Unos gritos de emoción, unas carcajadas y varios comentarios jocosos en la lengua de Shakespeare. Es lo único que se oye a las once de la mañana del penúltimo jueves de mayo en la calle Mediterrània, en Platja d'en Bossa. Una zona sin bares de noche ni beach clubs, una calle tranquila si no fuera por lo que se oye en este momento y que es la antesala de lo que se nos viene encima. Un año más. Y ya van? Los gritos, las carcajadas y los comentarios salen de un balcón de un primer piso en el que acaban de desembarcar los primeros turistas de la temporada. Cuento cinco, pero al cabo de unos minutos se suman otros cuatro que salen de un taxi y que chillan de tal forma que no se sabe si son turistas recién llegados o guerreros de Braveheart errados de siglo. El joven que les entrega las llaves, lo veo y lo oigo todo desde la terraza, donde estoy disfrutando de la calma con una taza de café y un libro, les hace un repaso de las fiestas (no precisamente de las de ball pagès y orelletes), de las playas con música, de los after? Ni una sola mención a que el alquiler es ilegal, a que es un edificio residencial, a que deben respetar el sueño de los vecinos? Cuando el joven abandona el piso los nueve inquilinos ponen música a todo trapo. Blasfemo mentalmente en arameo. Pienso en los políticos que se llenan la boca diciendo que lucharán contra el alquiler turístico. Y se me llevan los demonios.

Mucho hablar, mucho debate en el Consell, mucha cara de consternación, mucha zonificación, mucho? Pero actuar? Nada de nada. Desde hace unos ocho años llevo soportando que mi vecina alquile su apartamento por días o semanas durante el verano. He perdido la cuenta de las veces que he llamado a la policía, desesperada, de madrugada, porque parecía estar durmiendo en una discoteca y no en mi cama. Por cierto, que ni una sola vez han venido a parar la fiesta. De las que me he tenido que enfrentar a los inquilinos porque se divertían arrojando las latas de cerveza vacía a mi terraza. De los agujeros de colillas en mi sombrilla. De la peste de las bolsas de basura abandonadas en el portal. De quitar del suelo plásticos en forma de círculo en los que se vende la droga para que los niños no los confundan con el envoltorio de una piruleta.

El año pasado vi el cielo abierto cuando el Consell de Ibiza anunció que habilitaba un correo para poder denunciar los alquileres ilegales. Ilusa. No sé por qué en ese momento confié en que serviría de algo. Denuncié. Me contestaron que necesitaban pruebas. Envié los enlaces de este piso y, ya de paso, los de otros de la urbanización que se anunciaban en Airbnb, Homelidays, Booking? Me contestaron preguntándome si podían usar mis datos en la denuncia, que era más fácil que prosperara. Les dije que sí podían. De hecho, si me hubieran pedido mi grupo sanguíneo, una garra de dragón y a mi primogénito creo que se lo habría entregado. Todo por poder vivir tranquila en mi casa en verano y por no tener que ver, cada mes de mayo, las lágrimas, desesperación y ansiedad de los inquilinos de invierno echados a la calle.

Ni mi denuncia ni las de muchos de mis vecinos han servido de nada. Es penúltimo jueves de mayo y ahí están, nueve turistas en un piso de menos de 70 metros. Han pasado varios días y las noches están siendo entretenidas. Jaleo de borrachuzos hasta pasada la una de la madrugada y jaleo de borrachuzos colocados de vuelta pasadas las seis de la madrugada. Todo aderezado con gritos y musicón, por supuesto. Que no falte de nada.

A pesar de esto, he visto la luz. Están pintando el edificio y el otro día, unas turistas muy enfadadas comenzaron a increpar y hacer fotos de los pintores. Estaban indignadas. ¿Cómo osaban perturbar sus vacaciones? ¿Cómo se atrevían a estar haciendo su trabajo mientras ellas disfrutaban de su relax piscinero? Cuenta radiopatio que amenazaron con colgar las fotos en Airbnb, hacer muy mala valoración de los pisos en los que se alojan, denunciar que no se puede estar tomando el sol mientras ellos andan ahí, colgados, dando color a las terrazas, que no se puede dormir la mona en la hamaca con el ruido de la grúa arriba y abajo? Que las cuelguen, que se quejen, que denuncien, que protesten, que dejen bien claro que jamás volverían a alojarse aquí. Es parloteo igual. Pero seguramente será mucho más efectivo que todo lo que hacen las instituciones. Perdón, lo que no hacen.