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Arte&letras

Diarios del eterno insatisfecho

Los cuadernos anotados por Rafael Chirbes en

veinte años reflejan los miedos y las inseguridades

de uno de nuestros grandes autores

Diarios del eterno insatisfecho

El lector puede sacar de los diarios de Rafael Chirbes (1949-2015) conclusiones que no siempre se extraen del resto de su obra, a no ser que medie el conocimiento sobre la vida atormentada del autor. En Chirbes domina la insatisfacción, no estaba a gusto siendo lo que era: uno de los mejores narradores y un analista lúcido del mundo que le rodeaba. La idea de que escribir es una carga pesada y que lo que produce resulta insuficiente, le empuja incluso al sufrimiento por ver si sufriendo sale algo mejor. Tampoco se conformaba, al contrario que hacía Sciascia, con proyectar la negra escritura sobre la negra página de la realidad, siendo a su vez un referente moral. Huía de la militancia ajena y de la propia. Digamos que se escondía. Jorge Herralde, su editor y amigo, escribió a propósito de ello: «Chirbes habla de las novelas en gestación como de un animal arisco, reacio a ser amaestrado. Pero al final la doma es perfecta, bruñida. Aunque mejor no decírselo así: le ha cogido manía a su propio estilo, exacto, cincelado, tan justamente elogiado. Quiere luchar contra él, escribir de forma más ‘incorrecta’ (y le ilusiona pensar que lo logra)».

Seis años después de su muerte, Anagrama ha publicado los diarios del autor valenciano escritos en diversos cuadernos desde 1985 hasta 2005, tomando como punto de partida los inicios, incluso antes de que viese la luz su primera novela ‘Mimoun’. De ellos, surge de manera conmovedora el ser humano en toda su condición, los miedos, las flaquezas, los achaques por la mala salud, la depresión casi constante, las insatisfacciones de la escritura y de la vida, los deseos, el sexo, las constantes depresiones, el cine, los viajes, la música y los libros. Chirbes no ha parado de leer, sus anotaciones lo confirman y también el rigor analítico con que juzga. Su dietario contiene el retrato de un escritor en lucha con sus temores, y también, de manera resuelta, su convicción ética y estética del arte y de la vida.

Renard, un esforzado y agudo autor de diarios, decía en 1890 haber construido castillos en el aire tan hermosos que se conformaba con las ruinas. El concepto que tenía de sí mismo Chirbes era muy inferior para dejar sentenciado en sus cuadernos algo por el estilo. Demasiado poco indulgente consigo mismo. Y de una honradez extrema.

Adora a Musil, al que relee con placer y admiración: sus diarios del hombre sin atributos. La monumental tragicomedia sobre Kakania la leyó por primera vez en la mili; empezó con ella en el campamento y la terminó en la centralita, donde hacía guardia, de un cuartel de zapadores. Le pasa igual con Broch y ‘Pasenow’, el primer tomo de la trilogía ‘Los sonámbulos’. El 26 de octubre de 2004 escribe: «Hoy no sé si por culpa del viento que, en esta casa en la que las ventanas cierran mal, lo removía todo, o por culpa de Broch, me he pasado la noche en blanco, sin parar de leer. Y era el mismo libro que otras veces. Seguramente, yo no puedo decir que soy el mismo lector». (pag.423). Y cada dos por tres aparece Dostoievski, del que todo escritor moderno, escribe, debería haber aprendido algo. Sus comentarios sobre el cine y algunos destacados directores son especialmente agudos, sus debilidades y gustos. Todo en las páginas de este dietario guarda un sentido esencial menos el ridículo grandilocuente y el chisme. Marta Sanz, prologuista junto a Fernando Valls, se encarga de advertir que no hay que buscar en estas páginas el morbo. La inteligencia, en cambio, enseguida se encuentra.

Paul Léautaud, anarquista de espíritu, como él mismo confesaba, y ferviente seguidor de Stendhal, mantuvo en 1933 uno de los diarios íntimos más descarnados sobre la relación con una amante: un intenso episodio de pasión amorosa y destructiva, al mismo tiempo. Aunque la cumbre literaria del intimismo se debe a André Gide, que almacenó su magma en un diario, desde los 18 a los 81 años que tenía cuando murió, en 1951. Testimonio de viajes y de momentos, documento histórico, reseña de libros y de amigos, el ‘Diario’ de Gide se ha convertido en un texto de referencia. Un buen día de abril de 1944 escribió en una avioneta camino de Gao (Malí): «Cielo blanco azulado. Empieza a hacer verdadero calor. Escala de media hora en El Golea. Conversación con dos muy simpáticos directores de correos y de la radio de dicho lugar. Uno de ellos viene del Congo. Bella armonía de las palmeras sobre la arena pura, que reencuentro con voluptuosidad».

Salvado sea Samuel Pepys, el diario es relativamente moderno, en cierto modo porque también lo es la conciencia individual frente al desplome. Pero existe, no obstante, desde hace tiempo una preocupación ordenada de anotar lo que sucede. Los diarios personales reflejan la primera reacción literaria frente a la vida, la soledad del individuo ante el derrumbamiento de las cosas: conservan la marca de lo inmediato. En muchos casos, como sucedió con el argentino Ricardo Piglia, sirven para entender mejor el oficio del escritor a través de un álter ego (Emilio Renzi) y se sitúan en el primer plano de toda una obra. La rebelión de esta palabra escrita no se desencadena en España hasta el siglo pasado con Pla y su ‘Cuaderno Gris’, González Ruano, Gil de Biedma o Barral. Ruano, que escribía las columnas de dos en dos o de tres en tres, con estilográfica y en un café, se libra de sus lastres periodísticos en el ‘Diario íntimo’ (1951-1965). Sintiéndose morir, acepta el final con elegancia y bohemia. «El terror es blanco. La soledad es blanca», anotó en las últimas líneas.

La soledad en Chirbes era la del sufrimiento que lo atormentaba en sus profundas depresiones; la idea de estar a oscuras en un cine, sentado en una butaca rodeado por la gente le causaba terror. Pero también pasear día y noche por su cuarto, como escribe el 30 de marzo de 2003. «Me tumbo en el suelo y aprieto la cabeza contra las baldosas. Si consiguiera distraerme en algo». (pag. 290) Una soledad terriblemente dolorosa.

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