El lema conservacionista de la divulgación, aquel que reza que sólo se quiere y se protege lo que se conoce, tiene una versión más pragmática y más propia de la era del capitalismo salvaje. Y su enunciado podría ser el siguiente: sólo se conserva lo que da dinero. Lo entienden muy bien las organizaciones que apoyan foros marinos en Ibiza y Formentera, las que apuestan por el turismo de buceo o por el turismo ornitológico; al capitalismo hay que hablarle en su propio idioma.

En Costa Rica, en un lugar en la montaña llamado el Cerro de la Muerte, un proyecto de conservación del quetzal usa este lenguaje para salvar a esta ave de leyenda, sagrada para mayas y aztecas, de la desaparición. Las comunidades locales han aprendido que si hay quetzales en sus bosques, habrá también dinero de ornitólogos y fotógrafos de naturaleza, así que han pasado de destruir el hábitat de robles y aguacatillos que necesita la especie a replantar árboles y convertirse en guías para los turistas. Es quizás un modesto proyecto de conservación en un lugar perdido del mundo. Cierto. Pero son, de hecho, los pequeños planes los que van marcando la diferencia en un panorama general poco prometedor, tras una Cumbre del Clima fracasada porque los intereses económicos de la sociedad de consumo, que se resiste a parar la máquina de las emisiones de carbono, pesan más que las evidencias científicas de la crisis climática y sus graves consecuencias.

Humildes y ambiciosos

Son humildes y al mismo tiempo ambiciosos proyectos locales como el del quetzal o, mucho más cerca, la cría de tortugas de tierra en la finca en custodia del GEN (Grup d'Estudis de la Naturalesa), la promoción del producto local pitiuso de Ibiza Produce, la plantación de nuevos almendros en Santa Agnès y Sant Mateu apoyada por la Associació de Productors d'Agricultura Ecològica d'Eivissa i Formentera o el estudio sobre el nivel de ruido submarino y su relación con la presencia de cetáceos que la asociación Tursiops lleva a cabo en aguas pitiusas. Apuestas todas ellas por la protección medioambiental, que tanto los gobiernos de Costa Rica como de Balears suelen llevar como bandera en sus campañas turísticas -porque hoy resulta necesario hablar de turismo sostenible- a pesar de las negligencias en su preservación.

Costa Rica, paradigma del ecoturismo y cumbre de biodiversidad, es un país con espinosos pero no exclusivos problemas ecológicos que comienzan por unas prácticas agrícolas nocivas, una mala gestión de residuos y la contaminación de sus aguas. La tierra de los perezosos, los colibríes, las ranas y los tucanes no se libra de la plaga de plásticos, y una visita al Parque Nacional Corcovado, en la costa del Pacífico, revela la gran cantidad de botellas y restos que las corrientes arrastran hasta sus playas y manglares. Los guías turísticos hablan del plástico como el mayor problema ecológico que hoy amenaza el parque, pero el tráfico de especies de fauna y flora silvestre es igualmente preocupante en un área que, reconocen, padece el mismo mal que sufren la mayor parte de las zonas protegidas del mundo, incluyendo las de Balears, y que no es otro que la escasa vigilancia. El reducido número de rangers no puede impedir que los furtivos entren y cacen animales.

Y si bien cierta parte de la población local caza para comer (algo que también está prohibido en las áreas protegidas), la mayor parte de felinos como jaguares y ocelotes, monos como el mono araña y el capuchino y aves como tucanes y guacamayos son capturados para engrosar el tráfico de especies exóticas. Las aves, precisamente, son los animales vivos con los que más se trafica por la gran demanda que existe en el mercado de las mascotas. Y Costa Rica destaca en el capítulo de la avifauna con una biodiversidad que supera las 900 especies identificadas, lo que convierte al país en objetivo destacado de las mafias.

Vivos, muertos o por piezas, el tráfico de animales es un comercio que no sólo no se detiene, sino que aumenta, y ello en una sociedad global que año tras año se jacta de estar más comprometida con la biodiversidad del planeta. La primatóloga Jane Goodall ya dijo el año pasado en una conferencia celebrada en Barcelona que nos enfrentamos a una extinción masiva mientras millones de personas siguen comprando crías de monos para circos o como mascotas. Y sólo es un ejemplo.

