El Govern balear dio la campanada hace unos días al aprobar un decreto destinado a combatir el turismo de borrachera. Esta nueva normativa afecta a las tres áreas turísticas que, a su juicio, sufren con más intensidad el rosario de vomitonas en las aceras, las peleas y gritos a horas intempestivas y el rebaño de mastuerzos durmiendo la mona en los parques. O sea, la playa de s'Arenal en Palma, Magaluf en Calvià y el West End en Sant Antoni. ¿Resolverá algo dicha iniciativa? Permítanme que razone mi escepticismo al respecto.

En primer lugar, es de justicia reconocerle al Govern que el paso dado, por mínimo que sea, constituye un avance sin precedentes en comparación con el páramo legislativo vivido hasta ahora. La nueva normativa que se aplicará en estas zonas, sin embargo, se limita a impedir la venta de alcohol en tiendas y supermercados a partir de las 21,30 horas y prohibir todas aquellas ofertas que inciten a su consumo en los bares, como la barra libre, el happy hour o los pub crawls.

El decreto también detiene la concesión de nuevas licencias de party boats y veta que estas fiestas se publiciten o se embarque a clientes en las áreas afectadas. También se obliga a los alojamientos a expulsar a los huéspedes que hagan balconing o se lancen a la piscina desde las alturas. A buen seguro que muchos borrachos seguirán jugándose la vida con estas prácticas absurdas, pero recibirán mayor presión y algunos echarán el freno. El decreto, asimismo, va acompañado de sanciones cuantiosas de hasta 600.000 euros y tres años de clausura para los negocios incumplidores.

Sin embargo, si el objetivo real es reducir el turismo de borrachera, ¿en serio alguien piensa que eliminando de la ecuación las ofertas de 2x1 el hooligan que viene a beber dejará de hacerlo? El principal atractivo de estas zonas son la marabunta que las frecuenta y los precios irrisorios del alcohol, en comparación con sus países de origen. La situación, en definitiva, no queda muy distinta a como estaba. Los bares seguirán compitiendo en igualdad de condiciones con alcohol barato, aunque no lo publiciten, y buscarán otros ganchos para atraer público, como la oferta musical, la utilización del sexo como reclamo, etcétera.

También chirría que estas prohibiciones únicamente se extiendan a estas zonas y no se amplíen suficientemente por sus alrededores. En Sant Antoni, por ejemplo, es probable que veamos cómo ses Variades y toda la playa de s'Arenal, ajenas al territorio comanche definido por el Govern, se llenen de licorerías que sí podrán seguir vendiendo hasta las tantas. A los turistas les bastará con cruzar un par de pasos de cebra para aprovisionarse. Por otra parte, ¿con qué productos imaginan ustedes que complementará su catálogo la legión de vendedores ambulantes que ahora se dedica a comerciar con gas de la risa y a menudear con droga? También parece inexplicable que otras zonas con idéntica problemática, como Platja d'en Bossa, se hayan salvado de la quema.

La única forma de acabar con el turismo de borrachera es cambiar de turistas. Y para eso hay que planificar a medio y largo plazo, apoyando a las empresas para que se renueven y enfoquen sus negocios a otros segmentos de mercado. Y también para que los muchos empresarios que ya han iniciado el camino del cambio, con importantes inversiones, no se vean rodeados por un ambiente de degradación como si fueran una aldea gala, en completa contradicción con el nuevo perfil de cliente que ahora tratan de atraer. Mientras no se acometa un plan de acción realista, ambicioso y transformador, el turismo de borrachera persistirá como un dolor de muelas.

El nuevo decreto, asimismo, debería contemplar medidas que cambien esta dinámica que empuja al turista a beber desde por la mañana. Los beach clubs, al llevar el fenómeno de las discotecas a las playas, ejercen un papel muy determinante en este círculo vicioso de alcohol y drogas. Estos establecimientos, de hecho, son los nuevos after hours aunque a la inversa y recordemos que el problema con estos no acabó hasta que cerraron. La fiesta comienza en ellos y muchas veces también termina, dejando una prole de borrachos agotados por las calles. Si el objetivo es vaciar el West End, basta con permitir al beach club de la bahía que se siga expandiendo a través de los negocios aledaños o que abran otros nuevos. El problema, en cualquier caso, será el mismo y solo cambiará la ubicación.

La medida, efectivamente, es pionera porque hasta ahora no se había hecho nada y ha permitido a los portavoces del Govern balear pasearse por los matinales de las televisiones nacionales. Sin embargo, resulta claramente insuficiente; como tratar de saciar a un hambriento con caramelos.