El agua que sale del grifo en Santa Gertrudis no se puede beber. Tampoco se puede utilizar para cocinar. Así se lo comunicó hace diez días Aqualia a los vecinos y comerciantes del pueblo, algunos de los cuales rabiaban al verse obligados a cargar garrafas de agua. En la notificación, el servicio de aguas municipal señala que en los últimos análisis se han detectado «concentraciones elevadas de sulfatos y cloruros en el agua extraída de los pozos de la zona y que se distribuye a través de la red de distribución de Santa Gertrudis». Aqualia califica el agua como «no apta para el consumo» y señala que no se puede emplear «para la bebida ni para la elaboración de alimentos».

«Es una p...», se reprime Cati Planells, una de las dueñas del restaurante Santa Gertrudis. En la sala del fondo, que en verano apenas se utiliza, su cuñado dejó a primera hora de la mañana 16 garrafas de agua de ocho litros (lo que vienen siendo 128 litros de H2O en perfecto estado para el consumo humano) con las que las cocineras comenzaron a preparar el menú. A media mañana, en el salón únicamente quedaban seis garrafas, es decir, que ya habían consumido 80 litros de agua. «Tenemos muchas más en el almacén, aquí no podíamos tenerlas todas», comenta María, hermana de Cati y esposa del hombre que las ha aprovisionado de agua.

«Que nos pase esto el 15 de agosto, en plena temporada, nos parte por la mitad», critica Cati, que confiesa que aunque ahora lo tiene «asumido», cuando le llegó la notificación se llevó las manos a la cabeza. «Si esto ocurre el 15 de diciembre no sería tanto problema, pero que ocurra justo cuando más gente hay...», lamenta. Lo que más preocupa en el restaurante es que Aqualia no haya especificado durante cuánto tiempo no podrán utilizar el agua en la cocina. «Si son unos días podemos ir tirando con las garrafas, pero si va a durar más deberían decírnoslo, para que busquemos otras alternativas», considera.

Pagar garrafas

«En realidad, casi nadie bebe agua del grifo, pero para cocinar sí que se utiliza», reflexiona. El coste de las garrafas con las que van a tener que cocinar y preparar los cafés es otra de sus preocupaciones.

Manuel Mancheño, vecino de Santa Gertrudis desde hace 25 años, no tarda ni medio minuto en protestar por la calidad del agua en cuanto escucha la conversación sobre la prohibición. «Aquí el agua es mala siempre, no sólo ahora. Si lo notas hasta cuando te duchas», comenta antes de confesar que el problema no le afecta, ya que él dispone de agua de cisterna en su vivienda para el uso cotidiano.

Justo al lado, en el popular Can Costa, el encargado reconoce que no están especialmente preocupados, ya que, asegura, no cocinan y no utilizan el agua «ni para lavar los tomates», que afirma que ya llegan limpios, y directos para partirlos y restregar en el pan. Algo similar explica Monica Panzer, de la heladería Zero Gradi. Solo utilizan el agua para elaborar los helados de frutas y, además, prefieren comprarla en lugar de utilizar la del grifo. A pesar de esto, la heladera confía en que la prohibición del consumo de agua de la red pública no se prolongue demasiado, por los vecinos y las cafeterías y restaurantes que usan el agua para cocinar.

«Por suerte tenemos una cisterna en la que caben tres camiones de agua», explica Sebastián Olivieri, propietario del restaurante Passatemps, que tiene la notificación de Aqualia detrás de la barra, en la zona destinada a los camareros, que también la han leído. Uno de los grifos de la cocina, del que cogen el agua que utilizan para guisar, está conectado con la cisterna. Agua buena es también la que usan para el lavavajillas y la cafetera. «Lo hacemos principalmente por la cal», indica Olivieri, que lamenta la situación de los vecinos, a los que no queda más remedio que comprar agua embotellada, además de para beber, para cocinar.

Con agua del grifo

Los encargados de algunos restaurantes y bares se mostraron muy reacios a hablar sobre el problema del agua. «A ver si ahora la gente va a pensar que pueden intoxicarse y van a dejar de venir. Estamos a mitad de agosto, no podemos permitirlo», comentó, de malos modos, el responsable de una cafetería del centro. Él, al igual que el personal de otros dos establecimientos, no quiso especificar si están cocinando con agua del grifo o han buscado alternativas.

De hecho, en un restaurante de tapas, el cocinero se preocupa cuando se le comenta que el agua no es apta para el consumo. «¿De verdad?», pregunta, alarmado, mientras llama al propietario, que sale de la cocina, donde en ese momento están comenzando a preparar los platos del mediodía. El dueño, mucho menos desasosegado que su empleado, asegura que no ha recibido notificación alguna de la empresa suministradora y que seguirá usando el agua del grifo mientras no le comuniquen nada.