Collares de dientes de cocodrilos

Otro ejemplo. Algo más sutil. El río Tárcoles, que desemboca en el Pacífico, es el lugar más visitado de Costa Rica para observar cocodrilos (el cocodrilo americano, Crocodylus acutus). Miles de turistas se detienen al año en un famoso puente de la Ruta Nacional 34 para observar a los reptiles. Alrededor, como no podía ser de otra manera, se han multiplicado tiendas de recuerdos, bares y restaurantes, todos con la música alta y ganchos gritando a los visitantes las bondades de sus productos. Y entre los artículos estrella de los puestos están los collares de dientes de cocodrilo.

Uno se pregunta inmediatamente cuántos collares pueden venderse al año y cuántos cocodrilos deberán matarse sólo para fabricar abalorios para turistas. Si tradicionalmente indígenas de diversos lugares del mundo fabricaban adornos con las plumas o dientes de animales ya muertos, quizás cazados para comer, el aumento del comercio ha provocado que lo que antes fue aprovechamiento secundario se convierta en primario, aunque a menudo se oculte la verdad.

«La compra de recuerdos o productos hechos con partes de animales es una mala práctica que afecta a la fauna del lugar. Pueden haber sido obtenidos a través de crueldad hacia los animales y se fomenta la caza indiscriminada de especies. Incluso es posible, aunque veamos esos productos abiertamente expuestos para su venta, que se trate de un comercio ilegal». Lo explica el fotógrafo de viajes y naturaleza Quim Dasquens, que organiza viajes a Costa Rica para la agencia Tarannà.

Y por si la situación no fuera suficientemente sombría para el cocodrilo americano, una especie catalogada como 'Vulnerable', hay que decir que el Tárcoles es un río contaminado, al que van a parar vertidos industriales y las aguas residuales de muchas zonas urbanas. En el Tárcoles cada vez parece haber menos cocodrilos, menos vida.

Quim Dasquens aún va más allá en la relación entre turistas y fauna local: «Evitemos las actividades que sean nocivas para los animales, como su uso como reclamo para atraer turismo, y denunciemos, además, las actividades que no sean éticas. Estar bien informado es crucial. Evitemos la visita a supuestos centros de reinserción animal, orfanatos o granjas, porque muchos de estos centros son negocios vestidos de una falsa protección animal.

Las drogas, el maltrato y el estrés a los que los animales son sometidos no valen un montón de likes del selfie en las redes sociales. Un ejemplo son las fotografías alimentando crías, la pose con un gran tigre de bengala en el regazo, probablemente drogado hasta las cejas, o la foto con la serpiente a la que se ha sellado la boca con pegamento para evitar que muerda».

Luces y sombras

Todo tiene sus luces y sus sombras. Y mientras crece la contaminación y aumenta el tráfico de especies, Costa Rica, sin embargo, se posiciona año tras año como el destino favorito de observadores de aves y fotógrafos de naturaleza de todo el mundo. No hay turista que no llegue al país esperando observar a la emblemática rana de ojos rojos. Y, a ser posible, a alguna otra de las más de 140 especies citadas en territorio costraricense. Pero, sobre todo, llegan ornitólogos aficionados que buscan quetzales, tucanes, colibríes, garzas y hasta casi mil especies distintas de aves.

El turismo ornitológico es, dentro del denominado ecoturismo, un sector creciente y con entidad propia. También lo es en Balears, donde, salvando las distancias, el potencial existe y lo representan las más de 300 especies que pueden llegar a verse en las islas, cuya importancia radica en ser área de paso de las migraciones de aves.

El Parc Natural de s'Albufera de Mallorca, s'Albufera des Grau, en Menorca, y ses Salines d'Eivissa i Formentera son ya, con mayor o menor fortuna, destino de observadores de aves de diversas partes del mundo. Pero si es cierto que sólo se conserva lo que da dinero también lo es que sólo da dinero lo que se conserva.