Los mitos también se reinventan o se adaptan a nuevos tiempos, en ocasiones a nuevas guerras en las que ubicar a los héroes y a los villanos. La historia se repite en un eterno retorno, el que ya planteara Nietzsche o el de Mircea Eliade, como si todo volviera a ocurrir aunque en circunstancias distintas; escrita otra vez, según la interpretación de Michael Ende en ‘La historia interminable’. Y la leyenda de la torre de ca sa Blanca Dona, origen del topónimo de toda la zona, puede ser un buen ejemplo de cómo se modernizan las leyendas, como si la historia se repitiera pero reescrita. En la actualidad, vecinos y propietarios cuentan que, durante la Guerra Civil, una mujer se ocultó en la torre para evitar ser prendida por sus enemigos, que antes ya habían matado a su marido. Al salir, finalmente, del torreón, la mujer estaba tan pálida por el miedo que, desde entonces, la torre y toda la finca fueron conocidos por el nombre de sa Blanca Dona.

Sin embargo, la Guerra Civil resulta un escenario demasiado moderno para explicar un topónimo que se remonta, como mínimo, al siglo XVIII. Y, de hecho, la tradición popular ha conservado una historia más antigua, otra batalla distinta, en la que el enemigo era un pirata moro, quizás negro, que, desde abajo de la torre, intentaba que una mujer blanca que se había refugiado en ella dejara de tirar aceite por las troneras y saliera de su escondite. Cuenta tal leyenda que el pirata prometía a la mujer no hacerle mal alguno si salía.

Es de las pocas que conserva toda su altura. Foto: Joan Costa

La torre, documentada ya en 1603 y de mampostería dispuesta en espiga, precisaría una restauración que a los propietarios les gustaría poder llevar a cabo algún día, a ser posible con la colaboración del Consell Insular. A pesar de su estado, eso sí, y tal y como destaca el arquitecto Juanjo Serra, «es de las pocas que permanece casi intacta desde el punto de vista tipológico: conserva toda su altura y el parapeto dotado con troneras para disparar con mosquetes y que permite el control de todo el perímetro de la torre».

Cuenta la construcción, concretamente, con cuatro troneras situadas de forma simétrica al parapeto y una quinta abierta casi a ras de suelo. Asimismo, se han preservado, al nivel de la azotea y sobre la puerta, dos ménsulas de madera que servían de soporte para un matacán desde el que poder controlar, a cubierto, el punto más vulnerable, y desde el que poder lanzar piedras o abrir fuego sobre los posibles asaltantes. «Conserva también buena parte de los materiales y acabados de su fase fundacional, lo que no siempre sucede», añade Juanjo Serra, que ha dedicado buena parte de su carrera al estudio de estas torres de defensa rurales.

Junto a la puerta de entrada de la torre de ca sa Blanca Dona aún se distinguen las marcas de dos cruces protectoras pintadas con cal y suma a sus especiales características el tono rosado del mortero de enlucido del paramento exterior, que, según la historia oral, se debe al uso, en su fabricación, de los residuos de la prensa de aceite de la casa. Y otra singularidad que apunta Serra «es que parece que la comunicación interior entre planta baja y primera no se hacía mediante trampilla, como es habitual, sino con una escalera de caracol, mientras que el acceso a la cubierta-plataforma sí se hacía a través de una pequeña trampilla». En la actualidad, las escaleras ya no existen y al piso superior y a la azotea se accede por simples escalas de mano. La torre se halla junto a la estrecha carretera que une Puig d’en Valls a la carretera de Eivissa a Sant Antoni, a la altura del polígono de Can Negre, y separada de la casa principal.