Opinión | Desde la marina

Parches de entretenimiento

La estrategia del avestruz, esconder la cabeza debajo del ala, no es la actitud que más conviene a las administraciones cuando se enfrentan a problemas que la dilación, dejar que pase el tiempo, sólo puede agravar. Es lo que está sucediendo con referencia al vertedero de Ca na Putxa, que, según los propios técnicos reconocen, tiene una muerte anunciada. Hace ya mucho tiempo que se nos viene advirtiendo de que el vertedero colapsará en no más de cinco años, pero nuestros mandarines sordean. Como si oyeran llover. Así las cosas, sorprende que el Consell d’Ibiza ni tan siquiera se plantee buscar alternativas para una nueva ubicación. Mal asunto cuando se trata de una instalación compleja que no se crea de un día para otro, que exige dar muchos pasos que no se dan y un tiempo que posiblemente ya no tenemos. Nada nuevo, por otra parte. Es uno de tantos melones que nadie quiere abrir. Pero tendrá que hacerse. Si no es por las buenas, será por las malas. El problema es que si se hace por las malas, forzados por una necesidad que en su momento será imperiosa, la solución que se tome puede acabar en algo que ya hemos vivido con resultados nefastos, la improvisación.

La política de qui dies passa, anys empeny o, lo que es lo mismo, dejar para quienes vengan la patata caliente, sólo descubre ineptitud y una falta de responsabilidad inadmisible de la que ciudadanía toma nota. Los principales problemas que tienen hoy la ciudad y la isla han acabado siendo endémicos, precisamente, por la falta de sentido común, de previsión y decisión. Es lo que ocurre, por ejemplo, con los cacareados aparcamientos perimetrales que nos prometen, pero no se acometen.

Hemos tenido que llegar al caos que supone el masivo estacionamiento que tenemos hoy en las calles para conseguir, únicamente, que nos digan que están previstos y que se harán, pero lo único que se hace para conservar silla y votos, es seguir una política de parches con intervenciones que no son en absoluto prioritarias, con la idea, cabe suponer, de tenernos entretenidos. Pero no cuela. Para que nos tomen el pelo, vamos a la peluquería.

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