Llevo cinco años trabajando como enfermera de salud mental y tres años también de discapacidad física e intelectual. Desde que trabajo con discapacidad me he dado cuenta de que siguen contando con muchas barreras sociales, dañinas y excluyentes.

Reivindicamos y luchamos a diario contra la homofobia, contra la violencia de género, por la equiparación salarial entre sexos, etc, pero parece ser que no se lucha equitativamente por los derechos de los discapacitados.

Como enfermera, durante este periodo de tiempo he ido observando cómo se les trata en la sanidad pública y creedme que no es de la forma correcta y respetuosa que se merece cualquier persona.

He vivido situaciones que van desde no presentarse, hasta no dirigirse a ellos, e incluso, ante la impotencia de algunas situaciones, yo, personalmente, he acompañado en citas y hemos sido recibidos con caras de desagrado. Obviamente, ellos también lo perciben y son sensibles a estas reacciones.

En sus patologías,se derivan de un médico a otro, sin recibir diagnósticos claros y haciendo que pase el tiempo mientras las enfermedades empeoran sin que nadie asuma el control.

¿Acaso no son personas?

Muchos discapacitados no pueden mover sus extremidades y muchos otros no pueden hablar ni comunicarse, por lo que no pueden expresar de forma clara qué les pasa o dónde les duele, pero esto para los profesionales sanitarios no debería suponer una barrera.

Nosotros estamos formados y capacitados para ello, pero en caso de no estarlo, siempre podemos seguir formándonos, como me consta que hacemos a diario.

En nuestra profesión, debemos ser empáticos y eso supone que con discapacitados también.

Pretendo transmitir mis vivencias desde dentro y fuera del Ib-Salut y expresar que un discapacitado es una persona, como el resto, con unas necesidades diferentes a las de cualquier otra persona.

Aprovechemos la humanidad que tiene nuestro trabajo, que es muy bonito y gratificante cuando se hace bien.