La Dama de Ibiza llama la atención en una de las vitrinas de la sala 15 del Museo Arqueológico Nacional: su halo de misterio, su singular decoración vegetal y su tamaño la hacen destacar entre las demás terracotas. Esta figura de los siglos VI-III a. C., identificada con la diosa Tanit, es una de las que se pueden contemplar en el museo de Madrid, que reabrió el pasado mes de marzo después de seis años de obras que lo han remodelado por completo. De ese tiempo, permaneció cerrado durante dos años y medio; la reforma fue sin duda más ágil que la del Museo Arqueológico de Puig des Molins, que necesitó la friolera de 18 años (y el centro estuvo cerrado todo este tiempo: una generación).

La colección

La importancia que alcanzó la colonia púnica ibicenca a partir del siglo V a. C. se pone de manifiesto en la disposición en el museo de la colección de más de 200 piezas procedentes de la isla, la mayoría de la necrópolis de es Puig des Molins pero también del santuario de es Culleram: varias vitrinas exponen decenas de piezas de todo tipo junto a paneles explicativos. El viaje en el tiempo hacia la Ibiza púnica obliga a pasar antes por la cultura talayótica, que se desarrolló en Mallorca y Menorca en el primer milenio antes de Cristo (en la segunda mitad de este milenio fue contemporánea de la Ibiza púnica) y que ha dejado testimonios como las tres imponentes cabezas de toro de bronce procedentes del santuario mallorquín de Son Corró (V-III a. C.) que cuelgan de la pared. Los famosos toros de Costitx, un icono de la cultura talayótica, fundidos hacia la misma época que en Ibiza la necrópolis de Puig des Molins alcanzaba su máximo auge (450-350 a. C.), cuando se abren 3.000 hipogeos (tumbas excavadas en la roca) en la colina que ahora rodea la ciudad moderna. Se puede decir que Ibiza siempre ha estado ahí: hace más de 2.500 años que la urbe se levanta sobre los restos de los pobladores anteriores. Una maqueta muestra los numerosos puntos donde se han encontrado hallazgos de la época púnica bajo las calles de la Vila actual.

Mientras los pobladores de Mallorca y Menorca llevaban tiempo enterrando a sus muertos en navetas, monumentales tumbas colectivas hechas con megalitos y que aún se mantienen en pie, grupos fenicios procedentes del levante mediterráneo se asentaban en Ibiza en el siglo VII a. C. y llevaban con ellos su culto a Astarté (la posterior Tanit cartaginesa), la diosa protectora de los navegantes. Después fueron sus descendientes, los cartagineses, comerciantes y colonos originarios del norte de África, los que desde finales del siglo VI a. C. se instalan en la isla, que crece a partir del siglo V y se convierte en una próspera e importante colonia púnica: sus principales actividades productivas fueron la fabricación de vidrio, vajilla de mesa y ánforas de almacenaje (que se extienden por todo el Mediterráneo), así como la explotación de metales y el comercio. Incluso, desde Ebusus se fundan factorías en Mallorca como Na Guardis.

Poco después, en el siglo IV a. C., la ciudad se amuralla, reacción ante una situación de inestabilidad en el Mediterráneo y de peligro frente a posibles ataques. Esta fortificación también revela la prosperidad de Ebusus: no todas las poblaciones podían afrontar obras monumentales tan costosas y que requerían una considerable mano de obra. La decadencia vendría a partir del 218 a. C. con la II Guerra Púnica, que convirtió a Roma en la potencia absoluta del Mediterráneo tras barrer a su enemigo, Cartago.

Divinidades púnicas

Las estatuillas de terracota se alinean en una de las vitrinas, dedicada a las divinidades púnicas: varias proceden de Puig des Molins, de entre los siglos IV-II a. C., y son ofrendas a la diosa Tanit, de cuyo culto hay numerosas evidencias en la isla, como el santuario de es Culleram, donde se han hallado rastros de sacrificios desde el siglo IV al II a. C. La ceremonia se completaba con la entrega de exvotos de terracota que se fabricaban en el mismo santuario, uno de los poquísimos púnicos ubicados en una cueva: el museo muestra tres figuras femeninas acampanadas que representan a Tanit y que se vendían a los fieles que ascendían hasta este monte cubierto de pinares frente al islote de Tagomago.

