(Dominical publicado en Diario de Ibiza el 13 de enero de 2008). En la primavera de 1975 Lluís Güell y Pepe Aguirre tardaron tres semanas en recorrer los pocos cientos de metros que separan los apartamentos Tánit del puerto de Sant Antoni del solar donde se levantaría la discoteca Es Paradís. Gu?ell había llegado a la isla de la mano de Aguirre, al que conocía desde el montaje del club Saint Trop en Lloret de Mar, para levantar el que sería uno de los primeros ´templos´ de la música ibicencos. «En esas tres semanas nos empapamos de la isla -rememora Aguirre 32 años después-. Pasó de todo, desde un pelotazo con vino payés en Sant Mateu hasta fiestas en Sant Miquel o Sant Rafel. Pero de esa experiencia nació el proyecto de Es Paradís: las terrazas como los bancales agrícolas, el agua como en ses Feixes o las columnas, que no son clásicas, sino inspiradas por los edificios de arquitectura indiana de Sant Rafel». Después de aquello, la discoteca se montó en 45 días y abrió el 3 de agosto, a punto

para el verano.

No era la primera vez que Güell visitaba Ibiza. Lo había hecho años antes junto a la familia Pau, sus vecinos de Banyoles, que se instalaron en la isla a principios de los 70 y que desde 1973 regentan el restaurante Can Pau de Santa Gertrudis. Pero en 1975 el artista catalán llegaba al lugar que se había convertido en válvula de escape de la España franquista para poner su arte al servicio de una de sus, hoy discutidas, señas de identidad: las discotecas. Gu?ell estuvo en Ibiza en dos periodos y las personas que le conocieron y trataron en uno y otro tienen visiones casi opuestas sobre su persona. Al desbordante Gu?ell de los 70 se opone el casi místico de los 90. Su primera estancia en la isla, entre 1975 y 1984, es la de las grandes obras: Es Paradís, Café del Mar y Summum, además de las desaparecidas, como el restaurante s´Illa o la intervención en el bar Project de Sant Antoni. En ellas puso en evidencia su capacidad creadora como pintor, escultor, escenógrafo, decorador y diseñador de espacios únicos y oníricos. En sus obras mezcla el pop art, el modernismo y el surrealismo con una raíz cristiana, que se manifiesta en ángeles, nubes o lugares como la cabina de dj del Summum, que recuerda a un altar.

«Era un artista inquieto, revolucionario, en el campo de la arquitectura no he conocido a nadie mejor», asegura Pepe Aguirre, promotor de Es Paradís y de Summum. «Tenía un potencial descomunal, así que cuando nos planteamos hacer algo en Ibiza enseguida pensamos en él. Habíamos trabajado juntos en Lloret e intenté ser su pincel, sus manos, hacer todo lo que pedía». Güell y Aguirre fueron amigos durante años, aunque su relación se deterioró por los problemas a la hora de plasmar las ideas del artista banyolí. «Era un atleta del trabajo -recuerda Aguirre- pero no hacía proyectos y cambiaba muchas veces de idea sobre la marcha, lo que disparaba los presupuestos. En el Summum la obra se prolongó durante tres años y el gasto pasó desde los 50 millones de pesetas previstos a casi 500».

Mucho dinero para una discoteca que nunca llegó a funcionar por estar situada en el lado ´pobre´ de la bahía de Portmany. Aguirre la vendió y hoy está cerrada y de nuevo en venta. En los últimos años Güell ya casi no la consideraba obra suya tras descubrir que se habían tapado sus bajorrelieves, pintado techos, figuras y columnas y sustituido el mobiliario. «Es increíble que se destrocen impunemente obras de autor», aseguraba en una entrevista concedida a Diario de Ibiza en 1996. A pesar de la ruptura, Aguirre asegura que siempre mantuvo su aprecio personal por el artista y valora su total «falta de interés por el dinero. No sólo por el de los demás, también por el propio».

