Cuando buscamos el tesoro, nos damos cuenta de que el camino es el propio tesoro" (Paulo Coelho)

La mera presencia del arco de piedra, en mitad de la tapia encalada que conforma la entrada principal del recinto de la iglesia de Jesús, ya aporta singularidad y trascendencia a este atípico templo rural. Al contrario que otros oratorios pitiusos que uno se encuentra de frente, este exige de cierto ritual para descubrirse. Tras cruzar el pórtico de la valla, que culmina con una leve cruz, hay que atravesar un paseo flanqueado por palmeras y una densa arboleda. Ocultan la tapia del cementerio y susurran al compás de la brisa.

A continuación, se alinean los cuatro arcos que sostienen el porche, adheridos al sendero y anexos a la iglesia por su lateral, aunque incomunicados con esta. Una disposición que puede calificarse de moderadamente excepcional, pues se reproduce en otros templos, como los de Sant Antoni, Sant Joan o Sant Vicent. La fachada, encalada, destaca por su simetría: portada sostenida por un arco de medio punto, hornacina con una imagen de la virgen y el niño y, más arriba, dos ventanas paralelas que se alejan del centro. Por fin, la espadaña que remata la cornisa, con una sola campana, y dos pináculos cónicos a los lados, cerrando el conjunto. A la derecha de la iglesia, las dependencias del rector y el vicario aportan mayor volumen al conjunto.

El templo es atípico incluso en origen. Cuando los cristianos reconquistaron Ibiza, erigieron, además de la Catedral de Santa María, cuatro iglesias rurales y fortificadas que, además de atender las necesidades espirituales de la población, ofrecieran protección frente a los corsarios. Se construyeron lejos de la capital, en Sant Antoni, Santa Eulària, Sant Miquel y Sant Jordi. El quinto oratorio del campo ibicenco fue este de Jesús y se situó en el margen de ses Feixes.

Rebuscando en la historia, se hallan noticias sobre su construcción a mediados del siglo XV, en 1466, cuando los jurados de la Universitat solicitaron permiso al arzobispo de Tarragona para celebrar misas dominicales entre sus muros aún inconclusos. En esos primeros lustros se estableció en ella un grupo de frailes franciscanos a los que, al parecer, cabe atribuir el mérito de que hoy esta iglesia cuente con el mayor tesoro artístico de Ibiza: el retablo gótico realizado por los hermanos Rodrigo y Francisco de Osona en su taller valenciano, a finales del siglo XV.

El observador que acceda al interior, si logra apartar la vista de la obra maestra de los Osona, descubrirá la irregular bóveda de cañón que cubre la nave, con el coro a los pies, y cómo en el presbiterio esta se eleva, quedando sostenida por una bóveda de crucería, inédita en la Ibiza rural y que se incorporó al templo primitivo en 1549. En los años ochenta de aquel siglo XVI, la iglesia quedó en manos de la orden de los dominicos, que pretendía formar un convento con una docena de religiosos. Duraron allí solo siete años. El terror sembrado por los piratas berberiscos les empujó a refugiarse en Dalt Vila, donde más adelante crearían el convento hoy integrado en las dependencias municipales.

La iglesia por fin se convirtió en parroquia en 1785, quedando destinada a atender a las 120 familias de los alrededores. Hasta entonces, había operado a instancias de la Catedral. En las antiguas celdas de los monjes incluso se adaptó un hospital para enfermosos contagiosos. Durante siglos, fue frecuentada por marineros y peregrinos de toda la isla, en cumplimiento de promesas y agradecimiento de favores. Y cuando se prolongaba la sequía, se salía en procesión desde la ciudad para clamar agua al cielo. Jesús no solo alberga el mayor tesoro de todos los templos pitiusos, sino que encierra una existencia casi tan larga y profusa como la propia historia del cristianismo en la isla.

El valioso retablo de los Osona

Dicen que el retablo de la iglesia de Jesús es el único que se conserva íntegro, sin despiezar, de cuantos realizó el prestigioso taller valenciano de los Osona. Sus impresionantes dimensiones, en relación al reducido tamaño de los oratorios pitiusos, proporcionan una idea de su importancia: 7,5 metros de alto por 5,10 de ancho, estructurados en 25 tablas que recogen la herencia gótica propia de la época, con elementos del Renacimiento italiano. Una obra de arte única, que ahora luce con esplendor, tras ser restaurada por completo el año pasado.