42.000 millas náuticas, casi dos veces la vuelta al mundo por el Ecuador, dos años y dos meses de viaje y decenas, cientos de anécdotas. La tripulación del ´Nirvana Formentera´, impresionante velero propiedad del empresario Isak Andic Ermay, dueño de Mango, amarrado estos días en Ibiza, ha vivido una experiencia única desde que partiera en su primera travesía importante el 22 de noviembre de 2008 de Ibiza rumbo a Canarias para dar la vuelta al mundo, uno de los sueños de Andic. Regresaron a Ibiza tras navegar directamente desde Cuba el pasado 10 de febrero, y ayer partieron rumbo a Barcelona para sacar el barco a dique seco.

Antes de iniciar este viaje de ensueño, la tripulación realizó varias travesías por el Mediterráneo para familiarizarse con el velero e incluso tuvo tiempo de recibir en Mónaco, de manos del príncipe Alberto, el premio al mejor diseño interior en la Feria Náutica del Principado. Y a fe que se lo merece. Amplitud, comodidad, buena distribución... El ´Nirvana Formentera´ es un velero que bien vale los cerca de 30 millones de euros que le costó a su dueño. Y en dos años y dos meses se ha convertido en la residencia de una tripulación fija de seis personas que se va completando periódicamente con otras cuatro.

Entre ellos está Amaya Orio Martínez (Ibiza, 1975), primera oficial y a cargo del ´Nirvana Formentera´ en ausencia del capitán, Javier Cid Forner (Barcelona, 1964), que al igual que su primera al mando y un marinero, Carlos Ruiz, tiene residencia en Ibiza.

Orio y Cid no solo han marcado la derrota del velero sino que incluso estuvieron presentes en su construcción en un puerto holandés. El capitán, un año antes de su botadura; Orio, seis meses antes. Se conocen hasta el último rincón de esta belleza de casco azul. «Es una maravilla y navega muy bien», afirman. Orio rememora en la salita destinada a la tripulación, ya en Ibiza, su relación con el barco, que no es su primer destino. A los 20 años empezó a trabajar en la isla en el mantenimiento de embarcaciones y, tras quedar literalmente «enganchada» por el mar, se fue a Alicante a estudiar patrón de cabotaje. En el 2000 se embarca en una motora de 31 metros propiedad de Andic Emery, con la que recorre el Mediterráneo y el Caribe. En este destino coincide por primera vez con Cid Forner.

La casualidad ha hecho que la vida en el mar de Orio esté íntimamente relacionada con su lugar de nacimiento. Menuda, apasionada y dicharachera, endurecida por el implacable sol, el viento y el salitre, esta marinera ha hecho del mar su vida, y de esta aventura profesional destaca, además de los días, semanas de navegación sin costa a la vista, la convivencia con la tripulación. «A veces resulta difícil porque hemos llegado a estar absolutamente incomunicados con el resto del mundo, pero somos buena gente y todo ha sido fantástico».

Orio también valora los «dos años y tres meses» que se han pasado «conociendo países y otras culturas, y sobre todo el año y medio en el Pacífico».

Fantásticas Galápagos

En las aguas turquesa de este océano es donde vivieron la mayor parte de las anécdotas dignas de contar. Desde su estancia de más de un mes en las trece islas que conforman el archipiélago de las Galápagos (a 970 kilómetros de la costa de Ecuador), hasta su periplo por las maravillosas y recónditas islas de la Polinesia Francesa.

De las Galápagos todos coinciden en destacar la fauna, exuberante en variedad pero sobre todo en cantidad. «Cada mañana –relata Orio entusiasmada– nos levantábamos antes de lo normal para disfrutar del espectáculo. A mí me recordaba al día de Reyes, cuando te lanzabas hacia los regalos». El capitán alucinó con la pesca («nunca vi nada igual, asegura»), y todos con los tiburones. Orio lo cuenta divertida: «Recuerdo que un día, tras baldear la cubierta, decidí darme un chapuzón. Pero vi varias aletas dando vueltas al barco y me lo pensé mejor». «¡Se mojó con la ducha de abordo!», apunta riendo el capitán.

