Para empezar

Brújula

Si hay algo que aún no consigo integrar en la vida es la muerte. Aún cuando alardeo de lograrlo delante de mi madre, sólo lo hago por llevarle la contraria, hacerme la fuerte y restar drama al asunto cuando sea ella la que falte. Por eso cuando sentí la muerte cerca hace unos días quise luchar contra ella. «No te la lleves, no te la lleves», pensé al ver a Brújula, que apenas podía moverse. Ya no corría, ni movía la cola feliz al verme llegar como solía hacer siempre. En ese momento, me agaché y le acaricié la cabeza. Nos miramos a los ojos y el llanto se apoderó de mí un buen rato. Brújula es una perra mezcla de podenco y labrador. Nos conocimos hace más de siete años y ella me aceptó en su casa. Salíamos a correr juntas, algo que la llegada del bebé frenó de golpe. Aun así seguimos paseando. Me acompañaba cuando me quedaba sola en casa. Me hacía sentir más segura. Lo llenaba todo de pelos (ojalá algún día dejen de importarme esas cosas) y yo refunfuñaba. Como en todas las relaciones, también hubo sombras, ¿no es acaso el mejor amigo del hombre?, ¿por qué no iba a parecerse también a él en esas cosas que dinamitan las relaciones? Pero aunque ladre más que ella y no diga las suficientes veces ‘te quiero’, al final nunca muerdo.

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