Diario de Ibiza

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Desde la marina

Miguel Ángel González

Llega el verano y despertamos

Se imagina el lector cómo sería la vida en nuestras islas sin estacionalidad, si el negocio del ocio funcionara a tope los doce meses del año? Me pregunto si no acabaríamos tarumbas de tanto meneo. Bien está que en los inviernos tratemos de mantener los motores al ralentí con todos los eventos imaginables, deportivos, musicales, gastronómicos, culturales, congresuales y, por supuesto, con las pacíficas oleadas del Imserso; pero cosa distinta sería que el caos demencial del estiaje durara los doce meses del año. Me gusta pensar que el cambio de vida que supuso en su momento la irrupción del turismo -el paso del vivir encalmado del Viejo Mundo al ajetreo de hoy- tiene reflejo en el salto que damos ahora al pasar de la tranquilidad invernal a la zarabanda estival. Afortunadamente, en los inviernos seguimos recuperando, en cierta medida, la vida plácida que recordamos y que Pep Marí nos dice en sus poemas, silencios, playas vacías, solitarios caminos de los bosques, aguas limpias, ritmos sosegados…

Nos conviene defender la estacionalidad que nos permite limpiar los malos humores del verano, coger fuelle y recuperarnos. ¿Cómo podríamos soportar, en otro caso, las embestidas de los julios y agostos que, por cierto, ya tenemos en puertas? Al fin y al cabo, este ciclo de acción y descanso nos lo pide el cuerpo: dormimos por la noche –prefiguración del invierno- y durante el día -que sería el verano- sudamos la camiseta.

No es mala cosa, por tanto, gestionar la estacionalidad. Tiene su razón de ser y sus ventajas. Entre otras cosas, quienes se dejan la piel en verano, pueden vacacionar en invierno. Ahora estamos, precisamente, en el cambio de ciclo que todos los años se repite: las islas despiertan. Ibiza y Formentera, como las icónicas lagartijas y las sierpes que pueden llegar a serlo, las islas salen de su letargo invernal, se desperezan. Abrimos los portales, limpiamos las fachadas y, preparado el escenario, todo está a punto para que empiece la función. ¡Que Dios nos coja confesados!

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