Estos exvotos se encontraron por decenas en es Culleram: de hecho, los payeses de la zona conocían y guardaban en sus casas esas figuras («muñecas», las llamaban) mucho antes de que se excavara el yacimiento a principios del siglo pasado con métodos poco ortodoxos pero contundentes: despejaron las piedras molestas a base de dinamita.

Además, llama la atención un naiskos (VI-V a. C.), una capilla votiva de tradición oriental encontrada en la necrópolis de Puig des Molins y en cuyo interior posiblemente se colocara la imagen de una divinidad; estas piezas se solían depositar en los santuarios a modo de ofrenda.

Dos vitrinas están dedicadas a la necrópolis de Puig des Molins: «La necrópolis arcaica de cremación, con una superficie de 1,2 hectáreas, confirma la importancia poblacional de la colonia fenicia de Ebusus», reza el panel. De hecho, este extraordinario cementerio situado en el corazón de Vila está declarado Patrimonio de la Humanidad desde 1999.

Una colonia muy próspera

La prosperidad de la colonia se refleja en las tumbas de sus habitantes: a partir del siglo VI a. C. aparecen grandes sepulturas y aumenta la calidad y cantidad de los ajuares funerarios, tal y como se puede observar en las piezas que exhibe el museo: ahí están las delicadas navajas de afeitar y los cuchillos con los que se preparaba al cadáver en su tránsito al más allá; los lécitos áticos, elegantes vasos griegos que contenían los aceites perfumados con los que se embadurnaba al fallecido en el cuidadoso ritual mortuorio; hay un espejo de bronce también de uso funerario, una lanzadera o aguja de dos dientes, un anzuelo y una punta de flecha, lucernas, vasos, un tintero, una copa de barniz negro y un ascos ático (vaso de uso ritual) con forma de caballo. Los púnicos en buena situación social se enterraban con joyas: en la vitrina están sus colgantes, pendientes, sortijas y collares. También hay una pequeña y delicada flauta y un jarro biberón de cerámica de algún pequeño púnico a quien Tanit no protegió lo suficiente.

Intensa actividad comercial

Los numerosos objetos procedentes de Grecia son la evidencia de la actividad comercial que mantenía la Ebusus púnica; también hay otros con iconografía egipcia, como escarabeos o el ojo sagrado de Horus, entre otros muchos, que los púnicos seguían utilizando como amuletos mágicos 2.500 años después de que lo empezaran a hacer las gentes del Nilo.

Otra vitrina está dedicada a los ajuares hallados en Puig des Molins: alrededor de la emblemática Dama de Ibiza, se disponen collares, máscaras de terracota con gestos grotescos, pendientes y arracadas, campanillas, ungüentarios de pasta vítrea que posiblemente habían acompañado hasta la tumba a personajes importantes, dado que se trataba de artículos de lujo que aportaban distinción. También hay un huevo de avestruz profusamente decorado, ofrenda sagrada con la que los apenados allegados simbolizaban el principio vital y de resurrección: la frágil cáscara encierra el hálito vital con el que los muertos pueden regresar a la vida. Estos huevos contenían ocre, que representaba la sangre y ha sido una sustancia ligada a rituales funerarios en distintas culturas en épocas muy diferentes: hasta se ha encontrado en enterramientos neanderthales.

Una pareja se detiene ante la mano de terracota que alguien depositó junto a un difunto en una tumba de Puig des Molins. «Mira, exvotos como este se encuentran también hoy en día en muchos santuarios», comenta el hombre. Con manos como esta, pies, cabezas y otras partes del cuerpo, los antiguos invocaban la ayuda de la divinidad ante la enfermedad y la desgracia. Algunas cosas no han cambiado tanto en los últimos 2.000 años.