Marcos Torres Walker ha captado más de 8.000 fotografías en las diferentes ediciones del festival Ibiza Jazz que ha inmortalizado desde 2000 hasta la actualidad. 25 de ellas, la crème de la crème, forman parte de la exposición que se puede ver hasta el 31 de agosto en el Claustro del Ayuntamiento de Ibiza. Una fotografía de Dalt Vila iluminada con los focos del Ibiza Jazz contextualiza una exposición en la que los protagonistas son los rostros, entre emocionados y concentrados, de los músicos que han pasado por el festival

-¿Comenzó a hacer fotos del jazz como encargo por su trabajo como fotoperiodista o por iniciativa propia?

-Empecé en el año 2000. Estaba en Última Hora Ibiza pero por entonces no era fotógrafo sino que escribía en deportes. Pero la fotografía me gustaba desde los 16 años. Hacía fotos y tenía mi cámara réflex, pero justo ese año estuve en Londres y me compré un objetivo de segunda mano. Y se me ocurrió probarlo en el jazz. No tenía ni idea, era la primera vez que iba a un concierto a hacer fotos. Tiré unos cuantos carretes, alguna foto quedó resultona y volví al año siguiente.

-Pero la muestra incluye fotos a partir de 2003.

-Fue a partir de 2003 cuando las fotografías comenzaron a tomar algo de sentido. Los primeros dos años estaba aprendiendo, no solo a fotografiar jazz sino a hacer fotos. Y sigo aprendiendo aunque llevo 15 años haciéndolo. Los que hemos trabajado en un periódico sabemos que, al enfrentarte a un tema que no has hecho nunca, necesitas al menos 20 minutos de aprendizaje, de estar allí, de ver cómo funciona lo que vas a fotografiar, cómo se desarrolla la actividad humana ‘x’ y, a partir de ese momento, decidir por dónde lo quieres atacar y prever lo que va a pasar. Con el jazz esto me costó dos o tres añitos [risas]. Con el tiempo la cosa ha ido mejorando y al final he conseguido pillarle el truquillo.

-Ha hecho fotografía de prensa, también desnudos artísticos y otros temas. ¿Qué peculiaridades tiene la fotografía de jazz?

-Como en cualquier fotografía de espectáculos, en el jazz es muy importante la luz. Pero la luz no la controlas tú. En una foto de exteriores sabes que a ciertas horas hay una cierta luz y te puedes adaptar.

Incluso en interiores puedes saber qué te vas a encontrar en un sitio al que has ido muchas veces. En el jazz y otros conciertos, la luz la pone otra persona y no sabes lo que va a hacer. Pero también sabes que la luz casi siempre es bonita y eso te da una cierta tranquilidad. Hacer este tipo de fotos es lo más parecido a pintar con luz. Además, hay otra cosa muy importante para mí y es que el jazz te da tranquilidad para concentrarte en hacer fotos. He hecho muchos conciertos de muchos tipos de música y esta es la única en la que, te guste o no guste, puedes hacer fotos con una tranquilidad y una concentración que no es habitual. En otros conciertos la música te pone de los nervios o te gusta tanto que te olvidas de hacer fotos... o la gente se pone histérica. Aquí el público es tranquilo, el ambiente es tranquilo y la música, al final, te da esa sensación que a veces tienes en casa cuando trabajas con una canción que te gusta de fondo. Con todo el respeto a los artistas, la música te da esa libertad de poder concentrarte.

-¿Pero el jazz le inspira?

-Lo bueno del jazz es que hay una relación muy directa entre el que toca y el que está mirando. El que toca disfruta tanto, está tan emocionado, que hace que te llegue la música aunque no la entiendas. Eso facilita también la fotografía, porque ellos se concentran muchísimo en lo que están haciendo. Se olvidan de todo y por eso ponen las caras que ponen y actúan como lo hacen. En un concierto de música clásica los músicos están serios. Están concentrados pero de otro modo, pendientes del director, leyendo una partitura... dan otras posibilidades de foto pero no el juego de un tío que cierra los ojos y empieza a hacer movimientos con la cabeza.

-Esa concentración se aprecia muy bien en la imagen que ilustra la portada del libro.

-Es Yaron Stavi, contrabajista de Gilad Atzmon. Es una de mis favoritas porque es muy particular, con esa cara casi de éxtasis, con ese haz de luz azul y otra luz amarilla en la cara... es una combinación muy chula.

-¿Se ha aficionado al jazz a raíz de ir a los conciertos?

-Siempre me ha gustado el jazz más sencillito, por decirlo de alguna manera, tipo Scott Joplin o cosas más estándar. El jazz más de vanguardia, que es mucho de lo que se oye en el festival, ya me cuesta más. No es que no me guste, pero reconozco que me cuesta entrar. Algunos conciertos me han parecido fantásticos pero en otros no he pillado nada. Trilok Gurtu, que está en otra de las fotos de la exposición, es un batería que hace un jazz muy particular pero me gustó. También recuerdo mucho el concierto de Mina Agossi. Me quedé hasta el final porque verla era algo espectacular.

-¿Tiene una foto favorita?

-La que más me gusta es la de Marcin Kaletka [saxofonista de Wierba & Schmidt Quintet] porque es un concepto un poco más arriesgado. La de Avishai Cohen también me gusta. Los contrabajistas y los baterías son los que dan más juego, se concentran y se dejan ir con sus instrumentos.

-¿Otros son más difíciles?

-En general, los pianistas. El piano se suele colocar de tal forma que es complicado que en la misma imagen se vean a la vez la cara y las manos, el teclado.