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Para empezar

Elena González

El «milagro económico» ibicenco

Por la noche prefiero caminar con suelas de goma para pasar como fantasma sin ruido junto a los que duermen en las calles de la ciudad. Alrededores del parque de la Paz, avenida de España, Abad y Lasierra, la esquina de casa... Cajeros, portales, coches con los cristales forrados de cartones, a veces un ‘bulto’ envuelto con mantas en el suelo buscando abrigo en la pared. Muchos están enfermos. No reciben la atención adecuada. Otros enfermarán o caerán en adicciones porque es muy difícil seguir sobrio y hasta cuerdo sin un techo. Pese a la, por fin, apertura del centro de acogida de sa Joveria cada día me encuentro con más, y sé que algunos no se dejarán ayudar porque después de un tiempo tratados como «desahuciados» se han hundido tanto en la desesperanza que ya ni sueñan con salir de la calle y prefieren conservar la pírrica libertad de horarios y miserias que fue lo único que les quedó. La vivienda se convirtió en un lujo, gastos necesarios están ahora fuera del alcance de gente que se mata a trabajar. En los treinta años que llevo viviendo aquí he visto crecer la pobreza al compás de los récords y beneficios turísticos de una forma tan brutal que debería avergonzar a los que brindan por la buena marcha de la economía de Ibiza. Las islas son hoy la región con mayor brecha entre ricos y pobres, alerta la Fundación Foessa, y eso, por muchos millones que nos pasen por delante de las narices, no es progreso, sino fracaso.

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