Daba gusto ver las colas de gente comprando en el último día de la librería Vara de Rey. Me preguntaba al verlas si el propietario se hubiera visto obligado a cerrar si toda esa gente hubiese hecho lo mismo durante los últimos años, en lugar de comprar los libros en Amazon para tenerlos antes y más baratos. Me recordó lo que ocurrió con el cine Serra, otro negocio que echó la persiana por la falta de espectadores. ¿Qué puede rivalizar con ver cine a cualquier hora en la tele, tumbado en el sofá con una mantita por encima y el cuenco de palomitas en la mano? Después viene el llanto y el crujir de dientes de todos los que hemos estrechado con nuestra ausencia el nudo corredizo en la garganta de tantos negocios tradicionales abocados al cierre por la falta de clientes. Gracias a todos y cada uno de nosotros, Ibiza pierde día a día sus señas de identidad y cambia su geografía urbana por otra inquietantemente parecida a la del resto de ciudades de España y Europa, cada vez más similares. Todas con su Zara, su Starbucks, su Tagliatella, su McDonalds, su Mercadona y su Marco Aldany. Parecía que Ibiza resistía al embate de las grandes franquicias, pero en los últimos años el desembarco es constante. No es raro: son las únicas que pueden pagar los alquileres estratosféricos que se piden en la isla por un local. De fora vengueren...