«El color es mi obsesión diaria, la alegría y el tormento» (Claude Monet)

En Ibiza siempre queda una esquina por doblar y es ese último vértice, aquel que apenas nadie ladea, el que antecede a sus más ignorados rincones. A veces, hallarlos requiere un esfuerzo sobrehumano: descender acantilados, atravesar bosques profundos o escalar arriesgados riscos. Sin embargo, también sucede al contrario. Unos pocos pasos serían suficientes, pero acaban siendo ignorados por una abundancia de estímulos que desvían del camino.

Algo así ocurre en una rocosa rada de la Punta Arabí, en Santa Eulària, que impresiona por el bermellón encendido que la tierra adquiere en la propia orilla, en contraste con las habituales riberas de arena y piedras allá donde el mar se encuentra con la costa baja. Esta calita minúscula y encendida parece una prolongación de los campos roturados de color escarlata anteriores al bosque que la flanquea. Como si el agua hubiera arrancado a dentelladas un tramo de costa sin que el curso del tiempo hubiese matizado su contorno para transformarlo en un paisaje costero reconocible.

A la cala de Punta Arabí algunos también la llaman Caló des Gat y se encuentra a continuación de Cala Martina, al pie de la verja del camping de esta zona. Lo habitual es que el caminante se aposte cómodamente sobre la arena de la cala vecina, mucho más extensa y con servicios, que acabe sentándose en una mesa del Chirincana para contemplar a la fauna local o que se pierda entre los puestos del vecino mercadillo hippie, si es miércoles. Pero el cabo prácticamente no lo recorre nadie hasta más allá de los varaderos, esfumándose así la posibilidad de contemplar una de las más llamativas calas rojas de Ibiza.

La orilla está precedida por un tramo de rocas puntiagudas, sobre las que desemboca una extensa plataforma de madera para desembarcar. Sobre su superficie se disfruta una panorámica excepcional de los tres islotes que se alinean en el horizonte: s´Illa de Santa Eulària, la más grande y cercana; s´Illa Rodona, de tamaño mediano, y en Caragoler, escollo minúsculo y alejado, ya frente a Cala Martina.

Bajo los escalones de tierra roja se acumulan montones de posidonia muerta, formando un lecho, y el agua, aunque cubre un fondo de rocas y grava, es cristalina. La cortina de pinos y sabinas que la envuelve contribuye, asimismo, a proporcionar una privacidad inesperada en una orilla ya de por sí desértica.

El verde de un mar esmeralda, el púrpura de la tierra viva y, de nuevo, el tono glauco del bosque. Como una bandera trazada por la misma naturaleza.

Mucho más que un mercadillo

Es Caló des Gat es la única ensenada que se forma en la rocosa silueta de Punta Arabí. Este cabo da nombre a uno de los mercadillos tradicionales de la isla, cuya origen se remonta a 1973, cuando el hotel aledaño ofreció a algunos hippies la posibilidad de instalar un rastro semanal en sus jardines. Aquellos primeros cinco puestos han dado paso, 45 años después, a más de 500 y la afluencia se cuenta por miles de personas. El entorno de Punta Arabí, asimismo, se ha desarrollado hasta configurarse como una de las principales zonas turísticas de la costa este de Ibiza, unida ya a la de es Canar. Entre este batiburrillo de restaurantes, tiendas y bloques de apartamentos, es Caló des Gat sigue pasando desapercibido.

Xescu Prats es cofundador de www.ibiza5sentidos.es, portal que recopila los rincones de la isla más auténticos, vinculados al pasado y la tradición de Ibiza.