Se conservan mejor Es Paradís -aunque el autor consideraba que la orden gubernamental de cubrir un espacio que había sido concebido al aire libre lo había «devaluado»- y, sobre todo, Café del Mar, «la única obra que he podido terminar a un 75 por ciento», según afirmaba, aunque Costas impidió los pantalanes y los surtidores de colores que el artista había previsto sobre el litoral.

Ramón Guiral, uno de los socios propietarios del famoso bar de Sant Antoni, recuerda de forma nítida cómo se gestó: «Yo llevaba un año viviendo en el piso de encima del local y estaba enamorado de la puesta de sol. Así que entre varios socios decidimos comprarlo y construir un espacio que rindiera homenaje a ese momento mágico.

Conocíamos a Güell por Es Paradís y s´Illa y se lo propusimos, él se entusiasmó con la idea y en dos semanas tenía un montón de bocetos y una maqueta tridimensional en cartón que mostraba el Café del Mar casi tal y como está ahora».

Las conversaciones comenzaron en el invierno del 78 y el café abrió en 1980 después de numerosas complicaciones por el desvío del presupuesto. «No teníamos pasta -reconoce Guiral- y Güell no escatimaba. Quería el mejor mármol y los mejores pigmentos para el azul perfecto que siempre buscaba. Intentamos dárselo todo y nos quedó una deuda de 15 millones de pesetas, que entonces nos parecía enorme».

Hoy se felicita por lo que supuso la contratación de Güell: «Era un genio y también una persona complicada y difícil de entender, aunque con el paso del tiempo nos hemos dado cuenta de que tenía razón. Me queda el consuelo de que pude decírselo en vida ya que fui a verle a su casita en Girona un año antes de su muerte. Hoy Café del Mar es conocido en todo el mundo y buena parte de ese éxito se lo debemos a él. Es como una catedral e intentamos tocarlo lo menos posible».

A pesar de las obras de grandes dimensiones, ese desinterés por las cosas materiales hizo que Güell pasara problemas económicos en Ibiza e incluso tuvo que abandonar su casita en es Caló des Moro -hoy convertida en un bloque de apartamentos- al negarse el casero a cobrarle en obra porque no tenía dinero.

Su última aportación a la cultura de la isla fue su presentación en ARCO 84 a través de la galería Es Molí de Santa Gertrudis. Güell pasó meses recogiendo toneladas de papeles oficiales y bancarios que apiló en la entrada de la feria, donde montó el happening ´Adoración de la victoria de la burrocracia´. Otra de sus actuaciones ese año fue la llamada ´23 F lúdico en el Congreso de los Diputados´: se desplazó en tartana hasta la sede de la Cámara Baja acompañado por un séquito de personajes disfrazados, aunque no le permitieron entrar por motivos de seguridad.

El creador -Güell prefería este apelativo al de artista- abandonó la isla a mediados de los 80 y en el 87 partió hacia Stuttgart, donde le habían pedido una réplica del Summum, aunque él se negó a autoplagiarse y concibió un espacio nuevo: Das Monument. Pero en Alemania le fue detectado un cáncer y pasó una larga temporada en el hospital, lo que le impidió realizar varios proyectos previstos en Estados Unidos, entre ellos la remodelación del mítico Studio 54. Esa grave enfermedad supuso un antes y un después en su vida.

En Stuttgart murió el Güell de los grandes proyectos y volvió a surgir la espiritualidad que siempre le había acompañado y que le había hecho estudiar en el seminario para hacerse sacerdote. Aunque hacía años que se había apartado de la religión católica hacia un mundo mítico propio.

Volvió a Ibiza en 1996, acompañando a su amiga y también artista Antonia Maxwell, que le define como «apasionado, intenso, hablador, de gran cultura, podía hablar casi de cualquier cosa», afirma mientras muestra una carta de decenas de folios a modo de papiro enrollado que le envió en aquella época: «Era así, tenía ganas de escribir y lo hacía hasta que se apagaba ese fuego». Maxwell contrapone ese Güell déspota y arrogante que describen algunos de los que trabajaron con él a la persona «generosa y llena de bondad» que ella conoció: «Valoraba la vida profundamente, por encima de todo. El dinero entraba y se iba. Él siempre se definía como un ´trashumante´, pero era a la vez muy de raíz. Buscaba sus raíces en su tierra y en su gente porque así sentía que tenía algo».

