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Confinados en un coche en Ibiza

Manuel Escobar posa junto al Ford Focus en el que vive y duerme (en el asiento del copiloto, tapado por dos mantas, aunque ayer sólo pudo dar un par de cabezadas). Es pintor y cobra 420 euros del subsidio, dinero que se le agotó hace días. Deberá esperar al viernes para recibir la siguiente ayuda.

El espacio en el que Manuel Escobar está pasando el confinamiento por la crisis del Covid-19 mide 4,4 metros de largo por 1,8 metros de ancho y 1,4 metros de altura. Realmente es algo menos, pues el motor del Ford Focus ranchera en el que vive ocupa buena parte del morro. La casa de Escobar, un enjuto granadino de 54 años de edad, tiene cuatro ruedas. El coche está aparcado en el mismo rincón de la explanada de ses Variades desde que llegó a la isla en diciembre en busca de trabajo. Es pintor (de brocha gorda). (Ver galería de imágenes)

Atrás, en Valencia, dejó a la Rafi, con quien la convivencia pasaba por malos momentos. Desde que llegó ha hecho «alguna chapucilla» que le permitió sobrevivir hasta que el coronavirus puso otra zancadilla a su vida. Cobra 420 euros de la prestación, que hace días se le agotaron. De hecho, dice que lleva un par sin un euro en el bolsillo y que deberá hacer malabarismos para aguantar hasta que el 10 de abril, el viernes, cobre otros 420 euros en su cuenta. Al desembarcar pensó en alquilar una habitación, pero en vista del mal estado de sus finanzas, desistió: «Son carísimas».

Asearse bajo un olivo

Asearse bajo un olivo

Con ese dinero se las apaña para comer. Para asearse abre las puertas del Focus a modo de mamparas, o lo hace cerca de allí, bajo un olivo. A simple vista se le ve impoluto, con barba de un día pero limpio. No pasa un día sin darse un poco de jabón y agua en las axilas e ingles.

El asiento del copiloto, debidamente estirado, le sirve de cama. Se cubre con un par de mantas. «La noche es lo peor, más que el día. Esta sólo he podido dar un par o tres de cabezadas. Luego me levanté. Es difícil soportar el confinamiento aquí metido. No paro de darle vueltas a la cabeza», cuenta a las 10 horas de la mañana. Acaba de abrir la puerta del piloto y ha encendido el motor diesel para cargar la batería de su móvil, que sólo sirve para llamadas y para recibir mensajes. Afortunadamente, Mohamed, que vive al lado en un Opel Combo, tiene móvil con Internet, lo que les permite estar relativamente informados de lo que sucede en el mundo: «Cada vez veo que esto se pone más serio. No puedo creer lo que está sucediendo».

Mohamed aún duerme en su furgoneta, cuya ventanilla derecha, reventada, ha tapado con un plástico negro. Este marroquí ya estaba aparcado en esa zona de ses Variades cuando Escobar desembarcó en diciembre. Se hacen compañía, charlan y se dan seguridad: si a uno le pasa algo, el otro le ayudará o llevará adonde necesite.

En la parte trasera, Escobar guarda una garrafa y, colgados de un asidero, un traje y una chaqueta. Además hay un par de bolsas con alimentos que los colaboradores de Cáritas le han llevado hasta allí. En cuanto cobre se comprará un paquete de tabaco, «de los baratos». Tiene mono porque hace un par de días se le acabaron los pitillos. Asegura que la Guardia Civil le trata con mucho respeto. Sus agentes se preocupan por él: «Uno me preguntó qué necesitaba. Le dije que me encantaría beber un zumo. Al rato me trajo tetrabricks y bizcochos».

Su mundo, ya de por sí complicado, se desmorona. Vino de la Península «porque allí no había trabajo, estaba todo muerto». Como hace años vivió tiempos mejores en Ibiza, decidió probar suerte aquí, hasta que estalló la crisis del coronavirus. Cuenta cómo, hace 20 años, formaba parte de una cuadrilla que trabajaba a destajo, 11 o 12 horas, las que fueran necesarias. Cobraba por quincenas, su jefe le traía unos bocadillos enormes que era incapaz de acabar, el salario merecía la pena y vivía en un piso.

