El aparcamiento tras la iglesia de Sant Joan ya está lleno antes de las doce y media, pero por la mañana se ha vuelto a habilitar el descampado que hay a continuación para los visitantes del mercadillo. Julio César es uno de los operarios que indican dónde estacionar, un trabajo que hacía casi un año que no ejercía. «En invierno pasado solo quedaron dos personas dando apoyo en el aparcamiento, pero el resto del año solíamos ser siete». (Ver galería de imágenes)

En la vuelta a la actividad de los vendedores, en una versión reducida para evitar contagios, son cinco las personas que ayudan a regular el tráfico. La plaza España, la zona principal del mercado, ha quedado acordonada para que solo se pueda entrar por las escaleras junto al Restaurante San Juan y salir por el otro extremo. En ambos puntos, dos controladores piden a los visitantes que se rocíen las manos con gel hidroalcohólico y también cuentan con mascarillas para regalar, por si alguien llegara sin protección.

El ambiente se ve animado, en comparación con las semanas anteriores, pero la gente está repartida y sin formar aglomeraciones. Mar Andrés es una de las responsables de la asociación de los artesanos que va recorriendo el mercadillo durante toda la mañana. «Hemos estado un mes y medio hablando con el Ayuntamiento para estudiar cómo organizábamos y distribuíamos los puestos». «Ha sido un rompecabezas».

Finalmente, de los 95 puestos que forman la asociación, cada domingo podrán instalarse 50 de manera rotatoria. Cuando no les toque el turno, algunos estarán «como suplentes, por si falla algún vendedor», mientras que otros se encargarán de organizar los accesos y el correcto funcionamiento del mercadillo. Como, en esta ocasión, le toca a Mar, que ya tiene ganas de volver la semana que viene con sus espardenyes y el resto de artesanía que elabora con esparto y ganchillo. «No he parado de trabajar durante el confinamiento, pero aún no he podido salir a vender, así que imagina el montón de stock que tengo en casa».

Consuelo también montará su puesto de ropa de seda la semana que viene, pero ahora le toca controlar uno de los accesos. «El mercadillo nos da mucha vida a nosotros y al pueblo, así que había muchas ganas de volver a la actividad», confiesa con evidente alegría. «Están viniendo, sobre todo, turistas españoles, también bastantes alemanes e italianos, pero ingleses se ven pocos».

Sin actuaciones

Sin embargo, se echa en falta uno de los principales atractivos de los domingos en Sant Joan antes de que golpeara la crisis sanitaria por el Covid-19: las actuaciones musicales. Junto a la zona donde se montaba el escenario, se encuentra el puesto de instrumentos y camisetas de Saigo Dicenta, uno de los responsables de la fundación y consolidación del mercadillo, que impulsó en 2012 junto con el ahora concejal de fiestas del pueblo, Vicent Torres, Vidal.

En marzo del año pasado, se constituyó la asociación de artesanos para llevar las riendas del mercado, pero Saigo continúa como responsable de la programación cultural. «Ahora lo reanudamos con todas las medidas de seguridad para que no haya aglomeraciones, estaremos dos o tres semanas sin actuaciones y después se verá si es posible volver a tocar», explica.

De hecho, ocho años atrás, Vidal y Saigo pensaban en montar una iniciativa cultural y artística para dar vida al pueblo, sobre todo en los meses de invierno. «El mercadillo se pensó después, como un aliciente más, pero fue tomando mucha fuerza hasta acabar siendo tan importante como las actuaciones», recuerda.

En el puesto de al lado, Gabriel no para de hacer zumos con sandía, zanahoria o jengibre. «La gente que viene todos los años está muy agradecida de vernos de nuevo», explica. Él forma parte del mercado desde sus inicios, cuando vendía zumos de limón con su madre. «Por una parte lo echaba de menos, pero también me venían bien unas vacaciones», bromea.

Los domingos en el pueblo

A pocos metros se encuentra Laurent, también conocido por el nombre de su negocio, El Señor de los Anillos, porque forja unos originales aros a medida con monedas, manteniendo los detalles de la acuñación. Muestra con orgullo el diploma al tercer mejor puesto que le concedieron el año pasado en Las Dalias y también vende en Punta Arabí. «Los mercadillos hippies me gustan mucho, pero este tiene el espíritu de domingos en el pueblo que encontrabas de pequeño, lleno de vendedores».

Coincide con él Anni, que expone sus plantas en el puesto Temple of Bloom. «Aquí encuentras mucha gente que trabaja en lo que le apasiona y viene a vender su producto», valora.

Las medidas sanitarias también se notan en los cuartos de baño junto a la iglesia, que se desinfectan después de cada uso. Su responsable, Jaume de sa Fontanella, no oculta su alegría «por ver vida en el pueblo de nuevo». «Muchos de estos artesanos dependen del mercadillo para vivir, yo también, y estar tantos meses sin ingresos puede hacerse muy difícil», indica.