Una vecina de Sant Antoni que se las sabe todas presagió lo que iba a suceder: «Hoy no hay bendición de animales por la pandemia, pero Toni Riera no faltará. Seguro que ves a Sofía». Acertó. Sofía, un yorkshire diminuto, fue el único animal que ayer acudió a la misa (sí, estuvo en el templo, dentro de un bolso que portaba Toni Riera; nunca, en sus 14 años de edad, la perrita se había perdido una sola bendición) celebrada en la parroquia por la festividad de su santo patrón, este año reducida al mínimo en todos los sentidos: sólo estuvo presente esa mascota, no hubo ball pagès ni sonadors, sólo participaron 35 feligreses (el aforo está limitado a 115 personas) y como políticos únicamente fueron siete ediles de la corporación, el alcalde (Marcos Serra), el teniente de alcalde (Joan Torres, del PI) y el portavoz de la oposición (Simón Planells, del PSOE), entre ellos. Al contrario que otros años, no hubo políticos del Consell de Ibiza ni alcaldes de otras localidades. Y al párroco, Francesc Xavier Torres Peters, sólo le acompañaron tres obreros. Para cumplir a rajatabla las medidas contra el covid, ni siquiera fue el administrador diocesano, Vicent Ribas.

'Hasta San Antón, Pascuas son', dice el refrán, muy seguido en esta localidad, de manera que hasta ayer muchas familias no retiraron los adornos navideños. En el templo de Sant Antoni seguía instalado su monumental belén, pero por otra causa: uno de sus artífices, Marià Torres, exconseller de Cultura de Ibiza y exedil de la Corporación de Portmany, enfermó de covid e incluso fue ingresado en el hospital. «No lo hemos quitado para hacer ver que le tenemos presente. Otros años se quita antes, aunque hay culturas en las que no se retira hasta el 2 de febrero, el día de la Candelaria».

Si hace justo un año Torres Peters tiró de las orejas a los políticos por no poner remedio al estado de la fachada y la torre de la iglesia, este les agradeció, tanto al alcalde como a la consellera de Cultura ibicenca, Sara Ramón, su coordinación para emprender esa reparación, que era necesaria por estética y por seguridad, según el cura: «Se producían pequeños desprendimientos». Pero, desgraciadamente, esas labores no pudieron quedar acabadas para el día de ayer porque la pandemia hizo de las suyas: la mujer de uno de los trabajadores dio positivo, y aunque él fue negativo en el test de PCR, tuvo que permanecer aislado dos semanas, como su compañero de trabajo, que tampoco dio positivo.

«Qué tristeza», soltó la edil de Interior, Neus Mateu, al llegar al patio del templo acompañada por Joan Torres y toparse con sólo una decena de personas allí, al sol, entre ellas el alcalde, que explicaba cómo horas antes había recibido al piloto Toni Vingut, y daba detalles de su hazaña en el Dakar.

En un templo desangelado, el párroco reconoció «el ambiente de tristeza» que se respiraba. «Celebraremos esta misa con lo esencial, con sencillez, tal como era el piadoso san Antonio Abad», del que desgranó toda su historia, incluso cómo un cerdo (es negro, de pura raza pitiusa, el que está a los pies de su estatua en el presbiterio) le siguió eternamente sus pasos tras curarle. Torres acabó el sermón con un estribot: «Sant Antoni és un bon sant/ i es que té un duro li dóna,/ perquè guardi s'animal,/tant si és de pèl como de ploma».

A la salida del templo, los políticos del equipo de gobierno quizás se toparon con otra composición en verso, una glosa satírica que, desde el viernes (y para que se viera en esta festividad), se puede leer en un cartel de gran tamaño instalado en la valla del solar donde la familia Marí Prats impulsa el proyecto de construcción de un hotel boutique. Se titula 'Cançó trista de Ample Street', en referencia a la serie 'Hill street blues': «Un hotel està en projecte/ en aquest indret tant mort,/ sa familia i s'arquitecte a l'ajuntament vam jugar sort. / Tothom aprova l'inmoble/ que amb molta il·lusió empreníem/ amb sa idea que així as poble/ alguna millora duriem./ Pero pareix que a palau no mana/ ni batles ni funcionaris,/ donç sembla que no hi ha cap gana/ de llicencia d'obra donar-hi». El verso, que tiene tres estrofas más, es fruto de la desesperación de una familia que inició este proyecto hace siete años y que se ha topado con la burocracia y un planeamiento que, por desidia, no llegó a ser aprobado definitivamente y cuya tramitación se alarga hasta la extenuación. El propietario, aunque cree que en breve se arreglará, de momento ha dejado ese mensaje.