Ibiza sobra lujo por todas partes. No lo digo yo sino importantes turoperadores, que estos días han advertido desde la ITB de Berlín que la amenaza de una crisis se cierne sobre el territorio pitiuso por la excesiva oferta de alto standing, frente a la escasez de plazas destinadas a otros segmentos. Aunque los turoperadores siempre tratan de pescar en aguas revueltas, sus críticas coinciden en esta ocasión con el análisis que gente de la isla ya lleva haciendo desde hace años.

Una de las conclusiones más inquietantes que ha trascendido de los encuentros que empresarios y políticos ibicencos han mantenido con directivos de turoperación en Alemania es que Ibiza está peor que el resto del archipiélago balear. En comparación con las mismas fechas de 2018, Menorca crece intensamente, Mallorca moderadamente e Ibiza registra números rojos. Es algo que no ocurría de forma tan nítida desde hace años.

Para los turoperadores, existen varios argumentos de peso que sitúan a la isla a la cola de la comunidad balear en incremento de reservas. En primer lugar, nuestros precios están fuera de la realidad y del mercado. Además, hay un exceso de oferta de hoteles de cinco estrellas y solo para adultos, cuando la demanda exige más alojamientos familiares. A ello se suma el cambio de coyuntura internacional, que ha provocado que dejemos de recibir cientos de miles de turistas de regalo. Otros destinos que nos hacen la competencia han dejado de percibirse como inseguros y, aunque su producto no es tan excelente ni original, nos ganan descaradamente en la relación calidad-precio.

Los agoreros de Berlín no han descubierto la pólvora, pero a veces hay que escuchárselo a alguien de fuera para que en la isla comencemos a tomárnoslo en serio. De su colección de reflexiones y advertencias, la más alarmante es que Ibiza, además, ha adquirido fama de ser demasiado cara. La idea ha cuajado hasta tal extremo que, más allá de que los hoteleros y la oferta complementaria apliquen rebajas, muchos viajeros potenciales ni tan siquiera se molestan en teclear 'Ibiza' en el buscador.

Al menos ya sabemos por dónde hay que orientar las futuras campañas de marketing. No se trata de vender Ibiza como un destino económico -además de irreal, sería un error-, sino como un territorio camaleónico que se adapta a las necesidades de un amplio abanico de perfiles. O sea, lo que siempre fuimos antes de caer en esta espiral de vips y lujo de cartón piedra. Pero, para ello, hay que ofrecer productos en consecuencia.

Durante años, la isla se ha mantenido envuelta en un aura de éxito inagotable que hacía viable cualquier proyecto por disparatado y desequilibrado que pudiera parecer. Así, surgieron suites a miles de euros al día pese a estar en una playa descuidada o junto a una rotonda, restaurantes con menús exclusivos a un coste descabellado, gallos de San Pedro a doscientos y pico euros, etcétera.

Es probable que, en la última década, Ibiza sea el territorio con el récord mundial en apertura de cinco estrellas en relación a su extensión. Hace veinte años nos lamentábamos por tener solo un hotel de lujo en la isla. Hoy contamos con docenas y esta temporada está prevista la inauguración de otra ristra. En los ayuntamientos, asimismo, se acumulan múltiples proyectos que continúan esta tendencia de remodelar viejos establecimientos para elevarlos a la máxima categoría. ¿Qué ocurrirá con todos ellos ahora que ha quedado patente que hemos tocado techo y la burbuja ha pinchado? La necesidad de diversificar Ibiza es acuciante y estratégica, y persistir en el error tendría graves consecuencias. ¿Serán suficientemente hábiles los empresarios y rectificarán a tiempo? ¿Las instituciones contribuirán a facilitarles la tarea?

Algún turoperador ha dicho en Berlín que ya hay hoteleros de Ibiza que están aceptando rebajas del 25%. Se trata de ajustes solo válidos a corto plazo. No tiene sentido abrir tantos hoteles de cinco estrellas para comercializarlos después como si tuvieran tres o cuatro. Es necesario crear productos para otros clientes desde cero y evitar que la clase media europea definitivamente abandone la isla.

Nuestro presente recuerda al fenómeno televisivo de los realities, que irrumpieron en España en el 2000 con el programa Gran Hermano. En un par de años, teníamos toda la parrilla inundada de programas similares hasta el punto de saturar a la audiencia. Aunque aún colean, ya no constituyen una fórmula de éxito ni son mayoritarios. En Ibiza nos emborrachamos de lujo de la misma manera. Apostamos todos al mismo caballo como si no se pudiese invertir en otra cosa. Ahora que comenzamos a darnos de bruces con la realidad, tal vez podamos plantearnos una visión de futuro más diversificada y, de paso, recuperemos el espíritu de lo que siempre fue esta isla. Falta hace.