Imaginario de ibiza

Can Marçà, las entrañas de la bestia

Esta antigua cueva de contrabandistas fue explorada por un espeleólogo por primera vez en los años 70. El sendero que desciende por el acantilado del Port de Sant Miquel hasta su abertura resulta casi igual de impactante que el interior

Ibiza

«Damos por hecho que esto es el mundo, pero no es del todo cierto. El verdadero mundo está en un lugar más oscuro, más profundo» (Haruki Murakami)

Ocurre a menudo, cavila el viajero, que la percepción sensorial y sentimental de los enclaves que se descubren por primera vez se ve más alterada por los acontecimientos de la propia existencia que por la realidad física y biológica del lugar. Es su primera visita a la cueva de Can Marçà, en el Port de Sant Miquel, y acaba de leer la 'Crónica del pájaro que da cuerda al mundo', de Haruki Murakami. A su protagonista, Tooru Okada, le abandona su mujer, sin darle una explicación ni un adiós, y comienzan a sucederle cosas muy extrañas. Para encontrar sentido al rumbo que ha tomado su vida y elegir un camino, se encierra en el fondo de un pozo durante largo tiempo.

Dado que el turista acomete la visita en completa soledad y accede a la gruta condicionado por una lectura tan embriagadora y fascinante, sus sentidos están a flor de piel. La parece que está a punto de adentrarse en un gigantesco útero de piedra, aislado del resto mundo, como Tooru Okada, y que en su interior experimentará una irremediable transformación, al igual que el protagonista de la novela. Su yo cruzará un umbral en mitad del acantilado y otra persona, en algún modo distinta, emergerá al otro lado.

El camino previo le resulta hipnótico y piensa que parece concebido para un ritual masónico. El recorrido arranca en lo alto de un elevado precipicio, desde el que se domina toda la bahía del Port de Sant Miquel. A la izquierda, la playa y es Caló des Moltons, y de frente, es Pas de s'Illa, sa Ferradura, s'Illa Murada, la torre de Balansat y un mar que se extiende hasta fundirse con el cielo. Desciende sin prisas, admirando el paisaje e impregnándose de luz antes de ingresar en la oscuridad, a través un sendero que zigzaguea por el precipicio mediante rampas, empinadas escaleras y pasadizos de acero.

Por fin alcanza la grieta que antaño empleaban los contrabandistas para ocultar la mercancía que portaban de Argel o Mallorca: tabaco, café, azúcar, licor, piezas de motor... La izaban con cuerdas directamente desde los llaüts y la dejaban oculta en la penumbra, entre estalactitas y estalagmitas.

La claridad exterior da paso a paso a las tinieblas, hasta que los ojos se acostumbran. A partir de ahí comienza un recorrido ascendente e introspectivo, de unos 40 minutos de duración, a lo largo de 350 metros que acaban pareciendo tres veces más. Como si en las profundidades de la cueva la gravedad se acelerara y obligara a ralentizar el ritmo. El recorrido es laberíntico y conjuga pequeños tramos de lagunas, con una gran cascada, estancias más amplias, pasajes estrechos y un camino sinuoso, a pesar de que hoy se encuentra perfectamente acondicionado. Le parece estar explorando las entrañas de una bestia prehistórica. Trata de identificar las marcas que fueron dejando los contrabandistas para señalar el camino a distintas salidas, por si aparecían los carabineros, pero no las encuentra.

Cueva austera

La austeridad de la cueva, hecha de piedra y agua hace miles y miles de años, contrasta con los efectos de luces y la música que amenizan la visita. Matizan la oscuridad y la energía primitiva que palpita en cada roca húmeda, así que él las ignora. Asciende por el templo de Buda, cuya figura no logra reconocer, escucha el murmullo del agua en la sala de la cascada y por fin atraviesa el lago de los deseos, cuya superficie verde fosforescente aún subraya más la atmósfera tenebrosa de las grutas que se dispersan en todas direcciones.

Cuando por fin intuye luz al final del último túnel, tiene un nudo en el vientre. El cambio se ha producido pero aún es incapaz de predecir sus consecuencias.