Primeros años turísticos

«La gente era honesta y si había algún cantamañanas enseguida se sabía»

«Como ya he dicho, la mayoría de casos que pasaban por las manos de abogados y procuradores en los años 50 tenían que ver con la reclamación de cantidades. Había poco dinero en aquel tiempo y a menudo algunos problemas para pagar las deudas, pero lo cierto es que la gente era honesta. Si había algún cantamañanas enseguida se sabía.

La gente era seria y muy pronto el dinero empezó a ganarse fácilmente. En realidad, el turismo de después de la guerra empezó a finales de los 40, me atrevería a decir incluso, para ser más preciso, que el 49. Empezaron a venir turistas de Bélgica y poco después también de la región del Sarre, turistas bastante ricos por cierto. Todavía recuerdo a la primera chica que conocí yo del Sarre. Venían en grupos numerosos, casi todo chicas. Iban casi siempre al hotel Ebeso. Me acuerdo todavía a qué hora llegaban: a las once y media. Solían divertirse en Sant Antoni, ya que Ibiza, hasta que se abrió Mar Blau, era un desierto, no había nada».

Casos de entonces

«En asuntos civiles, con un solo juzgado, nunca llegábamos a los doscientos casos cada año»

«Dejé de ser procurador y empecé a ejercer de abogado a finales de los años 60. Bien, había dos juzgados en Ibiza, el de primera instancia y el comarcal. Este último solía celebrar un juicio cada 15 días. Solían ser peleas, cosas sin importancia que muchas veces acababan con un sermón conciliador del juez –el juez Llano, que era muy buen juez– a los implicados. En cuanto a asuntos civiles, con un solo juzgado, nunca llegábamos a los doscientos en todo el año. (Recuerdo que se decidió que al que llegara al número doscientos no se le cobraría, porque antes la justicia se pagaba). Y la Audiencia venía sólo una vez al año para tratar delitos más graves.

No recuerdo que hubiera tampoco problemas, pese al turismo, con extranjeros. Ni peleas ni nada. Algunos te consultaban sobre cuestiones de terrenos y compra de casas. Los extranjeros podían comprar sólo hasta dos mil metros cuadrados en zona rústica. Mucha gente cree que esta ley era una ley franquista y es una verdad a medias. La ley viene de la República, pero fue una ocurrencia de Franco cuando estuvo en Balears de Comandante Militar, en los años 30. La finalidad era que los extranjeros no llegaran a ser los propietarios de las islas.

Se estableció un tanto por ciento de superficie en cada isla para las diferentes nacionalidades. Se necesitaba además el permiso militar correspondiente. Para ello había que enviar la solicitud y el plano del terreno. Podían comprar casas y ponerlas a su nombre, pero necesitaban también el permiso militar. Incluso para un piso en la ciudad necesitaban comunicarlo. Todo esto permaneció hasta después de la llegada de la democracia y afectó no sólo a Balears, sino también a algunas zonas de Galicia, Campo de Gibraltar, me parece que Canarias...

Tramité los papeles para Lord Robin Maugham, el escritor inglés que adquirió una casa en Santa Eulària. Yo era socio de dos ingleses, que eran constructores y les estaban arreglando su casa. Necesitaban un abogado y estos, claro, se acordaron de mí. Le visité en su casa con absoluta puntualidad, lo que le causó una gran impresión. Tenía la casa con cinco mil metros y quería escriturarlo todo. Yo le dije que sólo se podían escriturar dos mil. Él ya lo sabía, pero me dijo que este asunto lo arreglaba él por su cuenta en Madrid. Bien, yo hice el resto y efectivamente un día llegó el permiso.

Quedamos para firmar la escritura y Lord Maugham no llegaba. Al cabo de unas horas, llegó su secretaria para decirnos que habían tenido un accidente de coche y que Lord Maugham había llegado a la clínica inconsciente, pero que nada más recobrar la conciencia le había dicho que corriera para comunicarnos que no podría venir... Al cabo de unos días, cuando se puso bien, firmamos. Sé que eran unos cinco mil metros, más del doble de lo permitido, pero él había sabido mover sus influencias en Madrid».

La Sociedad General de Autores Españoles (SGAE)

«Antes decías que eras de la SGAE y se te abrían las puertas por todas partes, no como ahora»

«La primera ley en vigor de la Sociedad General de Autores de España (SGAE) era de 1941. Aquí, el primer representante fue Ildefonso Pineda, el propietario de la sociedad naviera en la que trabajab mi padre. Entonces la SGAE era una empresa de señores... Decías que eras de la SGAE y se te abrían las puertas en todas partes, no como ahora. Pineda decidió dejarlo y me propuso a mí, aunque antes vino un inspector de Madrid para hablar conmigo, supongo que para sondearme. Las condiciones eran extraordinarias, pues yo tenía un diez por ciento de la recaudación, entre otros beneficios.

