Un equipo de música bastante malo. Tres focos. Las sillas, cada una de una forma y un tamaño, prestadas de los colegios. Un escenario que apoyaba una de sus patas en el jardín de un vecino de Sant Josep. Una calle en pendiente como patio de butacas. Y una tela negra para evitar que el público viera, tras los actores, la carretera. En esas condiciones se estrenó, en junio de 1993, el Festival de Teatro Infantil, el popular Festín, que, organizado por el Ayuntamiento de Sant Josep, acaba de celebrar su 25 aniversario.

Silverio Marín, más conocido como Guisante, técnico de Juventud del Ayuntamiento que ha estado ahí estos 25 años, recuerda que el Festín nació como un festival para que los grupos de teatro escolar del municipio representaran sus obras de fin de curso. Él mismo impartía clases de teatro en algunos centros escolares y pensó que estaría bien que esas representaciones compartieran escenario y salieran de los gimnasios de sus centros. Aquel primer año hubo siete representaciones, todas ellas de grupos de la isla, la mayoría escolares: L’Urgell, Can Guerxo, Sant Jordi, Jesús, Es Vedrà i Es Cubells.

Mantuvieron aquel modesto escenario durante cinco años. Con cada edición, intentaban mejorar el escenario un poco más. Con imaginación, porque el presupuesto era muy ajustado. «Creo que, en aquellos tiempos, no llegaba a las 300.000 pesetas, unos 2.000 euros», recuerda. Así, el segundo año incorporaron unas velas, al siguiente unas gomas que hacían un juego visual, luego unas lonas gruesas con un montaje tan complicado que tuvo que pedir ayuda... En sólo dos años, las siete actuaciones de la primera edición se habían ampliado a 18 y en 1997 a 26. La compañía Kikiricaja, de Navarra, fue, en 1996, la primera en venir de fuera de Ibiza para participar en el Festín.Actores bajo las gradas

Actores bajo las gradasGuisante recuerda cada uno de los detalles de aquellos primeros años, tras los que tuvieron que mudarse al gimnasio del colegio L’Urgell, que fue la sede del festival durante otras cinco ediciones. Hubo que inventarse un sistema para cubrir los ventanales, que a las seis de la tarde de cualquier día del mes de junio dejaban pasar demasiada claridad para espectáculos de teatro. Explica cómo para ello necesitaba telas, escaleras, listones... Sus palabras y gestos mientras detalla cómo lo hacía recuerdan ligeramente al cómico Pepe Viyuela. Al año siguiente ya había inventado un sistema de poleas para que fuera más fácil. Lo mejor de aquellos años en el colegio L’Urgell fue la convivencia entre los participantes. Se cruzaban en los pasillos, donde siempre había alguien cambiándose para la próxima función. Algunos actores, incluso, llegaron a dormir debajo de las gradas del gimnasio.

A pesar del ambiente de camaradería que tanto disfrutaban participantes y público en el gimnasio, tras cinco años hubo que cambiar de nuevo de emplazamiento. «La carretera estaba muy oscura de noche porque no había luz, a los chavales los tenían que llevar sus padres en coche y, además, no se llenaba», justifica el técnico, que señala que, muchas veces, lo que ocurría era que el espacio se vaciaba al final de cada una de las actuaciones, porque la mayoría de los asistentes eran familia o amigos de quienes actuaban. Así, el Festín se mudó a Sant Jordi, su casa durante cerca de quince años. Antes de en la plaza, la carpa se montaba en un terreno en el centro del pueblo que les dejaba una vecina. «Era una carpa de circo, con un añadido, montarlo todo era un trabajo de chinos», indica el técnico del Ayuntamiento, que recuerda que ya entonces buena parte de las compañías que actuaban en el festival procedían de fuera de la isla. No fue fácil conseguirlo. Sobre todo por el caché de algunos espectáculos. Conseguir que lo rebajen es una de las tareas más complicadas a las que se enfrentan los organizadores cada año. Aun así, por el Festín han pasado grupos y actores de media España y de otros siete países. Esos espectáculos profesionales son, a su juicio, básicos. Hacen que los asistentes a las primeras actuaciones de la tarde se queden a las demás para ver a los profesionales. Además, sirven de inspiración a los actores locales, la mayoría de ellos muy jovencitos, que participan.

