Me pregunto cuántos payeses -verdaderos payeses- nos quedan en Ibiza. Me pregunto cuántas casas tenemos en el medio rural que vivan todavía del campo. Quiero pensar que quedan algunas. Para las que todavía resisten dedico estas rayas en las que trato recordar los trabajos que estos días hacían. Acabada la vendimia y recogidas las algarrobas, en estas fechas se preparaba la tierra, se abonaba y se sembraba el centeno, el trigo, la avena y la cebada: « quan l'octubre és arribat, sembra sègol, ordi i blat». Se sembraban también espinacas, habas, guisantes, alfalfa y forrajes. Y no era mal momento para plantar ciruelos, higueras, manzanos y perales. Se expurgaban los árboles que ya habían dado fruto y se cogían todavía espinacas, pepinos, berenjenas, judías y pimientos, amén de frutas como membrillos, nísperos, caquis, granadas, melones y los últimos higos, figues tardanes que eran pura miel.

En el bosque era buen momento para recoger piñones y las primeras setas si había llovido. Pero el trabajo principal era la siembra. Para hacer los surcos y esponjar la tierra, se pasaba la reja mientras se tatareaba por lo bajo una tonada que, curiosamente, recogía todos los aperos que se utilizaban: « per llaurar és menester / reia, dental i cameta, / joc d'oreies, / destraleta, / daiol, reteler i telera, / mantí, espigó i eixinguer, / llonges dels muls, corretgins, / morrals, unyieres, coixí, / un rastrell amb corretjades / i juntures per junyir». Y era un buen aviso para iniciar la siembra la llegada de los tordos, « tord arribat, sembra aviat, i si no ho fas, t'en penediràs». Los más jóvenes no hacían ni caso y daban rebelde respuesta a sus mayores: « de casar i sembrar, consells no en volgueu donar». Un detalle curioso era la creencia de que convenía sembrar en viernes, día en que el Hijo de Dios nos enseñó el camino de la muerte y la resurrección, supongo que por aquello de que « si el grano de trino no muere?». En cualquier caso, nunca estaba de más añadir una oración al trabajo por aquello de «a Dios rogando y con el mazo dando» y así decían: « que es multipliqui la llavor, en nom de Nostre Senyor». La religión, como puede verse, metía las narices hasta en los cultivos. Y no estaba mal. Porque mejor era curarse en salud que, por falta de una sencilla letanía, lamentarse luego si se torcía la cosecha. Todo aquello, mucho me temo, es hoy arqueología rural.