Apreciado señor presidente: soy más ibicenco que las algarrobas y de derechas desde que era un garrido y ahora que usted ocupa el Consulado del Mar, mi vida es una dicha. Por fin, gracias a usted, señor José Ramón Bauzá, así pronunciado con la zeta, vamos a acabar con los pérfidos catalanistas, que mal fin puedan hacer. Yo, como ya le he dicho, soy de los suyos. A mi hijo, que se llama José María por el añorado Aznar, solo le hablo en castellano y le enviaré a estudiar a Madrid (cuando el jovenzano me apruebe) no fuera cosa que en Barcelona se le empaltara algo o se me hiciera del Barsa, Dios nos en guarde. Claro que no sé si pasará la selectividad porque el Josemari, el año pasado, me suspendió ocho asignaturas de nueve, incluyendo las Matemáticas, el Castellano, el Inglés y la Gimnasia, ¡y todo por culpa del catalán! Mezquinito mío, cómo iba a saber despejar incógnitas o saltar al potro en esa lengua. Y encima, la profesora cuando fui a protestar, que no va la muy truja y me dice que mi hijo es un trozo de asno. Qué vergüenza, una maestra del Reino de Valencia hablando así de un crío que es más listo que la hambre. Mira si lo es de listo que llega el día del examen y no ha abierto un libro, porque dice que ya se lo sabe todo. También es mala suerte, tanto maestro valenciano y no hay ninguno blavero. De fuera vinieron que de casa nos sacaron.

Ahora mi mujer espera gemelada, porque yo, aunque en casa parezco la piedra de hacer truenos y todos me hacen befa, soy muy macho, y en mi juventud fui palanquero. Y no es por presumir, pero el Josemari, aunque es blanquito y rubio como un Buen Jesús y yo parezco un poco moro, es toda una escupida mía. Si nacen sanos y enteritos, a los gemelos les voy a poner José Ramón y Ramón José, por el aprecio que le tengo. Y también por honrar la memoria de mi padre, al cielo sea, que era muy de la broma y decía siempre que yo era una zapataza. Claro que a él le llamaban Pep, pero en mi casa solo se habla en cristiano, como a usted le gusta, y no habrá ninguno de Joan ni de Josep. De asnos, por cierto, dice mi mujer, la Eulèria, que es un poco roja y habla champurrado, que a casa nuestra ya vamos servidos.

Con los nenes no he esperado a que salgan del huevo y ya los he apuntado en el cole en castellano, ahora que gracias a su consejero Rafael Bosque ya se puede estudiar en la lengua del imperio, para que no me pase como con el mayor, que de pequeñito me cantaba en valenciano: «Tio Pep, tio Pep...» y cosas peores. ¡Si es que hay un harto de catalanistas por Ibiza! Y en Formentera son la piel del demonio, mala gente que habla catalán hasta en el Consejo Insular. Ya le digo, señor Bauzá (con la zeta), que hay un estofado.

Bueno, voy terminando la carta agradeciéndole todo lo que hace para acabar con la lengua catalana, porque mientras escribo hace un calor que abre piñitas y estoy empezando a enmolinarme. Le hago llegar también mi disgusto por las recibidas que le dan en los pueblos los radicales. Vaya muy alerta. Ya lo dice una amiga mía de Palma: «Estic estorada!», o sea, que está alfombrada, y yo también. Cuando venga por Ibiza, me lo hace saber, y le invito a una hervido de pez en el Pozo del León que se chupará los dedos. Y mi suegra le preparará unas orejitas para llevárselas a Mallorca.

Muchos años y buenos, en vida de todos.