una manera esperpéntica de contrarrestar lo que consideraban una imposición de una historia oficial, atribuida a un estado centralista y castellanista.

La historiaal servicio de las ideologías

Esa Nova Història se utiliza como un ariete para desbaratar la «adulteración» de la Historia de Cataluña dominada por el españolismo hegemónico de la Historia, y reforzar así la identidad catalana con orgullo de ostentarla. Proyecta sus explicaciones desde la Prehistoria a la época contemporánea, con inmersión en las etnias culturales en las que, afirman, los catalanes han sido hegemónicos. Incluso historiadores profesionales catalanes, defensores del nacionalismo y soberanismo independentista, la han calificado de pseudohistoria, por lo que representa de degradación de la profesión histórica científica que ellos sí desarrollan.

El Estatuto catalán

Por el contrario, desde otros puntos de España, especialmente entre las elites intelectuales, y desde que se fue haciendo visible la reivindicación nacionalista catalana a mediados del siglo XX, contrarrestaron la idea de una Cataluña con personalidad propia sin vinculación cultural, económica y social con España. Ya entre 1918-19, cuando la Lliga y otras entidades catalanas pidieron un Estatuto de Autonomía, las voces en contra se ampliaron de manera exponencial. El Estatuto suponía un paso más de la Mancomunidad catalana constituida en 1914 que coordinaba las cuatro diputaciones provinciales. Las diputaciones castellanas se reunieron para manifestarse radicalmente en contra del Estatuto. Ante la pretensión catalana se prodigaron artículos en diarios, conferencias y mítines, contra la especificidad estatutaria. Pero el tema se remonta a principios del XX.

Ya en 1901 se publicó Peligro Nacionalista: Estudio e impresiones sobre el catalanismo de José Martos -que fue gobernador civil de Lérida y tuvo responsabilidades en Filipinas- y J. Amado y Reygondaud, militar de carrera (capitán), escritor y político monárquico que luchó en Cuba contra los independentistas. El libro es una reacción y una advertencia contra lo que presuponían un camino hacia el separatismo. Partían de la Renaixença, el Memorial de Greuges de 1885, las Bases de Manresa de 1892, en un tiempo en que se estaba configurando la Lliga Regionalista, de ideología conservadora, creada en abril de 1901, que por entonces no cuestionaba la pertenencia de Cataluña a España. Para ambos autores, que vivieron el fin de las colonias, lo que estaba ocurriendo en Cataluña seguía el mismo esquema que la lucha cubana contra España. La construcción de una identidad empezó por la valorización de los aspectos singulares de la isla, de su cultura independiente de la española, fomentando un nacionalismo propio que demandaba un Estado. Cuando los empresarios catalanes perdieron el mercado cubano fomentaron en Cataluña la misma política particularista que según los autores desembocaría en el separatismo: «El catalanismo, como tendencia política regresiva que es, hábilmente disimulada con el disfraz del modernismo federativo (…) supone la preexistencia de la Nacionalidad Catalana, o cuando menos de su personalidad jurídica como Estado independiente de la Coronilla de Aragón» (sic) (p. 15). Y todo ello avalado por la Iglesia catalana: «El fanatismo religioso del pueblo de la alta montaña de la provincia de Lérida, hace que sean árbitros de sus destinos los curas párrocos, con los peligros consiguientes para la unidad de la Patria, dadas las ideas regionalistas de la mayor parte de aquellos sacerdotes» (p.40). Criticaban, también, a los partidos dinásticos -conservadores y liberales de la Restauración- por no percatarse del problema.

El nacionalismo españolista

Los relatos históricos se han intensificado en todas las direcciones desde entonces. Unos mantienen que Cataluña es una entidad diferenciada de España, una nación, con derecho a su autodeterminación. Otros defienden que sus lazos con España son permanentes y no cabe atribuirle tal derecho, es solo una región más que ha tenido el apoyo de los gobiernos de España para establecer políticas proteccionistas para su industria, con un mercado asegurado en todo el territorio del Estado. Estos últimos argumentos han ido acompañados, en los últimos tiempos, por un simbolismo de canciones, pins, banderas, pulseras, proclamas o revitalización de las glorias del pasado como el Cid, la Reconquista, la conquista de América o la deconstrucción de la llamada Leyenda Negra contra las supuestas indignidades que atribuyeron al Imperio Español de los siglos XVI y XVII. (léase el libro de Pablo Batalla Los nuevos odres del nacionalismo español, TREA, 2021).

Este nacionalismo españolista se ha incrementado a medida que el ‘procés’ catalán se convertía en un movimiento social y político, proclamando la República catalana y desbaratando lo que se creía asentado con el Título VIII de la Constitución del 78. El relato del independentismo catalán ha tenido, además, efectos multiplicadores, con sus singularidades y perfiles propios en otras comunidades como Euskadi, Galicia o Valencia. En esta situación una historia alejada de estos paradigmas, con un intento de ponderar los hechos y las interpretaciones, parece condenada a la marginalidad. Se la considera equidistante, sin comprometerse, y en todo caso respaldando la España actual. La Historia, entonces, se convierte, así, en una parte del discurso ideológico. Algo parecido a como está utilizando Rusia la Historia contra Ucrania y viceversa.

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