Traer grupos de fuera de la isla, más allá del encaje de bolillos que supone cuadrar el presupuesto (aquellas 300.000 pesetas de las primeras ediciones se han transformado en unos 40.000 euros), ha supuesto algún que otro percance. Guisante recuerda cómo, en 2014, tuvieron que construir, de madrugada y con lo que tenían a mano en el casal de jóvenes, la escenografía de un espectáculo de los italianos The Beat Brothers porque ésta no había llegado a la isla. Era un espectáculo de marionetas que requería unas tiras elásticas y un marco. «Sin ella no se podía hacer la representación», afirma. Así que los dos integrantes de la compañía, él y otra persona, crearon, a pesar del escepticismo de los actores, los elementos necesarios para la representación.

No ha sido el único imprevisto. Hace pocos años, una de las pequeñas actrices, que durante la representación pasaba tiempo sentada y en silencio, se entretuvo despegando la cinta aislante que, con mucha paciencia y al milímetro, habían colocado en el escenario como marcas imprescindibles para una de las siguientes actuaciones. Por más gestos que le hizo, la niña no paró, recuerda, entre risas, Guisante, que no puede olvidar el susto que les dio una de las pequeñas actrices que, al salir corriendo de la escena, en la oscuridad de la carpa, se equivocó de camino y chocó contra uno de los barrotes que la sostienen. Hubo que llevarla a Urgencias, al hospital, donde comprobaron que no era nada grave y, para la última función, la niña ya estaba de nuevo en la carpa, con un chichón, pero riéndose con el espectáculo.

La idea de la entrada «simbólica»

La idea de la entrada «simbólica»El técnico asegura que en ningún momento ha temido por la celebración del festival. Eso sí, reconoce que en alguna ocasión ha estado a punto de dejar de ser gratuito. La idea de cobrar una entrada, aunque sea simbólica, ha planeado por la cabeza de alguno de los equipos de gobierno. «Cobrar dos euros, por ejemplo, no te solucionará nada del presupuesto», reflexiona el técnico.

En estos 25 años no sólo ha variado el presupuesto, la cantidad de público, que con el cambio a Sant Jordi se ha multiplicado -«a más gente le queda cerca»-, el número de grupos que actúan en cada edición o los medios -«ahora tenemos un equipo de luz y sonido buenísimo»- también el ritmo. «Es espídico», define el técnico, que confiesa que organizar y cambiar las escenografías de todos los grupos que participan en una misma tarde no es sencillo. De hecho, explica, en más de una ocasión se han construido aquí elementos que, por sus dimensiones, era imposible trasladar a la isla, como camas de enormes cabeceros, lámparas, taburetes que aún están en el Xerinola o unas escaleras de cartón que debían aguantar varios saltos con un monociclo. Montar el espacio cada año, asegura, es como componer «un puzle». Y lo mismo con los espectáculos.

A eso, explica, le ayudan algunos de los artistas que han participado en otras ediciones. Uno de los que más colabora en esto es Gromic. El clown belga, uno de los artistas que más ha hecho reír al público del Festín, está siempre atento, cuando recorre el mundo para actuar, de los espectáculos que pueden encajar en la programación del Festín. Precisamente fue él, Gromic, quien, en la última edición, auspició un emotivo momento para el 25 aniversario, animando a todo el público a besar y abrazar a Guisante, alma del festival, quien, a pesar de que lo fundó, de que apenas duerme tres horas durante los días que se celebra, de que dedica meses a cuadrar el programa, de que se desvela esperando el sí de las compañías, de que construye escenografías, de que hace de tramoyista y hasta de actor cuando algún artista se retrasa, insiste en que no es imprescindible y que si él, en algún momento no estuviera, el Festín, continuaría. Guisante sonríe al pensar en cómo algunos de los «chavales» que actuaron en las primeras ediciones del festival llevan ahora, de la mano, a sus propios hijos. Y se le iluminan los ojos al pensar en las compañías que sueña con que, algún día, se sumen al elenco del festival: La Fura dels Baus, Tricicle...