De acuerdo a los principios del mindfulness, el mundo externo no está separado del interno. No hay tal cosa como el tú y el yo: la separación no existe, aseguran los maestros de esta disciplina. Esta práctica milenaria nos muestra que sentirnos separados es la principal causa de todo sufrimiento, y nos tiende un puente hacia la confianza.

Un remedio anti-estrés

El mindfulness está en boca de todos desde hace varias décadas gracias al apoyo de los departamentos de neurociencia más prestigiosos de Estados Unidos e Inglaterra. Se ha demostrado que por medio de la meditación, nuestro cerebro puede transformarse en un corto periodo de tiempo, aminorando las regiones responsables de la reactividad y el miedo (principalmente se reduce el efecto de la amígdala y el hipotálamo, agentes de nuestro cerebro reptil). Su práctica progresiva también produce un cambio en nuestras conexiones sinápticas, que se reconfiguran a medida que la gratitud y la alegría se convierten en hábitos. Las conexiones sinápticas son como músculos, se refuerzan a medida que las empleamos y debilitan cuando ciertos caminos neuronales dejan de activarse. Todo esto explica que el mindfulness haya sido popularizado como una técnica anti-estrés, a pesar de que su verdadero sentido es mucho más profundo.

El verdadero sentido de esta práctica

La práctica de mindfulness reduce nuestro automatismo mental y las lacras que el estrés y el miedo imponen en nuestro cuerpo y felicidad, no cabe duda. El prestigioso Programa de reducción de estrés basado en mindfulness (MBSR) ha sido avalado por el Instituto Mundial de la Salud de EEUU, y ya ha ayudado a miles de personas que se acercan a la práctica para paliar sus problemas de ansiedad, personas que hasta hace poco contemplaban la meditación con escepticismo. Sin embargo el respaldo científico se centra sobre todo en los beneficios, pero olvida aludir al corazón que los propulsa. Estos maravillosos cambios cerebrales y anímicos responden a un giro en nuestra percepción de la realidad, la de cada uno. Ése es el verdadero sentido del mindfulness: ayudarnos a comprender e interiorizar que no estamos separados del llamado mundo externo. Gracias a la meditación, el mundo que percibíamos como separado pasa a convertirse en un espacio interior que forma parte de nuestra propia atención o consciencia. No es una casualidad que la práctica de mindfulness también se denomine atención plena.

Un camino experiencial

El despertar que genera el mindfulness es una experiencia paulatina que habrá que cultivar toda la vida: en cuanto nos despistemos, el pensamiento volverá a sentirse separado, a considerarse un yo aislado del resto y a sentirse amenazado. Ésa es su naturaleza. Sin embargo basta con observar ese mecanismo mental, con prestar atención plena a nuestros pensamientos y emociones, para salir del espejismo de nuevo. No se trata de controlar ni de oponerse al pensamiento, si no de darse cuenta de cómo funciona: es decir, de ofrecer atención amorosa a todo aquello que surge en nuestra consciencia. La práctica de mindfulness es un entrar y salir de ese engañoso pensamiento que se siente separado, para redirigir la atención al presente: la meditación consiste en oscilar entre la identificación con ese yo mental y con el testigo que se da cuenta. Esa creciente desidentificación es la llave de la felicidad, aseguran los maestros budistas.

El poder creador de la atención

He dicho antes que, gracias a la práctica progresiva de mindfulness, el mundo que percibíamos como externo pasa a convertirse en un espacio interior que forma parte de nuestra propia atención o consciencia. Sobra decir que la mayoría de religiones y prácticas espirituales indicen en la importancia del amor al prójimo; aseguran que cultivarlo es tan importante como amarse a uno mismo. Sin embargo el budismo lleva este principio aún más lejos: no existe tal separación, mente y realidad son la misma cosa. Nuestra atención o consciencia es creadora de realidades, por eso es fundamental darse cuenta de sus contenidos, y procurar siempre dirigir la atención a aquello que queremos crear, en vez de a lo que nos falta o queremos evitar.

Los beneficios de la compasión

Hace unos años, Richard Davidson (una de las figuras responsables del boom del mindfulness en Occidente) preguntó al Dalai Lama qué opinión guardaba sobre el famoso programa anti-estrés basado en mindfulness (MBSR). El Dalai Lama respondió que aunque le parecía un avance maravilloso, sin embargo consideraba un error poner el foco de los programas en aquello que se quiere subsanar, en vez de en aquello que se quiere crear. Estamos dando atención a lo que no queremos en vez de a lo que sí queremos, y eso contradice un aspecto fundamental de la práctica, vino a indicar el Dalai Lama: atención y realidad son lo mismo.

A raíz de este comentario, los departamentos de neurociencia de las universidades americanas empezaron a estudiar los beneficios de la compasión. Lo que se ha demostrado, por medio de los últimos descubrimientos científicos, es que meditar en la compasión transforma el cerebro de las personas que emiten los buenos deseos, no ya en quienes reciben la compasión (que también). No hay separación entre lo externo y lo interno, a pesar de que el pensamiento se empeñe en decirnos lo contrario. En la actualidad existen numerosos programas de mindfulness basados en la compasión, impartidos en universidades tan prestigiosas como Stanford y Harvard.

La clave de la felicidad

La no-dualidad, o unión de lo externo y lo interno, es un despertar que nos empodera: ya no somos sujetos pasivos. Ante todo, este descubrimiento transforma nuestra relación con la realidad, a la que ahora aceptamos como parte de nosotros mismos. Cuando cesa la sensación de amenaza proveniente del exterior, surge el amor a la vida y al prójimo. La compasión se produce cuando deviene la comprensión de que todo sufrimiento es fruto de la separación mental que nos domina. «Somos como peces que se creen responsables de mover el océano, sin darse cuenta de que es el océano quien les mueve a ellos», resumió un maestro. Cuando dejamos de sentirnos separados, se vuelve posible soltar el control y el esfuerzo constante, responsables del estrés: la vida se transforma en un milagro en movimiento que hace realidad nuestros sueños. No hay más que prestar atención plena para darse cuenta.