La bondad es también el rasgo que destaca Alba Pau. Amiga desde la infancia en Banyoles de Guüell, con el que, asegura, «compartía un código secreto». Su restaurante representó esa raíz de Güell en la isla. «A Can Pau venía buscando a sus amigos, su gente... un mundo que no tenía nada que ver con el de la noche y las discotecas en el que vivía en Sant Antoni y que nunca mezclaba con este», asegura Alba Pau mientras enseña los numerosos recuerdos del artista que guarda en su local: dibujos, carteles de teatro del TEI -Teatre Experimental

Independent de Banyoles-, cartas y hasta una felicitación navideña hecha a mano para toda la familia en 1977. «Era, por encima de todo, un hombre bueno. Un adelantado a su época. Un sabio incomprendido», sentencia Pau mientras recorre un álbum de fotos que le regaló Güell con imágenes antiguas de sus dos familias.

La última obra en Ibiza

Entre 1996 y 1997 el artista pasó varias temporadas en Ibiza y elaboró diferentes proyectos, como una remodelación del Café del Mar que nunca llegó a materializarse por diferencias con los propietarios. La única obra que se conserva de esos años es la pequeña boutique de Elena Almanzor, frente al Teatro Pereira de Vila. «Fue una presencia benéfica en mi vida -rememora Almanzor-.

Un místico y una gran persona que fue muy importante para mí. Tuvimos una profunda amistad durante cuatro meses y luego desapareció». Güell llegó a la tienda por recomendación de Alba Pau, amiga de la propietaria. «Estaba buscando hacer una fachada y una decoración barata, porque no tenía dinero y apareció él -dice Almanzor-. Buscó una chatarrería y trajo materiales de desecho, también maderas, piedras... además de aprovechar piezas de la antigua herrería que hubo en este local. Lo hizo todo, incluso talló personajes en las piedras y trajo otras desde Sant Rafel asegurando que traerían fortuna y tranquilidad y tenía razón: He tenido mucha suerte con esta tienda». El propio artista, entrevistado por este periódico en la boutique, aseguraba en 1997: «Todos estos elementos están cargados de nuestro propio magnetismo y reviven al ser reutilizados».

Cuando acabó el trabajo, Gu?ell no quiso cobrar nada a la propietaria. Prefirió regalar su obra a hacer otras por las que le iban a pagar mucho dinero pero en las que no tenía la garantía de que le dejaran hacer lo que quería. Poco después abandonó Ibiza para siempre. Muchas de las personas que tuvieron relación con él en la isla no volvieron a tener noticias suyas hasta su muerte, en diciembre de 2005. Como el promotor cultural Carles Fabregat, al que conoció en 1996 en el Supermercat de l´Art que organiza cada año. «Hicimos amistad y cenamos en ocasiones juntos. Vino varias veces al Supermercat porque estaba interesado en la obra de la pintora Cristina Ereñú. Compró once cuadros suyos, pero como no tenía dinero para pagarlos, me los fue abonando a plazos.

Cuando le faltaba poco por pagar se fue y no volví a verle. Me dejó una carpeta con curriculums y recortes de prensa que aún conservo». Güell confió carpetas a diferentes personas antes de irse y, después de su muerte, su hija Tánit, nacida en Ibiza en 1979, viajó a la isla para recuperarlas.

Pese a las dificultades, la huella de la obra y la personalidad de Lluís Güell ha permanecido en Ibiza. Dos conceptos muy difíciles de separaren un creador que no dejó de serlo en ningún momento de su vida y que no paró de hacer y rehacer sus obras. Como resume Antonia Maxwell: «Su obra era él mismo. Él era una obra de arte con patas».