Unos amigos de Bilbao acabamos de pasar una semana en Ibiza. La isla, su paisaje físico y humano, la amabilidad y el trato de su gente nos han cautivado desde el primer momento. Decidimos que era uno de los sitios con mas atractivo de los que hemos conocido. También hemos decidido no volver a esta maravillosa isla.

Tener que compartir espacio, tiempo y alojamiento con una jauría de perros rabiosos disfrazados de turistas, que sin ningún miramiento imponen su forma de divertirse no es precisamente nuestro ideal de ocio. Y no es que no nos guste la juerga o que pretendamos la tranquilidad de un convento. Pero no queremos como obligados compañeros de vacaciones a quienes saltándose las más elementales normas de convivencia, impiden el descanso y disfrute de los demás, convirtiendo su entorno en la pocilga que no tolerarían en su lugar de procedencia.

Capítulo aparte merece el tema de la atención al cliente que se da en algunos establecimientos hoteleros y apartamentos. Recepcionistas que no contestan a tu saludo, que ni siquiera te miran cuando te diriges a ellos porque están muy ocupados hablando con algún compañero y que, en algún caso, simplemente no saben castellano (no voy a entrar aquí con el resto de lenguas peninsulares, no vaya a ser que alguien se escandalice) y eres tú quien debes explicarle lo que él o ella debería entender perfectamente.

Lo sentimos por los sufridos residentes –gente maja y agradable– y por aquellos trabajadores que tienen que aguantar a semejante pandilla de impresentables que enturbian y degradan un entorno privilegiado.

Un abrazo Ibiza.