María Ramón, de Sa Cova Sant Miquel, heredó de su padre, Antonio, su explotación ganadera de cerdo blanco (que es un producto muy apreciado y atractivo para los comercios de la isla que lo ofertan), cordero y pollo payés. Antonio inició su andadura ganadera al comenzar el milenio: «Yo he añadido el pollo pagès, pero el rojo, no el blanco», subraya la joven. En ese sentido, habló ayer en la mesa redonda de la incorporación del gall pagès, similar al pollo que se consumía tradicionalmente en la isla y que, según Josep Lluís Joan, «tiene un sabor más potente, más fuerte, no siempre bien aceptado por todos los paladares».

Cultiva sus campos, unas 50 hectáreas, para alimentar a sus animales, para lo que explota mucha superficie de secano. En ella siembra, entre otros cereales, variedades autóctonas como el ordi negre (tradicional y muy resistente a la sequía) y el blat mollar roig.

María Ramón considera que una explotación ganadera requiere una atención «constante y diaria». «En casa —confiesa la agricultora y ganadera ibicenca— no sabemos lo que son las vacaciones. La última vez que las disfruté, aún no tenía a mi hija y sólo duraron nueve días».

Tiene una máxima que respeta «salvo en casos excepcionales»: procura no tratar con antibióticos a sus animales. Durante la pandemia asegura que no dio abasto para atender los pedidos que tenía de pollo y cerdo, algo que no se esperaba inicialmente.

De los porcs blancs que cría Ramón «depende casi toda la producción de sobrasada ibicenca», desveló Joan.