En 'Médicos y remedios caseros de la isla', del 30 de junio, Miguel Ángel González se enfrasca en un «mínimo apunte», según sus palabras, de la situación sanitaria de la isla a mediados del siglo pasado. Tras comentar la de la ciudad, lanza esta afirmación: «Y peor era, con diferencia, la situación sanitaria en el campo. Sus gentes tenían que apañárselas como podían, y, si pintaban bastos, estaban obligados a bajar a Vila». He de decir que esta afirmación refleja muy poco la realidad. Porque en el campo la gente no tenía que apañárselas como podía, sino que estaba atendida por los médicos rurales, llamados de APD (Asistencia Pública Domiciliaria) o Titulares. Eran funcionarios de carrera de la Administración local, que accedían a su plaza por oposición. Sus responsabilidades en el municipio eran múltiples: velar por su salubridad, ocuparse de las campañas de vacunación€ y sobre todo ejercer la actividad curativa. Ésta era continua, pues estaban disponibles las 24 horas del día los 365 días del año. Así, era un trabajo de dedicación absoluta y de enorme exigencia, en el que se ponía en práctica una medicina cordial, modesta y de gran humanidad.

De la mano de estos médicos, llegaron al medio rural, subvencionados, los productos farmacéuticos. Éstos armonizarían con los remedios caseros que enumera el autor al final del artículo, escrito, en el fondo, con el objetivo de realzar los nombres de estos remedios y apelar a su capacidad de evocación, según mi criterio. Para ello, quizá tendría que haberse buscado otro contexto que no fuera excluyente e injusto.

Los médicos rurales, cuya presencia queda atestiguada en el carrer del Metge, de Sant Josep, no merecen habitar el olvido, sino la memoria de la isla, por la atención excepcional que dispensaron a las gentes del campo.