La SGAE representaba a todos los autores españoles y extranjeros. A todos, porque entonces no era voluntario, como sí lo es ahora, que un autor puede ser o no de esta sociedad. Había que controlar que los bares tuvieran su correspondiente permiso y que lo renovaran, y entonces se me ocurrió implicar a la Delegación del Gobierno para que ejerciera este control. Yo me ocupaba de dar estos permisos a los bares que tenían televisión o a los locales donde había música en directo. La gente pagaba religiosamente, porque era fácil entender que aquellos derechos tenían un autor y que éste debía cobrar lo suyo. Nunca hubo un problema.

¿Qué está ocurriendo ahora? ¿Por qué hay tantas quejas y la SGAE recibe tantas críticas? Muy fácil. Hay jaleo sobre todo con el hecho de que para comprar un disco virgen haya que pagar también una parte a la SGAE por si se produce con este disco alguna grabación pirata...

Siempre intenté defender lo justo durante los cuarenta años que representé a la SGAE. Por otra parte, cuando la ley cambió y se hizo voluntario pertenecer a esta sociedad, insistí también a los músicos ibicencos, les mentalicé para que se hicieran socios y pudieran así participar de los beneficios.

En algún caso me encontré con situaciones en las que decidí no cobrar nada, a pesar de que me decían que tenía que hacerlo. Recuerdo, por ejemplo, que había una actuación en el parque Reina Sofía y dije que no había que cobrar nada. En Palma me decían que sí, que cobrara, pero yo insistí en que no se debía cobrar, porque yo sabía que el autor no pertenecía a la SGAE, por lo tanto no lo representamos nosotros.

El promotor no tiene obligación de pagar si el autor no ha pedido ser representado por la SGAE y, por lo tanto, ésta no tiene el derecho de cobrar. Ya no está en vigor la ley de 1941. Yo siempre tuve muy claro este asunto, pero lo cierto es que se dan muchos casos así, en los que se cobra a promotores por actuaciones de autores a los que en realidad no se les va a pagar nada.

Imagínense que una discoteca decide poner sólo música de autores que no pertenecen a la SGAE. No tendría que pagar ni un duro a esta sociedad. Y si los demandaran, seguro que ganarían. Bastaría con probar que estos autores no son socios.

Como es sabido, a muchos grupos no les interesa –y así lo indican en sus páginas de Internet–, ya que prefieren ser pirateados, es propaganda para sus actuaciones en directo, que es de lo que viven».

Casos de hoy: herencias

«Muchas legítimas ya no se pueden pagar con terrenos»

«En las últimas décadas, los problemas legales más frecuentes tienen que ver poco con los de los años 50 y 60. Por ejemplo, uno de los problemas actuales es el de las herencias. Y no por disputas familiares, sino por la forma de regulación de la ley, que ha dado lugar a sentencias de toda clase...

El problema gordo es la valoración de una legítima que, por distintas razones, se cobra ahora, después de una serie de años. ¿Cuál es la valoración de esta legítima, la de entonces o la de ahora? Muchas legítimas no se pueden pagar ya con terrenos, como se hacía antes, porque la unidad mínima, en algunas zonas de la isla, es demasiado grande. O no se puede segregar...

En fin, en esto han surgido problemas nuevos que han dado lugar a pleitos interminables.»

Pasión por el Derecho

«Desde su fundación en 1988 soy miembro de la Academia de Jurisprudencia y Legislación de Baleares»

«Siempre me ha gustado mi profesión. Desde que el médico Pujolet me dijo, cuando yo era un niño enfermizo y enclenque, que lo mejor para mí era ser abogado, siempre he sentido pasión por el Derecho. Tuve suerte en mi vida judicial cuando me nombraron, hace unos 12 años, abogado del Estado sustituto. Soy, además, desde su fundación en 1988, miembro de la Academia de Jurisprudencia y Legislación de Balears.

Durante casi once años fui presidente de la Sociedad Cultural Ebusus, en los años 70, en una época en que esta sociedad estaba muy viva y era muy dinámica en muchos aspectos. Tuve incluso una breve época de periodista, cuando todavía estudiaba Derecho por libre en Ibiza, a finales de los 40, y conservo el carnet que me hicieron en Diario de Ibiza, cuando lo dirigía Zornoza. Don Isidoro Macabich me pidió que formara parte de aquella redacción, junto con Manuel Guasch y Cosme Vidal. Apenas había noticias, así que era necesaria mucha imaginación. Lo peor era hacer los extractos de los largos discursos de Franco. A veces salíamos de allí a las dos de la noche. Y no cobrábamos nada.

En 1975 me casé con Margarita Monjó, una abogada mallorquina que, en cierta ocasión, me ganó un caso. Recuerdo que, cuando salí de aquel juicio, un poco herido por la derrota, pues yo pensaba que lo iba a ganar con seguridad, pensé: esta chica no me va a ganar ni un pleito más. Y me casé con ella...

Hemos tenido un hijo y una hija. El chico estudió también Derecho y ganó nada más acabar la carrera las oposiciones para secretario de administraciones públicas. La chica es oftalmóloga.

Me jubilé en el año 2006, pero todavía conservo la pasión por el Derecho y tengo sobre la mesa un montón de nuevas sentencias para leer y estudiar».