Hace años esta isla acogía a cualquiera. Sin mirar procedencia, raza o credo. Sin que importaran sus ideas, inclinaciones, filias o fobias. Lo único que exigían Ibiza y los ibicencos era tolerancia y respeto. Libertad pero con educación, sin molestar al prójimo. Pero la globalización y la avaricia están acabando, si no han acabado ya, con esta historia de amor de la isla con la tolerancia. Una relación de la que presumíamos y hacíamos bandera los ibicencos en cuanto abandonábamos los preciosos límites costeros que enmarcan este pedazo de tierra único. Todo cambia y no siempre para bien. Ibiza está 'que lo peta' en el mundo. Ha sabido reinventarse, una vez más, y se ha convertido ya en el destino preferido de los millonetis. Esta evolución económica está provocando también una involución social. La isla se ha convertido en una gigantesca residencia temporal para privilegiados y está dando la espalda a quienes realmente hacen posible que la rueda siga girando: profesionales de todos los niveles abandonan la isla o deciden no venir a trabajar porque, sencillamente, no les interesa económicamente. Perdimos la guerra el día que asumimos que alquilar una habitación por 500 euros al mes es un chollo. ¿Dónde queda la dignidad? Viva la evolución...