Serengueti es el mito. Es la auténtica tierra santa para quienes han crecido viendo documentales sobre la fauna salvaje y escuchando constantemente, asumiéndola con veneración, esa palabra eufónica con la que los masai bautizaron la llanura sin fin, que es como puede traducirse Serengueti, 'allí donde la tierra se prolonga eternamente'.

Cuando consigues llegar a los dominios del rey Simba -y es fácil dejarse arrastrar por la magia mientras te repites, como un mantra, 'Dios mío, estoy en el Serengueti'- observas, sin embargo, que no hay tierra santa que se libre de la amenaza de la plaga del siglo XXI y que puedes encontrarte, aunque aún parece excepcional, que hay hasta una decena de todoterrenos apostados frente a la guarida de una hembra de leopardo y sus crías esperando a que decidan dejarse ver. Tanto el Serengueti -el primer parque nacional que declaró Tanzania, en 1951- como el país entero, se enfrenta al mismo reto que, salvando las distancias infinitas, desafía a las islas de Ibiza y Formentera.

Y el reto, una amenaza compartida, no podría ser otro que la masificación turística, la necesidad de asumir que en algún momento habrá que plantearse poner límites al número de seres humanos que pueden acceder a un parque nacional si se pretende preservarlo y evitar que pierda biodiversidad. Es, asimismo, la necesidad de entender que un aumento de millones de pasajeros en un aeropuerto no tiene por qué ser un dato positivo.

Las cifras del turismo siguen aumentando en países del África subsahariana como Kenia o Tanzania, a pesar de que son destinos caros. Dormir en una gran tienda de campaña en el Serengueti escuchando el ronroneo de los leones, el mugido nocturno de los herbívoros y preguntándote si las hienas -que parecen tan cerca- han decidido acostarse en tu entrada es un lujo que se paga y ello, de momento, ha mantenido a raya el número de turistas. En la Zona de Conservación del Ngorongoro, otro nombre mítico de la gran fauna salvaje y que forma un conjunto con el Serengueti, se intenta evitar la masificación limitando las horas en las que un todoterreno puede entrar en el gran cráter del área protegida, aunque los guías coinciden en señalar que las limitaciones difícilmente se cumplen y que, si de momento, se salva, es porque disfruta de ser una de las áreas de conservación más caras del mundo.

El cráter de Karen y Denys

El cráter del Ngorongoro, que equivale a 'un lugar frío' en el idioma masai y que fue declarado Patrimonio de la Humanidad en el 79, es una caldera volcánica de veinte kilómetros de diámetro en la que se concentra una biodiversidad remarcable. Es considerado el territorio en el que, en menos espacio, se pueden contemplar los Cinco Grandes de la fauna africana (león, elefante, búfalo, leopardo y rinoceronte). El panorama se completa con hienas, gacelas, ñus, chacales, cebras, antílopes, hipopótamos y más de 500 especies distintas de aves. Parte de la película 'Memorias de África' se grabó en este lugar y Karen y Denys sobrevuelan el cráter y los centenares de flamencos del lago en escenas de cine que ya son también míticas.

El aumento del turismo implica siempre una presión para que los gobiernos mejoren la conectividad, construyan y amplíen carreteras y levanten nuevas infraestructuras. Es un proceso que Balears conoce muy bien. El Serengueti y su paisaje de acacias se han librado, por la presión conservacionista internacional, del proyecto de una autovía que, en aras del desarrollo, iba a conectar Dar es Salaam (capital económica del país) con la ribera del lago Victoria, partiendo en dos el parque. Pero hay otra carretera que sí se está ejecutando, y es la que conduce al lago Natrón, un gran lago salado en el Gran Valle del Rift famoso por su concentración de flamencos enanos y por minerales y compuestos químicos como el carbonato de sodio. Son esos recursos, ambicionados desde hace años por empresas chinas, los que explican la construcción de la vía en nombre del progreso; las empresas que asfaltan son las mismas que consiguen las concesiones mineras.

Aún una odisea exótica

Y si llegar al Natrón es hoy una exótica odisea por el Valle del Rift -contemplando el Ol Donyo Lengai (la montaña de Dios), el único volcán activo de Tanzania y sagrado para los masai- en cuestión de pocos años y mientras se explota y deseca el salino hábitat del flamenco, tal vez pueda llegarse allí por una autopista con un flujo constante de camiones y que conduzca rápidamente al Serengueti (un acceso más fácil también facilitará a los furtivos la entrada y salida del parque).

