Cuando fui a votar el sábado pasado por la mañana (por cuarta vez en cuatro años) a la oficina de Correos junto al Ayuntamiento de Madrid, en la calle Montalbán, sonreí al comprobar que, justo enfrente, se mantenía la larga cola para entrar a la exposición del quinto centenario de la vuelta al mundo en el Museo Naval. Pensé que aún había esperanza. Tardé lo que se tarda en bajar las escaleras de la inmensa oficina de Correos para desilusionarme de nuevo con la especie humana al comprobar que estaba desierta. Tal y como auguraban las noticias de la mañana, el plazo de solicitudes de voto se había zanjado con un tercio menos de peticiones que en las pasadas elecciones de abril.

Voté y como ya tengo por costumbre (porque sí, cuatro votaciones en cuatro años dan para establecer algo como costumbre), me marché a desayunar, pero esta vez, más que con la sensación del deber cumplido, contagiada de la desazón que se respira en el ambiente. «Un tercio menos de solicitud de voto por correo no quiere decir nada». „Dicen desde el gobierno desde hace ya demasiado 'en funciones', aunque funcionar, funcionar, tampoco me atrevería a decir que ha funcionado„ «Lo explica el hecho de que en abril muchos sabían que estarían de vacaciones de Semana Santa». Añaden, aunque la caída no es de un 30% sino de más de un 36% si la comparamos con los anteriores comicios, en junio de 2016.

Las mismas tristes estadísticas anuncian que además de quienes no saldrán de casa, otro tercio de los votantes afirma que ni siquiera sabe aún a quién votará. ¡No saben a quién votar! Dan ganas de irse a dar una larga vuelta al mundo y no estar aquí el domingo para ver el descalabro al que nos llevan de manera gratuita. Porque no había necesidad. Porque había otras alternativas. Porque esto podría (y porque podría, debía) haberse evitado. Otros titulares muestran las artimañas de quienes, en lugar de ganarse al votante con méritos propios y propuestas válidas, han invertido esfuerzos en tratar de persuadir al votante (de izquierdas) de que se abstenga. «Venceréis, pero no convenceréis.» Que respondía Unamuno al grito de Millán-Astray: «¡Muera la inteligencia!». Y tanto tiempo después, ¿la inteligencia dónde está? ¿Está, escondida entre eslóganes grandilocuentes que no dicen nada, yo soy español, yo más español, pues te ilegalizo, bloqueo tú, no, bloqueo tú, viva España y adoquines? ¡Por supuesto que vencerán los de siempre! Y no son estos, ni aquellos, sino la vergüenza ajena y el hastío. Porque cada ciudadano que no vote representa un fracaso y aunque fracasar es lo que merecen algunos, como también es la ansiada victoria de otros, yo os rogaría

—disculpad mi perseverancia—, que votéis.

Esos tercios de la encuestas me trasladaron al lenguaje audiovisual, a una regla especialmente conocida en fotografía denominada 'Regla de los tercios'. Es una forma de composición que explica cuáles son los ejes a los que solemos dirigir el foco de atención y, por lo tanto, de qué manera se aconseja organizar los elementos de la imagen. Se trata de dividir el espacio con dos líneas paralelas equidistantes horizontales y otras tantas verticales. De ellas surgen cuatro puntos de intersección que son los ejes a los que tendemos a mirar. En una versión más simple de la Regla de los tercios está la 'Regla del horizonte', donde en un paisaje la imagen se divide únicamente en dos líneas horizontales. Así, el foco en la paralela inferior hace que la atención se dirija al cielo, o el foco en la paralela superior, hace que se concentre en la tierra. El cerebro materializa de este modo la necesidad de encontrar patrones que seguir, que es lo mismo que decir que estamos programados para buscar orden dentro del caos.

Cerré el periódico aún dando vueltas con la cucharilla en un café con leche, no sé bien si tratando de deshacer un sobre de azúcar o la desazón de un sábado especialmente gris y me descubrí buscando alrededor, urgentemente, orden entre tanto caos. Algún tercio en el horizonte que sustituyera, quizá, los tercios desmoralizados de las encuestas. Me lo dio de inmediato el Teatro Alcázar del otro lado del ventanal y me di cuenta de que da igual la vil estrategia con la que planifiquen las imágenes que nos muestran: los puntos de intersección de eslóganes, banderas, adoquines y demás cachivaches. Al final, la última palabra la tiene el ojo que mira. Si cambiamos la perspectiva, si le damos la vuelta, si en definitiva, nos tomamos nuestro tiempo, podemos esquivar la trampa e incluso, encontrar la belleza infinita de un cielo en una fotografía cargada de asfalto.

Miré la hora „con tanto aún por hacer„, terminé mi café y de camino a casa pensaba que, al menos, yo ya he votado. Que peor lo tenéis vosotros, 'los del domingo'. ¡Y lo que os entiendo! Y que sin embargo os rogaría „disculpad mi perseverancia„ que votéis, que votéis, que votéis.

@otropostdata