Baron Wolman recibió su primera cámara a los quince años, se enamoró perdidamente de la fotografía y no ha dejado de disparar las Nikon que han pasado por sus manos. «El click de la cámara es como el beso de un ángel», ha dicho alguna vez. Ahora tiene Wolman ochenta años y una carrera que le confirma como uno de los grandes documentalistas del rock and roll. Especialmente, de su edad de oro. Wolman fotografió la magia del primer festival de Woodstock -en el verano del 69-, fue durante muchos años el editor gráfico de la revista Rolling Stone y, la próxima primavera, se convertirá en el mejor padrino que podría tener Sueños de Libertad. El veterano fotógrafo estadounidense viajará a Ibiza para ser parte activa de la semana de cultura, musical y artística, que se vivirá en la isla.

La Plaza del Parque se reconvertirá durante ese tiempo en la 'Baron Wolman Square'. Allí se instalará una galería que mostrará lo más granado del trabajo del hombre que congeló la esencia de Janis Joplin o Jimi Hendrix en el esplendor de sus fulgurantes y cortas carreras. De Hendrix, dijo que era imposible tomar una sola instantánea mala. A Joplin la convenció para que le ofreciera un concierto privado (y a capela) en su estudio de fotografía como excusa para realizar una sesión a color que luego sirvió para ilustrar una de sus primeras cubiertas que firmó para Rolling Stone.

Precisamente, la instalación que se ubicará en la Plaza del Parque incluirá las portadas más emblemáticas que fotografió Wolman durante las décadas de los sesenta y setenta, además de una amplia selección de instantáneas tomadas en el festival de Woodstock. En los prados de Bethel, Nueva York, (una localidad situada a 90 kilómetros de la aldea que bautizó al festival, que acabó acogiendo el evento porque los habitantes de Woodstock se opusieron) se reunieron hace casi cincuenta años unas cuatrocientas mil personas para disfrutar de cuatro días de conciertos que cambiaron el rumbo de la música contemporánea y, quizás, también de la manera de vivir de la juventud occidental.

Wolman estuvo allí. Y no solamente encima del escenario, fotografiando a portentos de la guitarra como Carlos Santana. Durante aquellas jornadas de rock and roll, experimentación lisérgica, liberación de la mente y celebración de la vida, el fotógrafo se acabó de dar cuenta de que eran las grupis (y, también, los grupis) quienes realmente estaban cambiando la forma de vivir la música. «La manera de vestir de las grupis influyó muchísimo en la estética de las bandas. Incluso podías encontrar a fans que sabían más de música que los propios músicos», ha explicado Wolman en alguna ocasión. Esa fue la razón que le llevó a bajarse a ratos del escenario y empezar a documentar el lado más puro de una contracultura que, por utilizar un término actual, estaba convirtiéndose en viral en la sociedad estadounidense de finales de los sesenta.

Los márgenes de la industria

Los márgenes de la industria

Años de revoluciones que se quedaron a medias, de pacifismo ante Vietnam y la Guerra Fría y de un hipismo que nacía, en cierta manera, del mismo capitalismo cuyos valores criticaba y quería desmontar. Cuando fue a Woodstock, Wolman llevaba ya tiempo estudiando visualmente ese fenómeno. A mediados de la década se había trasladado a San Francisco. Estableció su residencia en el barrio de Ashbury, la zona cero de la movida junto al Golden Gate Park, donde se ofrecían muchos conciertos gratuitos de bandas que podrían o no saltar más tarde al estrellato. Algunas lo consiguieron. No muy lejos de su hogar retrató a los Grateful Dead de Jerry García en la escalera de una vivienda o a la Steve Miller Band en los bancos de un parque. Ambas bandas estaban formadas por greñudos que se habían criado no muy lejos de Ashbury. Wolman fue vecino de Joplin. Además de ella, por su estudio pasaron muchos rostros anónimos, muestra del afán que tuvo el fotógrafo por documentar los márgenes de la industria, los contornos que le daban sentido a que cuatro músicos se subieran a un escenario a tocar su repertorio. Wolman se cansó de fotografiar a muchísimas personas corrientes que compartían mucho más que una estética. Los fotografiados tenían en común, además de su pasión por el rock and roll, las ganas de vivir al máximo una época que ha llegado a nuestros días envuelta en mitos y leyendas.

Símbolo de libertad

Símbolo de libertad

La sabiduría de Wolman, un tipo simpático y locuaz al que le encanta reflexionar y bromear sobre las diferentes épocas que le ha tocado retratar con su Nikon, podrá disfrutarse en Sueños de Libertad. La presencia del fotógrafo en el festival hermanará de alguna manera el evento, que pretende recuperar la esencia de una Ibiza que fue refugio creativo para muchos artistas décadas atrás, con San Francisco, una ciudad que siempre ha sido sinónimo de isla de libertad dentro de Estados Unidos, la ciudad a la que siempre regresaba Wolman después de retratar en sus conciertos a personajes como Mick Jagger, Joan Baez, Frank Zappa, Jim Morrison, Miles Davis, Iggy Pop, Roger Waters o Pete Townshend, los mismos mitos que se quedarán unos días en Ibiza habitando las imágenes que se expondrán en la 'Baron Wolman Square'.