Una manada de caballos salvajes fue grabada esta semana tomando las pistas de esquí de Sierra Nevada. No había esquiadores y los equinos paseaban a sus anchas por la pista del Río. Mi piel se erizó al ver esta imagen. Era tan bella. En mis años en Granada jamás había visto algo así. Pero ellos ya estaban allí antes que los cañones de nieve, del telesquí, de los bares, de las tiendas de alquiler de material para esquiar, de las escuelas de esquí, de los monitores y de todo ese negocio que supone una estación invernal. La fauna salvaje está prácticamente aniquilada, limitada a refugios, espacios protegidos, a zoos. Ahora que todos estamos encerrados en casa vuelven a su hogar o incluso invaden las ciudades como se ha podido ver en otras imágenes durante el confinamiento. Me imagino estos días cómo las ginetas recorren la isla sin miedo a ser atropelladas. Cómo los lentos erizos cruzan el asfalto sin acabar aplastados por las ruedas de un todoterreno. Hemos visto cómo delfines nadaban en el puerto de Ibiza con un agua transparente y jugaban entre barcos fondeados sin posibilidad de navegar. Los expertos ya nos advierten de que se avecina un enemigo peor al que estamos combatiendo ahora: el cambio climático. Más nos vale tomar conciencia de todo ello para buscar en adelante una forma más equilibrada de vivir y poner barreras a otro mal mayor.