Diario de Ibiza

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Desde la Mola

Valentín Villagrasa

El lado oscuro

A esta edad y con un amplio recorrido piensas que pocas cosas te pueden sorprender. Hasta que una noche al otro lado de la carretera te encuentras con el lado oscuro del modelo turístico de los discursos y los proyectos fallidos. En un lugar (y no en la Mancha de don Quijote) en Formentera por más señas está este templo de la cutrez. A la llegada un bodegón entre hiperrealista y surrealista compuesto por una bombilla caída del cielo, o del árbol más próximo, ilumina una botella de Ballantines vacía, como huida del último control de alcoholemia, una copa rota de establecimiento ajeno y una birra de cuando empezó ‘La casa de papel’. Vamos, arqueología pura. Cuando uno llega a ese lugar se le antoja que entra en un mundo desconocido, pero popular a tenor de lo que nos cuentan. Pasado el umbral una barra con cuatro destilados de supermercado, vasos de Ikea, ni siquiera los finos de sidra, otros de plástico. Un gin tónic a lo deprisa y corriendo y un jardín sin delicias. Me dicen, los que saben del lugar, que allí acuden en masa (está hasta las trancas en las horas golfas) personas de todo pelaje. Me da a mí que algunos ricos con cachemir en invierno y lino en el verano, vienen de los lugares de moda, muy puestos y encerados para el postureo, a este antro a modo de arrepentimiento y se codean así con el ‘populacho’ para purgar sus culpas de ser ricos y ‘guapos’ en este confesionario de la cutrez. Preparamos la isla para un modelo turístico donde convivan la ‘élite’ (léase ricos y estirados) ricos con pedigrí, pero humildes y cordiales en el trato, aspirantes a pijos, sin oficio ni beneficio, que piden un crédito para decirles a sus amigos que han comido langosta frita al huevo payés en Formentera, mediopensionistas, asalariados de tres días de vacaciones y restaurantes asequibles, trabajadores de temporada y gentes de toda clase y condición. No me pregunten por qué llegué hasta allí, quizás porque hay que conocerlo todo para poder contarlo, especialmente después de oír a tirios y troyanos con la solemnidad necesaria, sobre cómo queremos que sea esta isla. Alguno puede pensar que después de esto uno ha venido a menos en su condición de ciudadano pensionista con subvención pública (merecida). Está en lo cierto. La única verdad es que si un día mis allegados me dan por perdido no me busquen en ese lugar, que no es otra cosa que el lado oscuro al otro lado de la carretera.

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