En aquel aparcamiento viven decenas de personas metidas en sus coches o furgonetas. Muchas no se atreven a salir ni a estirar las piernas por miedo a ser abroncados. Abdelaziz acaba de levantarse de la habitación que ha creado en la parte trasera de su furgoneta Mercedes Benz blanca, que está hecho un guiñapo. Lleva alojado allí desde el 15 de noviembre de 2019, desde que llegó de Vélez-Málaga junto a Elkbir, que aún duerme al lado, en el interior de su furgoneta Ford, también destartalada. Ambos trabajaron en la obra (en Santa Eulària y es Canar) hasta que el virus lo paralizó todo. No saben aún que, probablemente, puedan regresar a sus empleos el próximo viernes.

Un colchón sobre cajas

Un colchón sobre cajas

Abdelaziz duerme con la ropa puesta y tapado con un par de mantas en un colchón colocado sobre cajas. Le rodean más cajas y ropa arrumbada sobre un par de estanterías. En la parte más próxima al conductor ha instalado una pequeña cocina, que enciende con gas butano, y un par de muebles de madera para meter sus escasas propiedades.

Acaba de calentar agua en un pequeño cazo para poder lavarse «al lado, bajo un árbol, donde sea». Lleva la ropa a una lavandería cercana. En Marruecos le esperan sus padres y sus dos hijos. Quiso volver a su país, pero se enteró de que era imposible: «Las fronteras están cerradas. Me gustaría regresar, pero no puedo».

Sólo un par de metros

Sólo un par de metros

Elkbir se despierta, pero continúa echado en su cama, un colchón Flex que reposa sobre un somier de láminas. Se tapa con una sábana y un par de mantas. A su derecha, a mano, tiene una botella de ocho litros de agua. Algo más allá, una bicicleta (tapada) para poder desplazarse y, junto a la puerta corredera, una pequeña esfera terrestre. Unos cartones impiden que la luz penetre por las ventanillas. Este año trabajó dos meses, hasta que hace dos semanas su obra echó el candado: «Me han dicho que me volverán a dar trabajo», dice aliviado. Quiso alquilar una habitación, «pero cuesta mucho dinero».

«Vivir así es muy duro, más cuando estás confinado y no puedes alejarte más de un par de metros de la furgoneta». Por ejemplo, todo se complica a la hora del aseo. Antes podía hacer uso de los baños de la obra. Ahora se lava en un descampado que huele a pis y caca de perro.

Diego y María son los decanos de ses Variades, donde residen desde hace 12 años en su caravana Mercedes Benz. Diego, de 64 años de edad, dice padecer cáncer de próstata, haber pasado un ictus y ser diabético. Le faltan los incisivos. Cobra 420 euros del subsidio, que sumados a lo que su pareja (trabaja de limpiadora) recibe por la baja les da «para vivir». «Tenemos tele, ducha y un váter ecológico. No necesitamos más», asegura. En la parte trasera cuelgan dos bicicletas.

Sólo salen a comprar y a tirar la basura. No se lleva bien con la Policía Local, que dice que le tiene frito a denuncias. Enseña siete que le pusieron los últimos meses, una de ellas porque ni su caravana ni su furgoneta (una Peugeot Boxer) tienen seguro. La Guardia Civil, afirma, es más benévola con ellos.

Un día nublado

Un día nublado

Al lado, Federico y Míriam, argentinos, juegan a las cartas dentro de la caravana Fiat Ducato en la que residen, que compraron por 7.500 euros. Fue el remedio que encontraron a la precaria situación provocada por los precios de la vivienda: «Cobraba 1.200 euros y pagaba 900 de alquiler, y encima en una casa de sa Cala de Sant Vicent». Llegaron a la isla desde Málaga en marzo de 2019: «En busca de trabajo. Soy electricista. Pero allí me dicen que como tengo 62 años, soy un viejo. Y no me dan empleo». Ayer cobró lo que trabajó en marzo. Míriam, camarera de piso, ni siquiera empezó la temporada: «El hotel ni llegó a abrir». No cobrará ERTE porque no es fija discontinua.

Cambiaron la casa en sa Cala por la caravana hace dos meses. Tienen ducha, televisión y son muy rigurosos con la higiene. Tienen un depósito de 100 litros de agua que rellenan en Sant Rafel «cada tres o cuatro días». Salen de la Ducato sólo para eso («si hay algo de lo que no nos privamos es del agua»), para comprar y para ir al súper.

Tiene enganchada la caravana a una Renault Kangoo de su propiedad para poder cargar la batería: «Ayer fue un día muy nublado. Nos quedamos sin energía. Pero dos horas de luz bastan para que las placas solares se carguen. Hoy lucirá el sol».