Basta repasar el calendari de la pagesía que el Pitiús ha recogido siempre de la cultura agraria insular para constatar la importancia que las gentes del campo han dado siempre a la luna, astro al que se le reconocía una extraña pero incuestionable relación con las lluvias, las mareas, los vientos, las lluvias, las heladas, el crecimiento de las plantas y los animales, el nacimiento y la muerte. Y no se tenía por menor su influencia sobre nuestros mismos humores como descubren dichos populares, de ahí expresiones como estar de bona o mala lluna, ser llunàtic, tenir llunes, estar a la lluna, anar a llunes o demanar la lluna en un cove. Más curiosos son los refranes que vaticinaban, según fuera la fase lunar, el sexo de la criatura por nacer: « El quart minvant porta infant, però també porta nen el quart creixent». Y aquel otro: « En lluna plena serà nena i també serà femenella amb lluna vella». El pescador, por su parte, creía a pie juntillas que también el mar obedecía a la llamada de la luna y así decían que « quan la lluna neix, la mar creix».

La mayoría de estas creencias nacían de la experiencia, de observar los hechos y cambios que se producían en la naturaleza, incluso en la vida de personas, en consonancia con los cambios de la luna, nova, creixent, minvant i vella. Otras creencias, en cambio, provenían de tradiciones ancestrales que se vertían en relatos que la oralidad preservaba. 'La filla del sol i la lluna', por ejemplo, es una rondalla que se hace eco de la hierogamia cosmológica que casa al sol (elemento masculino) con la luna (elemento femenino), un emparejamiento que la cultura popular hacía extensible al Cielo y la Tierra, al Día y la Noche.

Nuestros mayores preferían la luna de invierno, tal vez, digo yo, porque se la veía como un sol negro, como un sol nocturno que hacía más llevaderas las noches de invierno, más oscuras porque son más largas. Las otras lunas del verano, la primavera y el otoño, eran menos relevantes, poco significativas como apunta con su particular adjetivación el payés ilustrado que fue Josep Pla: « Son llunes més febles, llunes que solen tenir un enterboliment subtil, una densitat desfibrada i dispersa, son llunes tristes i fatigades, llunes impregnades de la delectació morosa de la fatiga».

Luna urbana

Pero la luna tenía también protagonismo en el medio urbano. Tanto es así, que adquiría protagonismo en nuestras canciones infantiles: « La lluna, la pruna, vestida de dol, son pare la crida, sa mare no vol». Y también: « Al sol li diuen Llorenç i a la lluna Catalina; ella fa claror de nit i el sol la fa de dia». Y en román paladino cantábamos a voz en grito otra letrilla que las monjas de La Consolación nos prohibían cantar por las casquivanas querencias de la Luna, cosa que nosotros no entendíamos aún: «La luna se llama Lola, el sol se llama José; la luna sale de noche y se esconde al amanecer; dicen que el sol es buen hombre, la luna mala mujer?» etc. Era esto de la 'mala mujer' lo que, por lo visto, mosqueaba a las hermanas. Y no era todo. Porque la luna estaban también en las adivinanzas: « una dona amb vestit platejat, que gira la cara d'un i altra costat» o « quina dona és aquella que després d'un mes ja mor de vella?».

El cómputo del tiempo por los meses lunares perduró durante mucho tiempo en nuestro mundo rural, yo diría que hasta bien entrados los años 50 del siglo pasado. Fuera como fuese, nuestros payeses hacían de la luna una lectura particular, compleja y, sin embargo, muy pragmática y concreta.

De ahí que junto a la luna del imaginario y las rondallas, la luna mágica y solsticial de les nits de Sant Joan y Nadal, es decir, junto a la luna de los mitos, las brujas, d els fameliars, follets i barruguets, estaba también la luna amiga y vigilante, la que regía los ciclos agrarios y daba los tiempos de la siembra y la siega, la poda y la tala, la vendimia, la matanza y las cosechas: pel que fa a tallar els arbres, és una feina que s'ha de fer amb lluna nova per la llenya dels arbres que perden fulla, i amb lluna vella els de fulla perenne. I pel que fa al conreu, s'ha de sembrar en lluna plena si es tracta de plantes que fan fruit sobre la terra; i en lluna vella, si el seu fruit és subterrani; en quant a la matança, la del porc mascle convé fer-la en lluna vella i la de la truja en lluna nova.

El tiempo por venir

La luna vaticinaba, sobre todo, el tiempo por venir: «La lluna blava anuncia pluja, la vermella vent i la blanca bonanza; lluna amb corona, aigua dona; lluna morta, aigua a la porta; lluna lluent, sequedat i vent; lluna d'abril, malures mil». Estas viejas creencias han sido, en fin, el fundamento del costumari de la payesia, de los lunarios agrícolas, auténticos indicadores que nuestros mayores seguían al pie de la letra. Por lo que me cuentan, en términos generales eran especialmente favorables las lunas de enero y octubre y se desconfiaba de las lunas de marzo, de julio y de las lunas rojas de noviembre. El aspecto, sin embargo, que más me ha sorprendido del lunario payés -nunca lo hubiera sospechado- es su vertiente metafísica o trascendente.

Lo conocí por el relato que me hizo en su día mossènyer Escandell, rector entonces de la parroquia de Corona, que a su vez lo había oído de un vecino de la parroquia: La lluna desapareix durant 3 dies del cel nocturn, els mateixos que va estar mort i enterrat Nostre Senyor Jesucrits, però després reneix, la qual cosa ens recorda la promesa que ens va fer de immortalitat; així sabem que la nostra mort no és per sempre, és només un viatge, un trànsit cap a la resurrecció". ¡Una magnífica metáfora de la luna nueva, de las noches sin luna!