A pesar de la fama que precede a los escualos, Orio y Cid aseguran que resultan inofensivos. Al menos en las aguas de las Galápagos y tal vez porque tienen tanta comida que no necesitan atacar al ser humano. «Además –resalta el capitán–, somos muy grandes para ellos y tienen muy mala visión. Son más curiosos que peligrosos». Y Orio le da la razón: «He nadado con ellos y no me ha pasado nada. La verdad es que ahora me asustan más las medusas».

Comunidades indígenas del Pacífico

Del Pacífico el recuerdo es más humano, menos naturalista. El contacto con las comunidades de cada isla ha dejado una huella indeleble en la tripulación del ´Nirvana Formentera´. Como modernos tripulantes de la ´Bounty´ (cuya versión más antigua protagonizó Errol Flyn, también visitante de Ibiza, curiosamente), Orio, Cid y el resto de marineros, mecánicos y cocineros descubrieron un mundo aislado, romántico y bello «hasta el exceso» que todavía existe. «Parece mentira, pero en la mayor parte de las pequeñas islas el ´Nirvana Formentera´ era el primer barco que veían ese año», indica el capitán.

En cada una de las islas, el capitán estaba obligado a bajar a tierra y pedir permiso a la comunidad indígena para poder fondear en sus bahías, ya que ninguna dispone de embarcaderos. Y en cada ocasión, prácticamente una vez al día, se repetía la misma ceremonia. Cid lo cuenta, entre jocoso y ruborizado: «Les teníamos que regalar la raíz de un tipo de pimienta, llamada savu. Con ella hacían una infusión que teníamos que beber todos sentados en círculo. ¡El problema es que es alucinógena! Al final tenía que bajar cada día un miembro distinto de la tripulación porque no había quien resistiera eso».

En estas islas estrecharon lazos con muchas comunidades indígenas, que carecían prácticamente de cualquier lujo. «Aunque tampoco los necesitaban porque tienen comida abundante y buen tiempo todo el año», apunta Amaya Orio, quien explica que para abastecerse de cualquier cosa, estas pequeñas sociedades reciben un barco al mes que les provee de lo necesario.

Para confraternizar, habían hecho acopio en Nueva Zelanda de útiles y material escolar, que repartían entre los niños («tienen sus propias escuelas», destacan), aunque también dejaron aceite, gasóleo y todo tipo de bisutería. «Solo utilizamos el trueque porque para ellos no existe el dinero. A cambio de lo que les dábamos recibíamos comida, sobre todo fruta», añade la primera oficial.

El único ´pero´ que le pone la tripulación a tan magnífica experiencia es no haber podido entrar en aguas del Océano Índico, necesario para dar la vuelta al mundo. Abordo estaba el dueño con su familia y unas amistades, y la cautela era obligada. «Todos los barcos con los que nos cruzamos nos invitaban a dar la vuelta por la cantidad de piratas que hay en la zona. Este barco es realmente un caramelo para ellos. Sobre todo porque no corre demasiado».

Regreso desde Nueva Caledonia

Debido a esta circunstancia, desde Nueva Caledonia («donde las cartas de navegación no tienen nada que ver con la realidad», apunta el capitán), situada entre Papúa Nueva Guinea (al norte) Australia (al oeste), y Nueva Zelanda, (al sur), decidieron dar media vuelta y regresar hacia Panamá.

En esta ocasión, «chafados» pero animados al fin y al cabo, pusieron rumbo hacia Tonga, situada al sur de Tahití (donde pasaron un mes), y a finales de septiembre de 2010 navegaron hasta Bora Bora, otra vez en la Polinesia Francesa.

Desde este idílico destino pusieron rumbo hasta las islas Marquesas, prácticamente la última tierra situada entre las costas de Oceanía y el continente americano.

La última travesía en el Pacífico, hasta el Canal de Panamá, les llevó 22 días. Después visitaron Cuba, donde recalaron mes y medio, y en diciembre pasado decidieron atravesar el Atlántico. El 17 de enero partieron rumbo a Ibiza, donde llegaron, sin hacer escalas, el pasado 10 de febrero.

Ahora la tripulación, mientras el velero pasa revisión en dique seco en Barcelona, se dispersa parcialmente. «Ha sido una experiencia maravillosa, única, aunque finalmente no pudiéramos dar la vuelta al mundo».

En la popa del velero, amarrado ya en Ibiza, Orio evoca los recuerdos con la esperanza de que, algún día, pueda ver cumplido su sueño.