Cada día oigo más voces de nostálgicos de aquellos tiempos en que los hoteleros hacinaban a sus trabajadores de temporada como ganado en sus establecimientos, amparados en la necesidad de tantas familias peninsulares. Andaluces sobre todo que contribuyeron enormemente al desarrollo turístico de Ibiza y que a menudo echaron raíces aquí sin lograr quitarse nunca el sambenito de ´mursianos´. Pero todo eso pasó, dicen. Progresamos, nos coronó el éxito y ahora que estamos en la cresta de la ola, como recompensa, disfrutamos de un sueldo inferior a la media nacional, unos precios que ahogan los hogares y unos servicios públicos risibles. Pero lo peor es el drama de la vivienda, mercado que ha alcanzado tales niveles de infamia que resultan difíciles de creer. Es indigno ofrecerle a la gente que viene a trabajar cobertizos, barracones, literas apiñadas o hasta ´camas calientes´ como única opción asequible. En esta isla donde corre el dinero a espuertas, hoy hasta los zulos infectos en los que personajes como el empresario Fernando Ferré metían a sus empleados, despiertan la envidia de los desesperados que ven peligrar su medio de vida porque no encuentran un techo que les cobije. Una canallada que debería sacarnos los colores y que, sin embargo, denunciamos con la boca chica porque, en un sitio tan pequeño, la mayoría conocemos a alguien que se lucra con alquileres abusivos o en negro. Sigamos así y la avaricia de unos y los silencios cómplices de otros nos harán sus víctimas mañana. Los profesionales que necesitamos tienen toda la razón al no querer venir a Ibiza.