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Arte&letras

Pintar el alma de la vieja Rusia

Ignacio de Llorens analiza La aparición del Mesías al pueblo, de Aleksandr Ivanov, icono de la pintura rusa

Alexander Ivanov. WIKIPEDIA Javier González Santos

Para un profesional de la historia del arte, un trabajo como el que nos brinda Ignacio de Llorens es una revelación (siguiendo un símil religioso, como religioso es el tema escogido para su disertación). Ceñidos a las formas y a los estilos, a las influencias y anticipos, para los historiadores, los artistas y sus obras solo tiene una lectura plana. Hay que variar el enfoque, dilatar el panorama; acercarse a una visión cultural más plena y, en consecuencia, más aproximada a lo que es el complejo fenómeno cultural. Por eso un ensayo como el que la editorial KRK nos ofrece en su dinámica y siempre sugestiva colección ‘Cuadernos de pensamiento’ resulta de lo más recomendable.

IGNACIO DE LLORENS Del mitos al demos KRK Ediciones, 77 páginas, 9,95 €

Llorens rememora con este trabajo un género cultivado tempranamente por el patriarca de la historia del arte español, el gijonés Juan Agustín Ceán Bermúdez (1749-1829), los ocios, así llamados. Un ocio es una reflexión desenfadada, aunque no por ello carente de seriedad, rigor y sana erudición, que trata de poner de relieve los aspectos más elocuentes y atractivos de una obra de arte o de un fenómeno artístico poniéndolos al alcance del interés de cualquier lector. Con ello lograba cultivar deleitando, una aspiración muy genuina de la Ilustración. Y esto es lo que experimentamos al abordar este agudo ensayo. Ideal para mentes ociosas y para ilustrar esos momentos vacíos y de desaliento que la calamidad de la pandemia y el consiguiente confinamiento nos han deparado. Un buen detalle.

La creación

En breves y bien escritas páginas, Llorens nos introduce en el problema de la creación al que se enfrenta todo artista: esta puede ser sincera y comprometida o, por el contrario, convencional y práctica. El pie para dicha reflexión es la explicación de la gestación de una de las pinturas icónicas y, por lo mismo, legendaria, de la escuela rusa del siglo XIX, La aparición del Mesías al pueblo, pintada por Aleksandr Andreyevich Ivanov (San Petersburgo, 1806-1858) a lo largo de un dilatado periodo que se remonta a 1833 y que solo concluirá en 1857, en vísperas de la muerte del artista. La gestación de este monumental cuadro que se exhibe en la Galería Tretiakov de Moscú cuenta, como recuerda Llorens en el ameno discurrir de su relato, con destacados testimonios literarios, una suerte de crónica intelectual de su hechura. Nikolai Gogol, primero, e Ivan Turguenev, después, fueron testigos y cronistas de este largo proceso creativo que arrastró y confundió la vida de su propio creador. Como recuerda Llorens, Ivanov se enfrentó al reto de dar forma e interpretar el tema de la revelación de la divinidad de Cristo a la humanidad, cuando Éste inició su vida pública al ir a bautizarse al Jordán por mano de su primo san Juan. Es decir, a representar un mito (siguiendo su terminología dialéctica) que ya tenía muchas y excelentes figuraciones previas, pero a partir de la experiencia de un artista que carecía de fe para poder transmitir ese ‘quid divinum’ que precisa toda obra religiosa. El ansia por conseguirlo supuso para Ivanov una prolongada dedicación, obsesiva cuanto dubitativa, que le llevó a convivir con la locura, con la manía de la perfección y de la responsabilidad, de la sinceridad, en suma, y, al final, morir con el deber hecho, pero con un resultado diferente al inicialmente pretendido.

La crisis creativa que Llorens relata es, en definitiva, la de la radical transformación de la sociedad occidental a lo largo de la primera mitad del siglo XIX. La de la secularización de la cultura, la de la autonomía e imperio de la ciencia frente a la religión; en fin, la del progreso que ha dado lugar al mundo actual.

Ivanov, como hijo de aquel tiempo, es agente y sujeto paciente de este acelerado proceso que acabamos de referir, y en la concepción y elaboración de su magna obra (el cuadro que lo inmortalizó y que permitió que su nombre no se sumiera en el reflujo de la historia) el artista, casi de manera inadvertida, da el paso a la transformación del viejo modelo representativo clásico y tradicional, basado en lo legendario (el mitos) al moderno concepto del fenómeno religioso desde la perspectiva de la historia. Y el resultado es bien diferente: el cuadro es elocuente y Llorens nos lo hace ver. Cristo no se revela, aparece, como se aparecen los seres en el devenir del tiempo y del espacio. Nada hay de milagroso ni de divino es esa pequeña figura que acaba de irrumpir en el horizonte de la escena, y eso es lo que deja perplejos a los individuos que en un compacto y ordenado friso acompañan al profeta, a Juan el Bautista, el único que conoce la naturaleza divina de aquel personaje que avanza, recortada su silueta en la distancia.

Esta transformación del icono, del asunto mítico, en un relato histórico en un espacio y tiempo precisos, como pone de relieve Llorens, debe su razón de ser a la ciencia, a la investigación histórica y a la famosa cuanto innovadora obra del teólogo alemán David Strauss, La vida de Jesús (1836), apasionadamente leída y asumida por Ivanov.

La transición rusa

Pero el cuadro, auténtico testimonio de su época, es algo más. Viene a expresar, como la literatura y el pensamiento ruso de su tiempo, el alma de aquella vieja Rusia del siglo XIX. La epopeya de la humanidad en la transición del mundo del Antiguo al Nuevo Régimen que en Rusia tuvo una singular y más traumática experiencia que en otros países cristianos y que antes de cualquier otra cosa, pasaba por la liberación de los siervos (lo que solo sucedió en 1861, muerto ya Ivanov) y de la conciencia de un pueblo ingenuo, sumiso, embargado de las vivencias supersticiosas de un cristianismo profundo, telúrico, razón de ser y de existir de ese pueblo ruso en la frontera más oriental de Europa.

Ignacio de Llorens (Barcelona, 1957) es profesor de filosofía, traductor, ensayista y gran conocer y apasionado de la cultura rusa, lo que le permite penetrar y trascender más allá de la mera contemplación y figuración de La aparición del Mesías al pueblo, un cuadro que Ivanov dejó como testimonio de su honradez profesional y de ese tiempo convulso y en transformación que le tocó vivir.

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