Seis o siete josepins, unos de sa Raval -entre ellos mossènyer Coques-, otros de Benimussa y otras véndes, iban a ser trasladados al castillo de Ibiza para ser encarcelados. Pero la operación se frustró gracias a la osadía y audacia de una mujer, María Costa Planells, na Maria des Camió [Argel, 15/12/1911 - Ibiza, 7/8/1992], y a la voluntad del republicano josepí Antonio Ribas, es Torrer. Así me lo han contado sus hijos Nieves y Pep, a quien, en aquella fecha, la brava mujer, llevaba en su seno.

También he recogido otros testimonios para completar la información. Al reverendo José Serra Marí lo tenían preso en la habitación que está junto a la escalera que sube a la casa del cura. Los otros detenidos estaban encerrados en un cuarto con puerta al porxo de la casa parroquial (donde hoy están ubicados los servicios). Desde entonces, según me cuenta María Tur Serra, sobrina de mossènyer Coques, a esta estancia la bautizó su tío con el nombre de sa presó.

Un camión de carga, requisado a su propietario y chófer, Joan des Camió, esposo de María, estaba aparcado, como siempre, junto a su casa, ca sa iaia Prima, pared con pared con la iglesia. María -que conocía las intenciones de los republicanos- al atardecer, y aprovechando la soledad del momento, arrancó unos cables del vehículo que conectaban con la batería. Aquel manojo de alambres los tiró al interior de la iglesia a través de una ventanita -todavía abierta- que da a la escalera que sube al coro.

Con todos los presos ya hacinados en el pequeño camión y al mando del josepí Antonio Ribas, es Torrer, se dió la orden de salida. Pero el vehículo, naturalmente, no arrancaba. Los republicanos increparon con insistencia a María, preguntándole si había visto a alguien rondando por allí. Ella, temblorosa, solo supo contestar que había advertido la presencia de una mujer que, pasando frente a can Llorenç, bajaba por el camino viejo de Sant Agustí.

Otra vez intentaron poner el motor en marcha. ¡Imposible! Entonces optaron por soltar los frenos para que el vehículo, por su propio peso, bajara por la carretera y, al poner la segunda marcha, el motor entraría en funcionamiento. Pero la solución mecánica fracasó aunque, por inercia, llegaron hasta el cruce del cementerio -entonces inexistente-.

Allí parados, y después de un pequeño conciliábulo en el que fue decisiva la intervención de es Torrer, los republicanos, que iban en otro coche requisado a Toni d'en Xomeu, comunicaron a los presos que podían regresar a sus domicilios. Ellos pensaron que allí mismo los iban a acribillar.

Esto es lo escrito en las 'Memorias' paternas que he ampliado en algunos detalles. Pepe, el hijo de María, me da otra versión del final del trayecto del camión y me comenta que, efectivamente, éste no quiso arrancar y que, con el motor apagado pudo llegar hasta el susodicho cruce con el camposanto, pero los milicianos no se resignaron a que su carga no llegara al castillo. Mediante un grueso cabo ataron el camión al coche de los republicanos. A cada poco trecho la soga se rompía hasta que, finalmente, nada se pudo hacer. En la última parada todavía estaban a la altura de la casilla de los peones camineros, demasiado lejos del destino final. La orden de liberar a aquellos condenados fue la misma de antes y dada, también ahora, por es Torrer.

Para finalizar este relato que, emocionado, me cuenta Pepe, quiero añadir que su madre, María, no dijo a su marido que había sido ella quien había arrancado los cables del motor hasta transcurrido más de un año. Y si le reveló el secreto de los cables fue porque su esposo vivía bajo el remordimiento de haber sido el chófer de un viaje hacia la muerte. Aquella buena mujer quería compartir la satisfacción de haber salvado varias vidas y, también, deseaba borrar de la mente de su Joan cualquier resquicio de responsabilidad.