Una pareja de muñecos gigantes con la vestimenta tradicional da la bienvenida a los centenares de personas que acuden a la casa pagesa para la fiesta de 'Feim barri, feim tradicions'. La presidenta de la colla de sa Bodega, Cata Prats, recuerda cuando ayudó a confeccionar los trajes, de casi cinco metros de altura, en el taller de costura de su madre y su tía en sa Carrossa, «hace 25 años». «Las joyas de la emprendada de la payesa quedaron muy chulas, pero las hicimos con botones o, incluso, con la cadena de un váter», admite. (Ver galería de imágenes)

La colla de sa Bodega se encarga este año de ofrecer la demostración folclórica en la fiesta, pero también participa la otra agrupación del municipio, la colla de Vila, en un taller de instrumentos musicales en uno de los tenderetes levantados en la finca. Cuatro jóvenes practican siguiendo las partituras recopiladas en el libro 'Sonar sa flaüta', de Josep Cardona. Entre los instrumentos tradicionales de madera, destacan tres metálicos.

Flaütes de aprendizaje

«Son txistus del País Vasco, que son muy parecidos porque también tienen tres agujeros y, como están afinados, van muy bien para aprender a tocar», explica Abelardo Coll. Cuentan con otra ventaja, ya que «pueden costar 30 euros, cuando una flaüta de baladre puede costar 250 o 300», añade. También se recurre para al aprendizaje a unas flaütes de resina elaboradas con impresoras en tres dimensiones por el herrero Jordi Vinyes. «En casa guardo una de Toni Pou, que era un artesano de Sant Antoni muy reconocido, pero mi hijo aprende con la de plástico porque si se le cayera la otra al suelo me daría algo», bromea Joan Planells, también en la colla de Vila.

Precisamente, en ese momento el folclorista de la colla de sa Bodega Toni Marí Rota explica en un escenario el método de elaboración de los instrumentos tradicionales. «Se llaman flaütes, no flautas, que son otra cosa», recalca. «Ésta tiene unas iniciales grabadas, T. T., porque la elaboró Toni Torres, y los bordados o dibujos que las decoran también se repiten en los otros instrumentos y en las cajas para guardarlos», detalla.

A continuación saca una pieza. «Esta castanyola estaba en Can Puvil, en Sant Josep, donde vivía el pintor Vicent Calbet», relata. Rota calcula que tiene más de un siglo y cuenta que la recuperó de la pira donde se iban a quemar las cosas que tenía el pintor en la casa tras su muerte en Japón, en 1994.

Rota saca otra castanyola que elaboró él mismo para su hijo hace 20 años -«pero el olor a enebro no se pierde»- y la compara con la de Calbet, un tercio más pequeñas. «Además, en los últimos años parece que se ha empezado una competición para ver quién talla unas castanyoles más grandes», apunta.

Escenario didáctico

Una cincuentena de personas sigue las explicaciones de Rota, con una capacidad didáctica digna de sus cuatro décadas como maestro. «Este escenario es una de las novedades de este año, con forma de porche de casa pagesa», destaca la concejala de Participación Ciudadana, Carmen Boned. También se subirá la cocinera Marga Orell para explicar una versión más ligera del sofrit sofritpagèsen albóndigas o la joyera Elisa Pomar para explicar el significado de las piezas de la emprendada

En el resto de la finca desfilan unas 300 personas entre los diferentes talleres, aunque los niños se agrupan sobre todo alrededor de los ejemplares de cerdos, ovejas, cabras y conejos que han traído los representantes de la Federació Pitiüsa de Races Autòctones (Fepira). También se encargan del taller de elaboración de sobrasada y botifarró con 120 kilos de porc negre autóctono. «Al igual que el cerdo ibérico, tiene la grasa infiltrada en el músculo, así que el embutido sale más sabroso», destaca el presidente de Fepira, Xavier Prats.

Junto a los matancers se encuentran unas artesanas de la asociación Eines i Feines trabajando con sombreros y mantones. Las personas interesadas en iniciarse en esta artesanía tradicional pueden asistir a los talleres que imparten en el local que les ha cedido el Ayuntamiento en la calle León. «Ya hace un año y medio que nos constituimos», indica su presidenta, Paquita Llorens. «Somos más, pero el resto está dentro de la casa preparando orelletes».

En la cocina se agolpan una veintena de personas a la espera de una nueva tanda de dulces, mientras cinco artesanas no paran de amasar y freír. Están tan atareadas que han escrito su receta de orelletes en una chuleta para los curiosos. Un kilo de harina, , medio de azúcar, 100 mililitros de aceite de girasol, una cucharada de grasa de cerdo, zumo de naranja y la ralladura de dos limones.

En el vestíbulo hay todavía más ajetreo con el taller de pan payés a cargo de Toni García, de Dulces con Sabor. Además de la masa madre, («la nuestra sólo tiene tres años aún»), aclara que la clave para una pan de calidad, que puede durar diez tranquilamente, «es el tiempo». «Nuestra fermentación más lenta es de seis horas, que es casi una jornada de trabajo».

Unos curiosos suben por las escaleras a la primera planta de Can Tomeu y sólo encuentran unas literas de la casa de colonias. Pero en un rincón se esconde un panel que explica la rehabilitación del edificio, con fotos de cuando estaba en ruinas y sin techo en buena parte de la casa. Allí se detalla que Can Tomeu aparece documentado en un plano de 1738, cuando se llamaba Ca n'Escandell de Tonio.