Tierra de contrastes, Tanzania es un país que ha dedicado muchos esfuerzos a salvaguardar sus valores naturales, no sólo por su importancia para el planeta sino también por su potencial turístico y por el crecimiento económico que ello porta consigo. Pero ya decía Karen en 'Memorias de África' que «cuando los dioses quieren castigarnos, atienden nuestras plegarias». Y como bien saben los criminólogos, todo contacto deja un rastro. Los animales del Serengueti, del Taranguire o del Ngorongoro se acostumbran a la presencia humana, aunque lo harán hasta cierto punto antes de huir, y los jóvenes cazadores del pueblo hadzabe llevan pulseras del Chelsea y combinan sus pieles de animales con pantalones vaqueros que les ofrecen quienes los visitan.

Crear una necesidad inexistente

«Los turistas creen que les ayudan regalándoles una camiseta, un bolígrafo o una goma para el pelo, pero lo que se consigue es crear una necesidad inexistente hasta el momento o favorecer, sin darse cuenta, la mendicidad», según señala el fotógrafo Quim Dasquens, organizador del viaje a Tanzania para la agencia Tarannà. A ello puede añadirse que, con tales detalles, los pueblos van perdiendo su idiosincrasia. Son pequeñas o grandes concesiones a cambio de la entrada de dólares a las que cualquier región con crecimiento turístico debe prestar atención para, por usar la expresión que a menudo usan los ibicencos, no morir de éxito.

Lo que ahora importa es que la identidad de Tanzania sigue siendo silvestre e indómita y el Serengueti es aún su gran símbolo internacional, la reserva de fauna más famosa del mundo, más de 14.700 kilómetros cuadrados de experiencia mística. Hay un síndrome no reconocido por la psiquiatría pero que podría acuñarse ahora mismo y es el síndrome Memorias de África, similar al síndrome de Stendhal pero circunscrito a este escenario salvaje y natural, a un paraíso con leones. Puede sobrevenir al viajero, de repente, en el Serengueti o en el Ngorongoro.

Ante la inmensidad de la llanura o la magnitud del cráter. Y ello a pesar de ser consciente de las amenazas que se ciernen sobre tal esplendor de biodiversidad y mientras reza para que, en el difícil equilibrio entre el desarrollo y la conservación, ganen los buenos. «Espero que seas feliz aquí, yo lo fui». La frase es de Karen Blixen. De 'Memorias de África', por supuesto.

La maldición del marfil

Las noticias sobre la caza furtiva de elefantes africanos siguen siendo desalentadoras, sobre todo desde que Botsuana, país calificado como el último santuario de esta especie, desmantelara hace un año sus unidades anticaza, ocasión que los furtivos han aprovechado para cometer algunas grandes matanzas que los medios internacionales han ampliamente difundido. Además, este mismo país, que cuenta con unos 135.000 de los 350.000 ejemplares que quedan en África (según estimaciones de la organización WWF), ha levantado recientemente la prohibición de cazarlos por la presión de las comunidades afectadas por la presencia de estos grandes animales y a pesar de que conservacionistas y organizaciones internacionales han recordado al gobierno que el elefante sufre ya una presión brutal en todo el continente y que está catalogado en peligro de extinción.

En Tanzania, sin embargo, y algo más en silencio, se están dando importantes pasos en la protección y recuperación tanto del elefante como del rinoceronte, avances que muchos, incluyendo guías turísticos, agradecen al cambio de Gobierno que hubo en el país en noviembre de 2015. Ese mismo año, una nueva fuerza de intervención especial arrestó a la conocida como la Reina del Marfil, la ciudadana china Yang Feng Glan, que había creado una de las más grandes redes de contrabando ilegal y que había contribuido enormemente a que, entre 2009 y 2014, las poblaciones de elefantes se redujeran de 110.000 a 43.000. El pasado mes de julio, el gobierno tanzano anunció, en un comunicado de prensa, que la población se había recuperado hasta los 60.000 individuos. Respecto a los rinocerontes, si en 2014 había 15 ejemplares, ahora hay más de 150.

Los chinos, por cierto, representan también en este asunto una de las principales presiones para la conservación de Tanzania y sus valores. Chinos y somalíes, a menudo ayudados por funcionarios corruptos, son los grandes traficantes de marfil y de cuernos de rinoceronte, que abastecen, sobre todo, un mercado asiático en el que el marfil es preciado objeto decorativo y al cuerno de rinoceronte se le atribuyen propiedades casi mágicas. Una combinación de codicia y superstición hace que estas especies compartan un destino absurdo. Y sólo acabando con la demanda, como apunta el fotógrafo Quim Dasquens, podrá acabarse con el exterminio. Con este planteamiento en mente, las organizaciones conservacionistas apuestan por la movilización de la sociedad para reprobar a quienes aún consideren los cuernos y colmillos como objetos de prestigio para que dejen de serlo y pasen a representar únicamente una manifestación de crueldad.